
La mentalidad oficial que aquellos dichos revelan es una que no consigue evadirse de los límites domésticos y observa el mundo en los estrechos términos de "nosotros y ellos", es decir, sin la dimensión asociativa que Juan Perón designó como "universalismo". En rigor, la crisis que hoy muestra su epicentro en los Estados Unidos exhibe cuestiones que reclaman abordajes globales, universales. Señalaba en estos días un experimentado hombre de Estado como Felipe González: "La famosa gobernanza (papel ineludible de la política) permanece en el ámbito de lo local-nacional y de los obsoletos organismos financieros del pasado, en tanto que los fenómenos económicos y financieros más relevantes se mueven en el ámbito global sin gobierno alguno". Su diagnóstico sugiere la necesidad de una política global, capaz de construir nuevos instrumentos económicos, poner reglas globales y hacerlas cumplir. En el diseño de esos instrumentos, que cada día lucen más necesarios, participarán aquellos países y grupos de países dispuestos, por fuerza y convicción, a asumir responsabilidades globales, preparados a no sentirse ajenos. Dispuestos a acoplarse, no a desacoplarse.
Las excepcionales, y sin duda sorprendentes medidas que la Reserva Federal y el gobierno republicano de los Estados Unidos están adoptando para contener la formidable crisis financiera que se incubó allí y evitar que esta impulse una depresión parecen, por el momento, enérgicos palos de ciego, capaces en principio de comprar tiempo, pero no hay ninguna certeza de que, al fin, sean aptas para aquel objetivo. En su historia, Estados Unidos soportó muchos procesos recesivos (algunos bien serios), pero hasta ahora sólo sufrió tres depresiones económicas, dos en el siglo XIX (1840 y 1870) y una en el XX. La depresión se produce cuando un proceso recesivo es acompañado por un colapso del sistema financiero que hace caer fuertemente la demanda durante un período de varios años. La economía estadounidense representa un tercio largo de la economía mundial: es obvio que los efectos de su crisis se extienden globalmente.
En términos domésticos, en tanto, lo que se observa es que el gobierno dedica sus mayores esfuerzos a poner orden en su gallinero, con éxito cambiante. El jefe de gabinete, Sergio Mazza, y el secretario de Transporte, Ricardo Jaime, mantienen un pulso en torno a la concreción del tren bala. Mazza llegó a su puesto con el halo de un renovador moderado; muchos quisieron verlo como encarnación del "cambio" que la señora de Kirchner había prometido en su campaña electoral. Con esa carga sobre los hombros (y un capital político a cuidar) hasta ahora no pudo entregar mucho más que té y simpatía: no consiguió apartar a Guillermo Moreno de la Secretaría de Comercio ni de su influencia sobre el INDEC, aunque al menos logró apartarlo de los escenarios. Ahora presentó un proyecto de presupuesto que no prevé partidas destinadas al tren bala que impulsan Jaime y el ministro Julio De Vido. Mazza hubiera querido que se instalara la idea de que esa ausencia numérica era equivalente al olvido del proyecto, pero Jaime se encargó de decir que el tren sigue en marcha. Y la embajada francesa se ocupó de reforzar la postura de ambos funcionarios. El gobierno terminó asignando a la crisis financiera internacional y, en particular, a la situación que atraviesa el Banco francés Natixis, agente financiero de la operación, la prudencia con la que ha decidido avanzar en el proyecto.
Mazza no está contento con los resultados que va obteniendo en su función a cargo del gabinete; observa su papel como reemplazante de Alberto Fernández es muy acotado: él no ha conseguido la silla que Fernández tenía en el círculo pequeño de los que toman las decisiones y esa constatación lo hace meditar muy seguido en la posibilidad de volver a su cargo de intendente de Tigre, en el que mantiene una licencia.
En otro terreno, una cámara judicial consiguió lo que la ministra de Defensa no lograba pese a sus denodados esfuerzos: forzar el retiro del jefe de Ejército, Roberto Bendini. Nilda Garré venía vaciando de mandos a la fuerza, puenteando a Bendini, con quien sobrellevaba diferencias y tensiones. Bendini, con el respaldo de la llamada pingüinera (Julio De Vido, y tras él, Néstor Kirchner), resistía a Garré, pero no podía evitar los bombardeos de la ministra, que lo desgastaban más de lo que él había conseguido esmerilarse solo. Hace años -desde antes de que Néstor Kirchner fuera presidente- que pesaba sobre él una denuncia sobre manejo irregular de fondos del arma. El gobierno lo protegió y lo mantuvo en el cargo pese a un procesamiento del que emergió sobreseído en primera instancia . Ahora, con una revisión de esa medida en segunda instancia y con decenas de subordinados golpeados y apartados de sus cargos por investigaciones de mucho menor envergadura, Bendini cayó. Pero, siguiendo el viejo lema peronista que reza: "el que saca, no pone", Garré tuvo que soportar que Bendini y sus protectores de la cúpula gubernamental definieran al sucesor: el general de división Luis Pozzi. Habrá que ver como siguen las hostilidades de ahora en más.
La derrota ante el campo determinó el deterioro del sistema de poder kirchnerista. Ese deterioro se observa en las grandes dificultades que tiene para mantener la disciplina en sus filas, la creciente incoherencia entre discursos y hechos, y la acumulación y divulgación de cuestiones que en los buenos tiempos el gobierno conseguía sin dificultad barrer bajo la alfombra.
Queda sin mencionar, claro, el tema de la valija de Antonini Wilson. La semana próxima, cuando la señora de Kirchner se encuentre en Nueva York, en un juzgado de Miami, el hombre del maletín estará haciendo su deposición ante el tribunal. Allí dirá de quién era la valija con los 800.000 dólares y a quién estaba destinada. Ya no se puede barrer bajo la alfombra.