El campo salteño, de pie

Una importante manifestación de agricultores está llevándose ahora mismo a cabo en la ciudad de Salta. Centaneres de tractores y otras máquinas agrícolas han desfilado por Salta. Gran número de familias vinculadas, de una u otra forma, con la producción rural, desafían las iras del Gobierno nacional y la indiferencia del Gobierno local. Image Miles de ciudadanos, hombre y mujeres libres, convocados por agricultores sin partidos, sindicatos ni gremios, llenaron las adyacencias de la Legislatura local en defensa de las reivindicaciones del campo. Pero también en defensa de las instituciones de la república, del federalismo, de la libertad de producir, y de una política de inclusión en el bienestar de extensas áreas territoriales y de dilatados segmentos sociales hoy marginados.

A nadie debería, a estas alturas, llamar la atención esta novedosa mezcla de reivindicaciones sectoriales con proclamas políticas de clara estirpe democrática. En cualquier caso, esta alianza entre la producción agrícola y la república democrática es una excelente noticia, de esas que construyen futuro.

Atrás, muy atrás, han quedado los tiempos en donde, como ocurriera a mediados de los años setenta, los agricultores argentinos (también en Salta) se movilizaron con la mente y el corazón favorables al golpe militar que, días después, habría de derrocar a la Presidenta Isabel Perón.

Hoy los agricultores movilizados saben que están haciendo una importante experiencia que los inserta definitivamente en la vida democrática de la Argentina.

Desean, además, vincularse sólidamente al mundo; un espacio global al que no temen y en donde, pese a ciertas desventajas que unas veces vienen del clima y otras de la localización territorial o de las políticas públicas, están compitiendo con éxito.

Han descubierto la fuerza de su unidad, de su acción colectiva, y de la importancia de vincular sus intereses legítimos con las instituciones de nuestra democracia republicana. Es por ello que aparece clara su voluntad de asociar al campo con la democracia, de insertar su interés sectorial dentro del interés general.

Quienes se manifestaron hoy en Salta no demandan el fin de las “retenciones” ni ventajas impositivas indebidas. Saben, y así lo expresan sus líderes, que deben contribuir a la solución de los problemas generales (el de la pobreza y el de la ausencia de infraestructuras, por ejemplo), y están dispuestos a hacerlo pagando impuestos razonables.

Sus rechazos, expuestos por todos los oradores salteños, son muy claros: No a una política confiscatoria que quita incentivos al aumento de la producción de alimentos y de energía. No a un gobierno centralista que ha tirado por la borda el régimen federal consagrado en la Constitución Argentina. No a medidas tributarias adoptadas sin la intervención del Congreso de la Nación. Reclaman también el fin de las querellas asentadas en el odio y el restablecimiento de la paz cívica que integre a todos.

Los manifestantes de esta mañana eran protagonistas conscientes de un nuevo proceso que, iniciado en el centro próspero del país, mas pronto que tarde, habrá de transformar a la Argentina.

Sin embargo, hay un dato que diferencia a los salteños de sus colegas del sur: Aquí las Cámaras agrícolas (Sociedad Rural, Cámara Regional de la Producción, Cámara del Tabaco) han desertado del envite, paralizadas por temores corporativos, expectantes por el cumplimiento de ambiguas promesas sectoriales, y envueltas en complejas tramas de intercambios con el Gobierno local.

A quienes, como es el caso de este cronista, han asistido a muchos actos políticos o sindicales, proselitistas, reivindicativos o, incluso, de intenciones revolucionarias, seguramente les habrá sorprendido este acto, su liturgia, sus proclamas y lo variopinto de sus protagonistas.

Desde temprana hora la Plaza Güemes fue llenándose de tractores, de maquinarias y de todo tipo de vehículos auxiliares de la producción agrícola. Algunos de estos tractores merecían estar en los museos, otros revelaban la modestia de sus propietarios, pero había también modernas maquinarias, poderosas, multifacéticas y dotadas, por ejemplo, de confortables cabinas para el conductor.

Los manifestantes no trajeron caballos, pero si gauchos pobres y gauchos pudientes a juzgar por la vestidura tradicional.

La desigual mezcla de vestimenta y calzado (alpargatas, zapatos de plástico o de gastado cuero, con botas bien curtidas, cómodos zapatos de piel de carpincho; sombreros alones, boinas vascas, y gorros tejidos; ponchos de lana de oveja y de vicuña), expresaba, de alguna manera, la diversidad de un nuevo conglomerado social que hace acto de presencia fundacional en la vida pública salteña.

Había allí familias propietarias de campos y de vacas, capataces, tractoristas (esa elite de la clase obrera rural), ingenieros, técnicos y asesores, algún que otro peón de campo, comerciantes del sur y del norte de Salta, transportistas, corredores de seguros, políticos retirados, diputados opositores, maestras jubiladas.

Los rostros delataban a los “gallegos” del Valle de Lerma y de la Colonia Santa Rosa, a los “turcos” del norte, a los descendientes de antiguas familias de agricultores salteños, y a los jóvenes profesionales que, con sus saberes, incorporaron a las tierras de Anta a la segunda revolución agrícola.

Cuando la mirada incorpora el filtro (devenido intrascendente) de la política partidaria, descubre a elegantes señoras de la desaparecida Unión Provincial (que en los años 60 y 70 intentaron en vano llevar a don Francisco Uriburu Michel al Congreso de la Nación), a emponchados líderes radicales (que aún hoy veneran a Miguel Angel Martinez Saravia, aquel progresista tabacalero de San Agustín), a enérgicos piqueteros opositores al matrimonio que gobierna desde Olivos (que han venido a traer su apoyo a los pequeños propietarios expoliados), a ex jóvenes peronistas que revisaron su absurda animadversión hacia la agricultura y los agricultores (uno de ellos, bien conservado, me decía justificando su presencia y su giro: “Los que gobiernan no han leído al Perón ecuménico, ambientalista y promotor del campo argentino”).

Una de aquellas señoras, sobriamente vestida de negro, esbelta en sus años, indignada con la visita de La Señora a los locales de BULGARI en Roma, improvisó una pancarta para invitar al Gobernador Urtubey a que se diera una vuelta por esta Plaza, mixta pese a la preponderancia de los agricultores, rugiente pero pacífica.

El sobrio locutor, de inocultable raigambre vallista, animó a la concurrencia que, benévola, le perdona los errores en los que incurre al leer los comunicados de protesta, o aquel sonoro que confunde los pimientos de Payogasta, con los de una inexistente Pañogasta.

Los propietarios, como viene sucediendo en el sur del país, se movilizaron con sus familias: las señoras exhibían pancartas, recogían firmas. Los jóvenes, notoriamente campesinos, flameaban banderas y formaban círculos de amigos. Los jefes de hogar dirigían la marcha de los vehículos, trajinaban cerca del palco, hasta terminar mezclados en una manifestación numerosa y compacta.

El momento culminante del acto fue el discurso pronunciado por el Ingeniero Bedoya, un líder emergente que impresiona por su energía, por su llaneza y por su detallado conocimiento de la agricultura regional y de su economía y potencial.

Los otros oradores, entre los que sobresalió el productor agropecuaro y senador peronista Alfredo Olmedo (h), se atuvieron a un libreto proligo y prudente. Unos fueron didácticos, otros enfáticos, pero todos contrastaron con el lenguaje mitinero y gastado de ciertos políticos locales. El discurso de Bedoya, conviene repetirlo, fue diferente por sus cuidadas maneras y por su poder de convicción.   

En resumen: La Plaza Güemes fue hoy testigo de un importante acontecimiento político y gremial.

Lástima que el Gobernador Urtubey haya decidido (prematura e injustificadamente, en mi modesta opinión) no acompañar, y (según parece) se niegue a recibir a los agricultores salteños auto-convocados.