'Acaso te llamaras solamente Cristina'

Llamar a la presidenta de la Nación sólo por su nombre de pila, omitiendo sus apellidos, constituye una licencia periodística de dudoso acierto. Presidenta Cristina Fernández de KirchnerSalvo el caso aislado de algún dictador, la prensa más seria suele aludir a los políticos -especialmente a los jefes de Estado- citándolos por su apellido o por su nombre completo. Nunca ha estado bien visto, por ejemplo, referirse a ellos por sus apodos.

Lo que sucede actualmente en la Argentina con la presidenta Fernández de Kirchner no registra apenas antecedentes en la historia nacional, pues prácticamente todos los que llegaron a ocupar la primera magistratura del Estado nunca fueron aludidos -al menos no de modo sistemático- sólo por su nombre de pila.

Los dos únicos casos que podrían llegar a plantear algunas dudas son los de las últimas esposas del presidente Perón: Eva Duarte, conocida casi universalmente como "Evita", no llegó sin embargo a ocupar la Presidencia del país, muy a pesar del hondo significado de su título cuasioficial de "Jefa Espiritual de la Nación"; Isabel Martínez, a la que llamaron "Isabelita" por reflejo mimético, si bien fue presidenta, prefirió -casi por razones obvias- utilizar, junto a su nombre, el apellido de su difunto esposo, por lo que las crónicas de la época, en su mayoría, se refieren a ella como "Isabel Perón" o "la presidenta Perón". Por de pronto, la boleta electoral de octubre de 1973 -que aparece más abajo- llevaba en letras muy grandes los apellidos "Perón - Perón".

ImageImage Lo curioso, en cualquier caso, que esta tendencia a la simplificación del nombre, que muchas veces encierra una reducción de la dimensión histórica del personaje, se produce en la Argentina en relación con políticas mujeres. No sucede ni sucedió con los hombres.

Kirchner fue Kirchner y no Néstor, aunque sus incondicionales hayan pretendido reducirlo a una letra (K). Alfonsín no fue Raúl, ni a pesar de su gran tirón popular. A Galtieri, por muchos motivos, nadie se hubiera atrevido a llamarlo "Leopoldo Fortunato". Illia y Frondizi brillaron por la sonora italianidad de sus apellidos, más que por su nombre, que por cierto, era el mismo. Ni Perón, al que sustituirlo por un "Juan Domingo" hubiera significado no sólo condenar al olvido a la Marcha Peronista (Perón, Perón, qué grande sos), sino exponer el augusto nombre presidencial a inoportunas y groseras rimas, como las que convirtieron en un calvario la vida del árbitro de fútbol señor Ithurralde.

Y así Rivadavia, Urquiza, Avellaneda, Sarmiento, Roca, Yrigoyen, Alvear y los salteñísimos presidentes Uriburu.

En España, tras un breve periodo en que la prensa de la transición le llamó por su nombre de pila (quizá porque durante la clandestinidad del PSOE se hizo llamar sólo "Isidoro"), Felipe González fue el presidente González, a secas. Casi todo el mundo recuerda la famosa exhortación del expresidente Aznar de "Váyase señor González". En la Argentina, sin embargo, alguna prensa llegó a llamarle "Felipillo".

La canciller alemana es Merkel para los alemanes y el mundo, por mucho que este apellido no sea el propio sino el de su anterior marido, algo que da la medida de la importancia que tienen los apellidos en la política. Hillary Clinton -aún aspirante- es "senator Hillary Rodham Clinton" o "Mrs. Clinton", según sea el humor del cronista. Es sólo "Hillary" para cierta prensa argentina y latinoamericana. En esta página del prestigioso New York Times -en donde se la menciona no menos de diez veces- no se alude a la señora Clinton, ni una sola vez, como "Hillary", a secas.

El uso exclusivo del nombre de pila, salvo, claro está, cuando los apellidos no existían y la gente importante de la política podía llamarse "Cleopatra", "Carlomagno" o "Marco Antonio", parece estar más vinculado a los sistemas demagógicos-populistas, a las dictaduras, a las monarquías más atradasas, que a las modernas repúblicas constitucionales. Para sus seguidores, Fidel Castro es sólo "Fidel", mientras que para la oposición cubana en el exilio y para el resto de sus enemigos es, simplemente, "Castro".

¿Es la condición femenina de la presidenta de la Nación la que determina este trato cercano? Si fuera éste el caso ¿No estaríamos en presencia de un tratamiento peyorativo, que agravia la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Será que la presidenta, señora Fernández de Kirchner, considera que el uso de su apellido de soltera más el de casada le restan especificidad política, habida cuenta de la cantidad de "Fernández" y de "Kirchner" que ya tiene su gobierno?

Tal vez se trata de otra cosa, aún menos confesable.

Pero el caso es que, con independencia de los deseos de la presidenta, la prensa respetuosa y bienintencionada debería negarse a este tipo de familiaridades que sólo revela superficialidad y escaso apego a las formas.

Al menos, Cátulo Castillo, en los versos de "María", dejó todo envuelto en una nebulosa de adverbios que aún suena misteriosamente bella: "Acaso te llamaras solamente María".