
Cristina Fernández de Kirchner, - la de Tolosa -, suele meter la pata y mucho con estas cosas. Se le nota demasiado su ignorancia, sus ganas de ser la protagonista, la estrella, y un afán obsesivo y muy contraproducente - de sobresalir por aspectos que cualquier mujer inteligente del siglo XXI, salvo que se dedique al show business, trata de limitar al máximo con el fin de brillar pero por algo que no sea su vestuario.
Protocolos aparte, la elegancia no radica en vestir con marcas caras ni en llevar zapatos y carteras al tono ni en colocarse encima y a la vez, tropemildoscientoscuarentaycuatro complementos o joyas; al contrario, radica en con poco o con lo justo estar atractiva y ubicada. Lo de ubicada lo digo en este caso por el cargo, el lugar, la complexión física y con mis disculpas hasta por la edad de la dama.
Cada momento y cada etapa tiene sus cosas; a estas alturas, en su cargo y moviéndose en el mundo de la política, vestirse como la Garbo pretendiendo al hacerlo ser cool y fashion, lo único que hace es situarte rozando lo ridículo y chabacano.
Ahora bien, si don Néstor fuera un multimillonario ruso y ella sólo su esposa, la cosa cambiaría y mucho; en el fondo así se visten muchas de las nuevas ricas de la antigua potencia de los zares, el telón de acero y la revolución del marxismo proletario.