
Tanto editorial como solicitada poseen valor suficiente para analizar no solo el momento actual sino también la concepción política que sostuvieron sus ejecutores en estos años. La profundidad y sinceridad del análisis dependerá, obviamente, de cada cual.
Las dos coinciden también en que se dirigen tanto al público general cuanto a los adversarios coyunturales que polarizaron la elección reciente. La alusión elíptica a las facciones internas no parece una declaración de guerra; es más bien una clara divisoria de aguas que anuncia lides partidarias más o menos inminentes y los consecuentes alineamientos o realineamientos, teniendo como meta el control del PJ salteño.
Ahí sí tantísimos espectadores cautivos esperamos la grandeza y responsabilidad de esa dirigencia, a fin de que no nos arrastren en su interna y con ella arrasen la gobernabilidad provincial hasta retroceder en todo lo avanzado. Algún conocimiento de causa me impulsa a tal afirmación: Salta y la Argentina han vivido y sufrido la eterna interna justicialista incluso desde antes de la terrible crisis del 2001.
¿Acaso no ha tenido mucho de interna lo vivido el 28 de octubre? Será útil confrontar el anterior con el proyecto de gobierno que nos presente Juan Manuel Urtubey, a fin de establecer si lo mejora, corrige errores o le da un giro de 180º.
Me llamó igualmente la atención el sentido de reproche que ambas piezas contienen respecto de la necesidad -loable, por cierto- de evitar la descalificación personal, la persecución ideológica y la confrontación como hábito político. Romero, que además aprovechó para aplicar a la cuestión provincial la consigna de Mariano Varela la victoria no da derechos, cuando todo el mundo sabe que sí los da y más en la política criolla.
O bien Los caminos básicamente son dos: podría optar (la nueva administración N. del A.-) por el juego chico, el de la politiquería, la exacerbación de las pasiones, el espíritu de revancha y los antagonismos en vez de la racionalidad, la grandeza de miras, el diálogo respetuoso, la convivencia y la sumatoria de esfuerzos (El Tribuno). Ahora bien, si se trata de no hurgar el pasado, ¿investigar los lados oscuros implica perseguir o exacerbar?
Para el diccionario de la Real Academia, transformación posee tres acepciones usuales: 1, cambio de forma a una persona o cosa; 2, transmutar una cosa en otra y 3, hacer mudar de porte o de costumbres a una persona. En las tres subyace evidente la idea de cambio, pero a los efectos de esta nota tal vez la más aproximada sea la tercera, pues la palabra -tal como se usó en ambas ocasiones- parece indicarlo.
Pero, ¿a qué tipo de transformación o cambio alude? ¿Alude a una completa transformación política, social y económica, a las tres, a dos de ellas o solo a una? Como sea, hemos de convenir que corresponde darle a ella una connotación positiva, es decir que toda transformación política y/o económica y/o social lleva implícita la idea de cambiar para bien, cambiar para mejorar; así lo percibo en el contexto de la solicitada y el editorial.
Si se aprecia de este modo, coincidiremos también que el gobierno de Romero ha obtenido logros innegables en materia de equilibrio fiscal, por ejemplo, según lo reconocen los operadores de la transición. Lo mismo puede decirse en materia cultural, turística, de infraestructura vial capitalina, minería, todo en su dimensión de escala sabiendo incluso que hay problemas de difícil solución porque depende de decisiones nacionales (caso del FFCC Belgrano, de la matriz energética, coparticipación federal, fletes, por citar algunos).
Pero tampoco se pueden ocultar dos aspectos claves: uno es la enorme deuda social, verificada en los índices de pobreza, desocupación, mortalidad infantil, violencia, drogadicción, siendo también éstos males nacionales; al respecto, no se ha notado ni siquiera un esfuerzo de transformación. La otra es nuestra penosa labilidad institucional, producto de una forma de concebir la política y que se comprueba palmariamente con la reciente cobertura de vacantes de jueces de Corte.
Ejemplos varios de debilitamiento del estado de derecho: la re-re-elección, el régimen electoral cepo, los super poderes para transferir partidas presupuestarias, la falta de rendición de ejecuciones presupuestarias, la escasa participación de los sectores intermedios (¿y el Consejo Económico y Social?), el clientelismo prebendario, la ausencia de diálogo político, la escasa predisposición a rendir cuentas, el manejo arbitrario de bienes del estado, la cuestión ambiental.
La balanza se desequilibra no tanto por las obras sino por las acciones: he aquí el punto para saber si la realidad cambió para bien. En consecuencia, si a la política no se le devuelve la dimensión ética, hablar de transformación y de plazos para lograrla será retórica pura. Ni este columnista, ni El Tribuno ni Juan Carlos Romero determinaremos qué tipo de transformación se ha vivido en Salta 1995-2007; eso ya es objeto del juicio histórico y bien que aún tenemos poca perspectiva para concluirlo positivo o negativo.
Mientras tanto, mejor desactivemos las hipérboles, por innecesarias y porque perturban la visión real de las cosas. Un sector de opinión anda buscando señales de un acuerdo básico y secreto entre Urtubey y Romero para sostener que nada cambiará y de paso justificar su postura política. No lo creo, por lo escrito hasta acá y porque soy de los que piensan que el árbol se conoce por sus frutos. Entonces esperemos pues los famosos primeros 100 días de gobierno.
Termino esta nota con una cita de Romano Guardini, extraída de su inestimable ensayo El poder (Ed. Cristiandad, Madrid, 1982), escrito en 1951, cuando reflexionando sobre lo que él denominaba el proceso de dominio del poder decía:
Las normas éticas valen por su verdad interna, pero actúan históricamente si hunden sus raíces en los instintos vitales, en las tendencias del alma, en las estructuras sociales, en las instituciones culturales y las tradiciones históricas. El proceso de que hemos hablado destruye las antiguas raíces. En su lugar aparece [ ] todo lo que designamos con el nombre de organización. Pero la organización sola no crea ninguna moral. Quien quiera oír que oiga.