¿Por qué no tributo a la Pacha Mama?

La Pacha Mama o Madre Tierra es una divinidad de los pueblos originarios andinos. Es la madre de todos los vivientes, la que asegura la fertilidad y la continuidad de la vida. Para honrarla, se le hacen ofrendas que se colocan en un hueco que se practica en el suelo: un puñado de granos, la coca, un poco de vino; también, un poco de los primeros frutos recogidos o de los alimentos que se han de compartir. Es costumbre que, antes de beber, se arroje a la tierra el equivalente del primer trago, para propiciar sus favores. El 1 de agosto es el día de la Pacha Mama y se le rinde diversos homenajes; en el ámbito doméstico, se encienden sahumerios para alejar los malos espíritus, las pestes y para invocar la protección de la divinidad y atraer prosperidad.

No me parece mal que los miembros de los pueblos originarios, los que conservan la fe en esa divinidad primitiva, conserven su culto y lo manifiesten como les parezca. No me parece mal, aun cuando esté ya mezclado con la fe cristiana.

Sin embargo, no entiendo que los cristianos, entre cuyas creencias está la fe en Dios Creador, frente a quien la tierra no es sino una de sus criaturas, rindan culto a la Pacha Mama. Tampoco entiendo que lo hagan agnósticos y ateos que rechazan formas más elaboradas de religión. Si lo hacen por verdadera creencia, me parece algo muy incoherente; si es por esnobismo, o por algún otro motivo que tiene que ver con las apariencias, para no pasar por anticuado o cerrado, me parece falto de respeto hacia aquellos que sí creen.

La incoherencia frente a la fe cristiana o frente al ateísmo o al agnosticismo, proviene de que la Pacha Mama pertenece a un paradigma arcaico que concibe la vida como un don proveniente de esa divinidad; ella es la madre indiferenciada, no personal, anterior a la concepción de la familia, a los vínculos únicos de la madre con su hijo, al valor de la persona humana por sobre cualquier otro elemento del mundo natural.

Esa maternidad indiferenciada se articula con la preeminencia de la comunidad por sobre el individuo. Los pueblos originarios andinos, al tiempo del encuentro con los europeos, estaban dominados por el Imperio Inca, muy avanzado en su ingeniería física y social y en su casi invencible aparato de guerra. Pero estos pueblos, incluso sus poderosos patrones, no conocían la escritura, ni la rueda, ni la moneda ni la libertad personal.

La persona no tenía el valor que le da nuestra cultura actual; por mucho que admiremos algunas obras y algunas prácticas comunitarias, no cabe en nuestro paradigma de valores ampliamente consensuados en el sistema internacional de los derechos humanos, una concepción tan lejana respecto al valor de la vida, de la libertad y de los derechos de cada uno.

La Pacha Mama pertenece a un universo arcaico. Elijo el nuestro, en el que la tierra es el origen de la mayor parte de los alimentos gracias a cultivos cada vez más configurados por la ciencia y la tecnología. Es una elección que no ignora el respeto debido a la tierra como medio ambiente, al equilibrio ecológico, al compromiso con la conservación de sus recursos para las futuras generaciones. De vuelta de una civilización fundada en los valores que priorizan la persona sin ignorar las comunidades ni las sociedades más complejas que habitan el Planeta, podemos reconocer en éste nuestra heredad común, una Tierra Madre que es al mismo tiempo el espacio de nuestra vida, la fuente de nuestro sustento, y nuestra obra colectiva de conocimiento, trabajo, extracción, cultivo, conservación, transformación. Nuestra Tierra es nuestra casa; también, nuestra obra, nuestra responsabilidad.

No tributo a la Pacha Mama. Trato, desde mi modesto lugar, de cuidar la Tierra.

(*) Es Licenciada en Filosofía. Reside en Salta.