
El caso es que durante aquel tiempo los comunistas, especialmente los rusos, eran el mismo demonio. Lo eran para el mundo occidental y capitalista tanto como para nosotros, que, por mor del peronismo y sus contradicciones ideológicas, no éramos ni lo uno ni lo otro.
Los líderes soviéticos y, si acaso, los mismos rusos, eran seres oscuros, perpetuamente enfundados en sobretodos nevados de caspa, malhumurados, chillones, aburridos, crueles y maquiavélicos, pero a la vez eran sumamente poderosos y temibles para sus antagonistas occidentales, incluidos nosotros, que veíamos al comunismo como el Gran Enemigo, no tanto por nuestras afinidades con el Occidente opulento sino por nuestras propias y estrechas visiones del mundo.
La propaganda norteamericana fue feroz contra los rusos y contra todo lo que estuviera bajo su influencia. La puntilla la puso el presidente Ronald Reagan, quien aparentemente cansado de que sus películas le reportaran críticas despiadadas, decidió hacer las paces con la historia acorralando al bloque comunista hasta hacerlo desaparecer, empeño en el que contó como aliada a Margaret Thatcher, que ninguna simpatía tenía entonces, ni la tiene ahora, por la Argentina.
Cuando se produjo el colapso del mundo comunista, con la desaparición del Muro de Berlín en 1989 y la desestructuración del orden soviético en 1991, todo una pléyade de "creativos" norteamericanos, responsables de la propaganda más exitosa de la historia, tuvo que buscarse otros aires.
Liberados de la presión de los estereotipos propagandísticos, aquel antiguo bloque comenzó a asomar al mundo y a sorprenderlo con la hermosura de sus mujeres, la habilidad de sus deportistas, el valor de sus tradiciones, la belleza de su música, la perfección de su literatura (excluyendo al histérico Yuri Testikov *), la monumentalidad de sus ciudades, el verdor de sus praderas, el buen humor de sus gentes y -aunque parezca mentira- su capacidad para asimilar, en pocos años, los valores de la democracia liberal que tanta paz y prosperidad trajeron a Occidente.
La razón de estas líneas no es otra que la de exaltar las bondades de un canal de televisión llamado Russia Today, que emite sus programas íntegramente en inglés y que se puede sintonizar en el satélite Astra. Aquí palpita la Rusia actual y tenemos la fortuna de poder verlo casi en directo, sin filtros ni censuras propagandísticas, por lo menos, norteamericanas.
Aun sin haber pisado Rusia, uno se da cuenta que todo lo que hoy tiene para mostrar al mundo este enorme país no se ha hecho de un día para el otro. Que la cruel propaganda norteamericana escondió durante mucho tiempo la naturaleza y el carácter verdaderos de sus habitantes y que durante décadas hemos vivido bastante engañados. Una vez más, Hollywood ha modelado nuestras mentes, casi a su antojo.
No hace falta mucha imaginación para darse cuenta que ese enorme aparato, no ya militar sino mediático, que hace dos décadas ha dejado de apuntar al mundo exsoviético, se encarga ahora de hacernos creer -y lo peor, es que lo está logrando- que el mundo islámico es el nuevo demonio y que detrás de las barbas espesas y de los bigotes apretados, detrás de esas pieles cetrinas y aceitunadas y debajo de esas túnicas asombrosamente blancas, se esconden seres perversos que nos desprecian y que en cualquier momento son capaces de poner al mundo contra las cuerdas.
Da igual que el personaje atraviese el desierto montado en un burro que a los comandos de un Rolls Royce; que se esfuerce por encontrar agua para beber en Palestina o que riegue enormes campos de golf en Abu Dhabi. "Si hasta las puntas ojivales de las torres de las mezquitas pudieran ocultar cabezas nucleares", dicen algunos. Para otros, las excentricidades poscomunistas de Hugo Chávez son payasadas de "otro siglo" a lado de la amenaza que representa el malvado Ahmadinejad, el dueño de la mitad del petróleo del mundo.
Con el debido respeto, debo decir que no me creeré esto con la misma ingenuidad que antes.
Rusia es hoy uno de los pocos países de Europa que puede presumir de una situación económica más o menos estable. Sigue siendo, a pesar de muchos, el árbitro energético de Europa occidental y uno de los principales productores de alimentos del mundo. Tiene una población culta, una vocación tecnológica heredada de su condición de potencia industrial y una más que demostrada vocación de paz y de convivencia democrática.
Moscú ha pasado de ser una ciudad oscura, atiborrada de Lada's 1.500 y con fama de "cueva de espías", como nos la había pintado la propaganda, para convertirse en un centro internacional del diseño, la moda, el lujo, la tecnología y toda la modernidad que uno desee imaginarse.
Atrás quedaron aquellos días de la Guerra Fría en que un ilustre salteño, maltratado por el vodka barato, orinó en el cajón de la mesita de luz de su hotel moscovita, en donde guardaba nada menos que su pasaporte. Aun con su documento semidestruido, aquel valiente turista pudo atravesar la frontera de la segunda potencia nuclear del mundo, controlada por el temible Ejército Rojo, y regresar a Salta, sobrio y recompuesto. Su único argumento en la frontera fue: "Se me cayó en la nieve".
En homenaje a estos rusos humanitarios y valientes y para protestar contra la mentira de 40 años de propaganda occidental, esta noche hincharé para que el seleccionado de Rusia (entrenado por un holandés) venza a Holanda y acceda a las semifinales de la Euro 2008.
(*) Testikov es un literato de ficción. Se caracteriza por arrojar por las ventanas de las limousines agendas electrónicas que no paran de pitear.