
En 1837, cuando tenía 26 años, Juan Bautista Alberdi señaló que en 1810 la Argentina había comenzado un proceso de cambio que sólo había alcanzado entonces su primer objetivo: la independencia externa. Quedaba por delante la tarea de lograr la independencia interna, la que se alcanzaría gradualmente, en un clima de paz, de la mano de la ley, del perfeccionamiento social y del mejoramiento educativo y cultural. Tenemos que sembrar para nuestros nietos. La Edad de Oro de la República está adelante, no atrás, afirmó.
Además de pensar el pasado, el Bicentenario debe servir para que los argentinos imaginen el futuro como un horizonte de expectativas y de posibilidades. En 1910, la conmemoración del Centenario de Mayo, además de los festejos y los visitantes, incluyó una vasta producción cultural, uno de cuyos componentes fue la construcción de una imagen del país, el inventario de sus bienes materiales y culturales y la reflexión acerca de su pasado y la apertura de interrogantes respecto a su porvenir. El Bicentenario es, debe ser, oportunidad para la producción, difusión y debate de ideas abiertas a ese futuro que Alberdi intuyó como la Edad de Oro de la República Argentina.
Más adelante Caro Figueroa reflexionó:
Así como para algunos el futuro consistiría en la repetición más o menos textual, ampliada o corregida del pasado, para otros el futuro significaría la omisión lisa y llana del pasado, la ruptura traumática con todo pasado. No se trata de hacer pronósticos catastrofistas ni triunfalista; se trata de hacer una proyección verosímil de las tendencias que puede seguir una sociedad.
También recordó el crecimiento cultural de Salta y la necesidad de planificación:
Cuando yo nací la ciudad de Salta tenía menos de 100 mil habitantes, hoy tiene más de 600 mil habitantes y ese crecimiento de la ciudad impacta en nuestras vidas e impacta en la cultura. Recuerdo que hace poco más de 30 años una oficina de cultura en el viejo palacio de la Legislatura, un pequeño espacio físico, dos o tres escritorios, dos o tres empleados, un director de cultura, a eso se reducía físicamente lo que se llamaba el organismo cultural de Salta.
Hoy esta Secretaría de Cultura tiene a su cargo 17 edificios, algunos de los cuales son los más importantes del centro histórico de Salta; tiene alrededor de 600 personas contando todos sus cuerpos artísticos estables como la Orquesta Sinfónica y el Ballet; tiene responsabilidades sobre museos que están en el interior de la provincia, tiene cuatro direcciones generales, una actividad muy compleja y tiene, sobre todo, crecientes demandas culturales que, por supuesto, son saludables, pero que también deben ser abordadas no solamente con herramientas presupuestarias -porque sería muy fácil- sino con un cambio de visión de lo que es nuestra realidad.
Cuando nosotros hemos hablado de la necesidad de que la cultura sea un instrumento de inclusión social, no estamos haciendo una apuesta retórica, estamos diciendo que es una realidad de fondo, sobre todos en países donde hay un largo camino para recorrer para la inclusión cultural. Hemos recordado que un ministro de Cultura de Francia, André Malraux, dijo que así como el siglo XIX y parte del comienzo del XX había sido el siglo del combate contra el analfabetismo, los finales el XX y el siglo XXI sería el momento de comenzar a librar una segunda batalla no menos decisiva que es la batalla contra lo que él llamaba el analfabetismo artístico.
Cuando dijimos ayer que solamente el 1% de la población de Salta accede a los bienes culturales, se interesa por ello, consume, estamos diciendo parte de un dato que debe importar tanto como los otros indicadores de exclusión social. Tenemos que pensar la provincia y el país, no solamente desde el presente, tenemos que pensar la historia para que nos sirva para acotar el margen de los errores que cometimos.
Tenemos que incluir como tema la previsión, tenemos que medir las consecuencias que tienen las decisiones que adoptamos como instituciones, incluso como personas. Tenemos que incluir la dimensión regional para pensarnos, la dimensión nacional también y por qué no la dimensión global; esta palabra que está cargada de un sentido muy negativo a veces. Pero nosotros estamos en el mundo y esa forma de estar en el mundo tiene que hacernos no solamente plantear cuestiones de enfoque instrumentales; tenemos que decir sin ningún tipo de sonrojo ni temor que la cultura debe reconciliarse con los valores, que la cultura debe poner en el centro parece obvio- a la persona humana, que no solamente la cultura la hacen las personas sino que ellas son las destinatarias de ese trabajo.
En otro momento, el Secretario de Cultura advirtió sobre la necesidad de rescatar algunos conceptos culturales desde una visión humanista:
Tenemos que instalar el valor de la solidaridad, tenemos que ver hacia la sociedad. En los años 50 y 60 estaba de moda el concepto de compromiso social, quizá halla que revalorizar ese concepto. A veces esa idea de compromiso tomó caminos demasiado veloces, se apartó de los caminos éticos, incluso de la misma cultura.
La inteligencia, la cultura debe reconciliarse con el hombre, con la vida. Y hay una palabra de aquellos años también caída en desuso, también condenada, sospechosa, una palabra antigua, que es la palabra humanismo. No tiene ninguna connotación ideológica, necesitamos eso, necesitamos para hacer cultura reinstalar el diálogo, porque la cultura no puede ser indiferente a la convivencia entre los seres humanos.
En muchos países la cultura se ha tejido a través no de grandes medidas, de mega emprendimientos estatales, que vinieron de mano de los mecenas, se tejió a través de algo tan simple como la conversación y el diálogo. Tenemos pudor ante el diálogo, quizá porque nos presenta como personas débiles y de talante vulnerable. El diálogo es una señal de fortaleza y fortalece el tejido social. Los argentinos hemos pasado, años no dialogando, desconociéndonos, prejuzgándonos.
Esto que aparentemente es muy lejano del tema de la convocatoria de este Congreso, me parece central. A riesgo de ser políticamente incorrecto, creo que tenemos que tratar de pensar como pedía también Alberdi, no solamente con nuestras propias cabezas, por supuesto sin desconocer todo lo que hay alrededor nuestro como sociedad, sino tratar de sacudirnos una serie de prejuicios, de estereotipos que han bloqueado a la sociedad argentina.
Nosotros somos todavía una sociedad bloqueada. Tenemos grandes energías, y esto no es incurrir en un optimismo fácil, tenemos que tomar en nuestras manos nuestro propio destino y así como Alberdi habló hace muchísimos años, antes que Habermas, de ese patriotismo constitucional, también tenemos que sustituir los campos de batalla por el heroísmo del trabajo de la vida cotidiana. Ese heroísmo de los maestros, de los que trabajan, de los que producen, ese heroísmo menos visible, menos rutilante, ese heroísmo es el que construye a las sociedades. La cultura tiene que ser muy carnal, tiene que tomar contacto con todo eso sin decaer un gramo la calidad de la cultura.
Finalmente remarcó:
Nosotros tenemos no que rebajar la cultura como se dijo, sino que elevar a la sociedad hacia los mejores bienes culturales. No lo hace una administración, no lo hace una gestión oficial de cultura, se hace a través de mucho tiempo, se teje con mucha paciencia. Esta es la tarea que tenemos por delante; recuperar una visión. Vuelvo y termino con Alberdi, sembremos para nuestros nietos, porque la edad mejor de la Argentina es algo que está por construir.