
El Día de las Escritoras es una conmemoración iniciada en España para recuperar el legado de las mujeres escritoras, hacer visible el trabajo de las mujeres en la literatura y combatir la discriminación que han sufrido a lo largo de la historia.
Organizada por la Biblioteca Nacional de España (BNE), la Federación Española de Mujeres Directivas (FEDEPE) y la Asociación Clásicas y Modernas para la igualdad de género en la cultura, la celebración se convoca el lunes siguiente a la fecha del 15 de octubre, festividad de Teresa de Jesús. En 2019 se celebra el 21 de octubre.
"Es importante reivindicar este día porque constantemente las mujeres del mundo de la literatura, de la cultura y la historia son olvidadas. Y hoy sigue pasando. Son ignoradas en las listas de los mejores libros del año, los programas culturales o los estudios. Tenemos que luchar para que esas escritoras tengan el lugar que se merecen. Hay que restablecer la verdad histórica", afirma la escritora Laura Freixas, presidenta de la asociación Clásicas y Modernas.
Mujeres, amor y libertad
La cuarta edición de el Día de las Escritoras se adentra en el tema del amor, desde la perspectiva de las mujeres, a lo largo de cinco siglos. El intento es más original de lo que parece. Si consideramos la escasa libertad intelectual que ha tenido la mujer en la Historia, resulta inevitable deducir que el relato del amor, que atraviesa nuestra cultura, es una construcción masculina. La relación de las mujeres con el amor ha sido de gran intensidad, qué duda cabe. Pero la autoría del relato no es suya. Así, las voces de estas diecinueve escritoras españolas y latinoamericanas quizás nos ofrezcan una visión particular sobre un territorio en el que, en cierto modo, son extranjeras. O lo fueron.Muchas mujeres pueden no sentirse reflejadas con este planteamiento. Y tendrán razón, porque ¿a qué llamamos exactamente amor? ¿Existe palabra más subjetiva y polisémica? ¿Y qué relación tiene con la palabra libertad, que también aparece en el título de esta antología?
El universo femenino ha girado alrededor del amor desde la noche de los tiempos. Excluidas del ámbito del conocimiento y el desarrollo profesional, relegadas a la dependencia del hombre, es posible que el amor haya sido, demasiadas veces, la única fuente de riqueza de las mujeres. Una posibilidad de realización personal en su condición casi exclusiva de amantes, madres y cuidadoras. Una importante fuente de felicidad.
Y un arma de doble filo, que una óptica contemporánea no puede dejar de revisar.
Hoy es ineludible reconocer que el precio de esta entrega amorosa, desequilibrada por exceso, es su utilización como mecanismo de dependencia y sometimiento. ¿Podemos preguntarnos qué visión tendría de sí misma, por ejemplo un ama de casa, si sustrajésemos de su vida cotidiana el relato amoroso? Un paso más allá, el mito del amor romántico espolea relaciones de posesión que, demasiadas veces, acaban en violencia de género. Ese amor incondicional que predica la pérdida de la individualidad y, en consecuencia, de la propia identidad.
La ficción ha trazado sin descanso las líneas de un relato turbulento, dotando de peligrosa belleza a la relación supuestamente inseparable entre el deseo y el sufrimiento. Los versos más hermosos han entrelazado amor y dolor. Como si una cosa no fuese posible sin la otra… Dos citas:
“El día en que una mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fortaleza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”. Simone de Beauvoir.
“Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay”. Emily Dikinson
Estamos ante un tema profundamente controvertido.
Nuestra antología inevitablemente esboza una historia; las diecinueve escritoras son sus protagonistas, y encaran el tema desde ópticas muy distintas. Queremos iluminar no sólo la audacia de su palabra, sino también el coraje que supuso, en muchas de ellas, simplemente escribir, publicar o estrenar en un escenario hostil. Pero existen muchas otras historias posibles. La selección que aquí proponemos es tan personal y subjetiva como el tema que nos ocupa.
Nuestra historia empieza con dos monjas y tres dramaturgas que escriben sobre el tema con particular osadía. Un dardo de fuego atraviesa el corazón de Teresa de Jesús, cuando las mujeres encuentran en el encierro del convento, paradójicamente alejadas del amor carnal, una posibilidad de escribir de amor. La narración de Teresa de Jesús abre las puertas de una escritura íntima, de una libertad introspectiva casi salvaje, que tardará siglos en reaparecer con tanta fuerza. El amor sublimado de la mística trasluce erotismo.
“Le veía en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas”, escribe Teresa de Ahumada, desde la libertad de su celda.
Del convento al teatro, décadas más tarde, la dramaturga Feliciana Enriquez de Guzmán -dice la leyenda que estudia en la universidad de Salamanca disfrazada de hombre- parece encontrar su territorio de libertad creadora en sus delirantes Entreactos. Es ahí, en esas piezas menores, donde despliega un mundo humorístico y esperpéntico, y juega con una idea escandalosa del matrimonio: tres personajes femeninos desean amores bígamos. Y los consiguen.
“Gócense desposados y desposadas; gócense los seis Ninfos, con sus tres Gracias”.- cantan alegremente todos los personajes, como punto y final.
Otra dramaturga del Siglo de Oro, Ana Caro de Mallén, crea un personaje femenino enamorado, de una fortaleza y una complejidad poco común. La autora olvidada, famosa en su tiempo -se sabe que nació bajo la condición de esclava y acabó siendo una de nuestras primeras escritoras remuneradas-, concede a su Leonor tanta belleza y ternura como capacidad de acción. Incluso violencia física. Aunque el personaje acabe subordinándose al hombre, la osadía de estas dramaturgas da qué pensar.
¿Cómo sería nuestra relación con el amor, si los modelos fundamentales de comportamiento que la ficción inculca, hubieran sido creados por escritoras, con las mismas condiciones de libertad intelectual que sus colegas hombres? Nunca lo sabremos.
Mientras tanto, desde otros conventos, al otro lado del mar, Sor Juana Inés de la Cruz, rebelde, delicada y firme, explica la más sublime calidad de amor, dedicándole versos a una mujer. Tendrán que pasar siglos para que Esther Tusquets dé luz a una historia de amor homosexual, en su novela, El mismo mar de todos los veranos.
En el Siglo XVIII, la tercera dramaturga de nuestra historia, Isabel María Morón, empieza su única obra conocida Buen amante y buen amigo, con una escena de violencia de género de estremecedora actualidad.
Concepción ArenalComo un faro en la tormenta surge poco después Concepción Arenal. El horizonte se ilumina con su análisis demoledor de la liberación de la mujer, a través de la evolución del hombre, que se civiliza y busca el amor para ser feliz:
“Cuando su corazón empieza a tener necesidades; cuando observa que en aquel ser -la mujer-, donde al principio no había visto más que belleza material, hay tesoros de amor que pueden serlo de dicha para él, entonces el instinto se hace sentimiento…”, escribe Concepción Arenal.
Irrumpirá pronto Carmen de Burgos, derrochando lucidez con su reflexión sobre la necesidad de legalizar el divorcio, no como mecanismo para liquidar el amor, sino para amar mejor.
Y es en la correspondencia entre Emilia Pardo Bazán y Pérez Galdós donde asoma ese hombre civilizado que dibujó Arenal, que quizás empieza a necesitar a la mujer plena, para poder amarla. En las cartas de la escritora –“Miquiño mío; te como un pedazo de mejilla…”– aparecen destellos de una relación amorosa igualitaria, que vive sus propias infidelidades sin dramatismos.
«De mis picardías, ¿qué quieres que te diga? Tu eres más indulgente para ellas que yo misma”, escribe Pardo Bazán. Pero da un paso más allá, en la defensa íntima de la individualidad en el amor. “Bien te alcanza la filosofía y la razón para comprender que a nadie humilla lo que hace otro, y que solo las acciones de uno mismo honran o avergüenzan.”
Lo dirá también, a su manera, la poeta Cubana Dulce María Loynaz, “Si me quieres, no me recortes”. O más tarde Montserrat Roig: “¿Y si en realidad vivimos separados los unos de los otros, y solo nos reencontramos cuando nos deseamos?”.
Alejandra PizarnikLa misma búsqueda de la identidad con que se debatirá Alejandra Pizarnik en sus diarios, contraponiendo la idea femenina del amor con su necesidad de crear.
“La incapacidad de amar me ha de llevar (…) a una individualidad fuerte y productiva; mi temperamento artístico crecerá considerablemente. (…) Pero… ¿has de ser feliz algún día? ¿Has de sentir en tu alma el genuino reflejo de un amor pleno?” (…) ¿Habrás vivido, Alejandra?”
Antes y después la materia amorosa se vuelve poesía. El amor tormentoso de Alfonsina Storni. Los colores de Ernestina de Champourcin, Maruxa Orxales o Robustiana Mujika Egaña. El amor sanador en tiempos de guerra de La voz dormida de Dulce Chacón. La madurez de Anna Murià, que le regala a su hija El gran bien. Libertad para dudar: “El odio nace en el que tiene razón, el amor en el que duda”.
La calma de Carmen Laforet, cuando su Paulina nos dice: “El amor se parece a la armonía del mundo, tan serena. A su inmensa belleza…” Ojalá.
Sí: las escritoras han hablado mucho de amor; un espacio emocional decisivo para los seres humanos. Han expresado sus luces y sus sombras. Queremos penetrar en ese laberinto.
Clara Sanchis
Comisaria del Día de las Escritoras 2019.