Techar un anfiteatro con una lona es lo mismo que darle una mano de cal a las Pirámides de Egipto

  • La medida, dispuesta por la Municipalidad, ha concitado el rechazo de expertos en arquitectura y amantes de la cultura en general.
  • Polémica decisión municipal

Los otros días se ha sabido que el anfiteatro que se halla emplazado en el Parque San Martín de la ciudad de Salta y que lleva el nombre del artista salteño Gustavo Leguizamón, ha sido dotado de una aparatosa estructura metálica que soporta una cubierta de lona.


La idea de quienes han montado esta techumbre se basa en la necesidad de proteger de los elementos (viento, frío, lluvia, calor, etc.) a los espectadores que pueblan las gradas del anfiteatro.

Pero esta necesidad ya había sido prevista por los arquitectos romanos -que fueron los que inventaron estos espacios- pues ya en aquella época algunos teatros, anfiteatros y circos estaban protegidos por lo que se conoce como «velarium».

El «velarium» tiene la característica de ser una cobertura desplegable de tela compuesta de varias hojas que primero fue de cáñamo y más tarde de lino, ya que este último material es más ligero y no requiere que las piezas de tejido sean montadas -como en Salta- sobre una imponente estructura metálica.

Como otros anfiteatros de la época, el famoso Coliseo romano estaba dotado de un «velarium».

El cuarto y último nivel de la fachada del imponente edificio estaba constituido por una pared de cierta altura, en la cual, junto a otros elementos arquitectónicos, había 240 ménsulas de piedra que servían de apoyo para unos postes, que sobresalían del edificio y constituían los soportes del inmenso «velarium», que por cierto servía para cubrir el área conocido como cávea (lugar en donde se sientan los espectadores) y no todo el Coliseo.

Según los críticos del cerramiento metálico-textil del anfiteatro de Salta, tanto los materiales utilizados, como su disposición anulan por completo los beneficios de un «velarium», cuya finalidad principal es la de crear una corriente ascendente de ventilación y una circulación de aire que permitiera que los espectadores se beneficiaran de una brisa fresca.

Lo que se ha hecho en Salta es, al contrario, un «invernadero», dicen.

Otro detalle que no ha pasado desapercibido por los que defienden la pureza de estos espacios es el hecho de que los «velarium», una vez retirados, dejan al anfiteatro en su estado original, mientras que en Salta, aunque se retirase la lona ignífuga que lo cubre, queda subsistente y a la vista de todo del mundo una portentosa estructura metálica que hace lucir al pequeño anfiteatro como un tinglado al que se le han volado las chapas.

Se olvidan -comentan los críticos- de que el espacio ha sido concebido como un lugar destinado a espectáculos al aire libre y que la propia apertura del espacio está relacionada con la libertad. El «velarium» no solo es un recurso excepcional sino que además debe procurar que la sensación de libertad que, para artistas y espectadores, proporciona el anfiteatro no quede desvirtuada por la sensación de encierro.