Gustavo Sáenz y Pachula Botelli cantan a dúo La Pomeña, en presencia de Eulogia Tapia

  • El Intendente Municipal de Salta, Gustavo Sáenz, y el pianista Arturto Botelli, rinden homenaje a Eulogia Tapia, cantando la zamba que la inmortalizó, durante el acto de inauguración de la nueva escuela municipal de música.
  • Un dúo memorable
Aunque la homenajeada estaba un paso por detrás de los intérpretes, huérfana de luces y sin posibilidad de ejecutar su instrumento -la caja-, en esa «tierra de poetas y cantores» que de tanto en tanto ensalza el Intendente Municipal, se tributó un afectuoso homenaje a Eulogia Tapia, el bucólico personaje que hace décadas inspiró a Manuel J. Castilla y al Cuchi Leguizamón para pintar el cuadro más memorable e imperecedero de la agreste soledad de La Poma.

Al micrófono, dos de los hijos más dilectos de esta prolífica tierra de cantores, como lo son Gustavo Sáenz y Arturo Botelli.

A decir verdad, el dúo no estuvo demasiado bien ensamblado. Se podría decir que después de escucharlo, ese soberbio artista que fue Patricio Jiménez se debe de haber revuelto de ganas de ir a tirarle de las patas a los dos cantores municipales, con permiso del siempre entonado y armonioso Chacho Echenique.


Ese barítono profundo que es Sáenz, no se sabe bien si por su carácter humilde o por la solemnidad que impone su cargo, se cantó media zamba con las manos juntas por debajo de la cintura, como si en vez de homenajear a una pastora de La Poma estuviera a punto de entregarle las llaves de la ciudad al Embajador de Corea del Sur.

Más histriónico y desenfadado, Pachula Botelli se movía como Gene Simmons, el líder de Kiss, aunque el insigne músico salteño salió airoso del singular desafío que supuso cantar la zamba en Re Mayor, un tono más ajustado al registro del Intendente que al suyo.

Aparte de los ligeros fallos de sincronización folklórica, el detalle de la noche fue sin dudas que mientras Sáenz cantaba esos versos que dicen «mirando flores de alfalfa, sus ojos negros se azulan» el que adquirió un preocupante tono azulado (casi cianótico) fue Sáenz, y no Eulogia Tapia, que seguía fuera del alcance de los focos y con su rostro impasible, del color ancestral del trigo aquel de las altas planicies que Castilla imaginó que maduraba en su cintura.

A todo esto, con el correr de la zamba y a raíz de la iluminación, su compañero Botelli iba tomando tonalidades rosáceas y se iba pareciendo cada vez más a Pitufo Perezoso, después de haber sido picado en la cola por una mosca púrpura.