
(LUIS CARO FIGUEROA - PARÍS 18.00 H) - En la iglesia de San Juan Bautista del barrio parisino de Belleville (19º arrondissement) se ha celebrado esta mañana una misa solemne para conmemorar los cien años del nacimiento de Edith Piaf (1915-1963), la artista de music-hall más grande que ha dado Francia en todos los tiempos.
He tenido la suerte de poder asistir a la misa, al homenaje que un numeroso grupo de seguidores realizó en su tumba, ubicada en el cercano cementerio de Pére Lachaise, y al «homenaje cantado» que siguió después del oficio religioso, durante el cual quien estas líneas suscribe se dio el gusto de cantar, junto a otros asistentes, un pasaje del Hymne a l'amour, la canción que Piaf escribió con Marguerite Monnot en 1949.
A pesar de mi francés con notorio acento vallisto, ninguno de los presentes pudo darse cuenta -afortunadamente- de que aprendí esta maravillosa canción, no en París ni en Nueva York, sino en Cerrillos, hace más de treinta años y gracias a la paciencia de santa de una dama francesa: la señora Mimí Jacquemond de Garcin, madre de mis viejos amigos Pierre-Jean y Marithé.
La misa fue celebrada por el padre Stéphane Esclef, quien recordó que la artista fue bautizada en esta misma iglesia. Entre los asistentes, estaba el señor Bernard Marchois, creador en 1967 de la Asociación de Amigos de Edith Piaf, y que conoció personalmente a la cantante en los últimos años de su vida. También, la actual presidenta de la Asociación, la cantante Jacqueline Boyer, hija de Jacques Pills, quien estuvo casado con Piaf entre 1952 y 1956.
Boyer, que fue junto a Germaine Ricord, una de las protagonistas del homenaje cantado, aprovechó la ocasión para anunciar que hoy sábado y mañana domingo subirá a escena en el teatro Déjazet, en el 41 del Boulevard du Temple, la comedia musical Piaf The Show (Piaf! le spectacle), para celebrar el centenario.
Parece extraño que para recordar a una artista de la dimensión universal de Piaf sus seguidores hayan decidido celebrar una misa. Pero la de hoy no ha sido ni mucho menos la primera, ya que todos los 11 de octubre -la fecha de su muerte- las misas ocupan un lugar especial entre los diferentes homenajes que se tributan a la artista.
Digo extraño, porque es sabido que la Iglesia le negó a la cantante en su momento un funeral religioso, como forma de tomar distancia de su trágica vida. Pero Piaf era muy creyente y cultivaba una devoción muy especial por Santa Teresita del Niño Jesús. Uno de los miembros de la Asociación, que siguió muy de cerca la carrera de la cantante, me comentaba que las misas son la mejor manera de honrar y respetar sus creencias. «Edith Piaf rezaba todas las noches, iba a las iglesias de incógnito siempre que podía, en todo el mundo», me decía.
El centenario de Piaf se celebra todo el año, lo que incluye la gran exposición sobre la cantante en la Biblioteca Nacional de Francia, la inauguración de una nueva estatua en el Museo Grevin o los homenajes de junio en Francofolies de la Rochelle.
Después de la experiencia de hoy, estoy convencido de que Edith Piaf sigue siendo, más de medio siglo después de su muerte, el icono de París para el mundo, a la altura de la Torre Eiffel. Así lo demuestran los numerosos homenajes a la capital francesa a través de sus canciones después de los atentados del pasado 13 de noviembre. Especialmente, los realizados por Madonna y Celine Dion.
El de hoy ha sido al revés: un homenaje de París a su «pequeño gorrión», a La Môme, una artista inigualable por donde se la quiera mirar.
Para mí, que hace cinco años celebré en la mayor intimidad el centenario de mi padre, el homenaje de hoy fue una ocasión muy propicia para recordar con cariño y admiración a toda una generación de artistas, pensadores y hombres públicos que influyeron de una forma notable en nuestra vida, en nuestra percepción de la belleza y en nuestro disfrute de la libertad.