
O que las concesionarias de vehículos deban exhibir, junto a las Toyota Hilux, los Audi, los Porsche y los BMW, un 10% de carros chocleros fabricados en un taller de villa San Antonio.
Los efectos que estas políticas «promocionales» tendrían para la salud de las personas y para la seguridad del tráfico rodado serían francamente calamitosos.
Lo mismo pasa con la cultura, que, por desgracia para los patriotas promotores de «lo nuestro», se lleva bastante mal con la imposición de cuotas obligatorias de creadores vernáculos, o con su correlativo: la prohibición regulada de los productos culturales «foráneos».
La ordenanza municipal que obligará a los libreros de Salta a mostrar en sus escaparates y en sus mesas temáticas al menos un 10% de obras de autores salteños es un despropósito, pero no uno de esos que nos obligan a agarrarnos la cabeza horrorizados, sino de los que despiertan una sonrisa. Pensar que esa medida puede llegar a dar mayor «visibilidad» -como se dice ahora- a la creación literaria local es un candor solo comparable a la del fabricante de arrope de chañar que sueña con curar el Alzheimer, solo porque una normativa municipal obliga a que los farmacéuticos lo ofrezcan como tónico para la memoria.
Hay varias faltas de correspondencia lógica entre la ordenanza del Concejo Deliberante y los argumentos con que se intenta justificarla. La primera es que, según dicen, la norma ha sido «pactada» entre los concejales y los libreros; es decir, que los libreros están de acuerdo con exhibir en sus vidrieras el 10% de obras de autores salteños. Pero si los libreros están de acuerdo ¿era necesario sancionar una ordenanza para obligarlos a hacerlo?
A menudo uno imagina al librero como una persona audaz, libre y desinhibida, algo desaliñada quizá, pero capaz de recomendarte los libros más transgresores y de conseguirte -a pedido y bajo poncho- las obras prohibidas. En Salta deben de haberse extinguido estos libreros forjados en el espíritu de Mayo del 68 y haber sido reemplazados por toda una generación que no sabe lo que es un código autorregulatorio, que ya no te guiña el ojo detrás del mostrador y que necesita que el Estado les imponga una conducta que ellos mismos, en uso de su libertad, podrían cumplir gustosamente.
El otro elemento extraño es la idea de que la «cuota vidriera» tiene por finalidad la de que los turistas que visitan Salta encuentren con más facilidad las obras de los autores salteños. Si tenemos en cuenta el volumen de turistas que nos visitan (y no digamos ya sus particularidades sociológicas) comprobaremos que estos turistas son, con generosidad, el 0,3% del total de los habitantes de la ciudad y, por tanto, de los potenciales clientes de los libreros. Que una norma municipal obligue a destinar el 10% de las instalaciones físicas para una oferta dirigida a un segmento de solo el 0,3% del mercado comporta una intromisión absurda y antieconómica en la libertad de decisión del comerciante.
Si el turista es la causa que explica esta aberración, ¿no sería más práctico promocionar las obras de autores salteños en las librerías de las ciudades de donde provienen los turistas que nos visitan, para que puedan encontrar allí las obras con más facilidad?
Juzgar a la cultura salteña, y en particular a su literatura, por los metros de una vidriera es como valorar a un libro por sus tapas. Es la calidad y no el Concejo Deliberante la que puede hacer de un libro una obra digna de ser destacada. Lo que da «visibilidad» a las creaciones culturales es la libertad y no la coerción organizada por el Estado; lo que eleva y distingue a un autor es la rebeldía y la crítica, no su allanamiento a las imposiciones de los aparatos.
No me caben dudas acerca de que esta medida -supuestamente aceptada de buen grado por los libreros- ha sido impulsada por toda una saga de intelectuales de segunda fila, que en cualquier época han contribuido a justificar la represión contra aquellos cuyas ideas y acciones consideraban nocivos para los valores que ellos siempre han defendido.
Paradójicamente, todo este espectáculo se organiza en nombre de la libertad y por aquellos que exigen la libertad sin límites, incluso para entregarse totalmente a causas que amenazan a la libertad. Pero la tradición de la Ilustración, brillantemente formulada por Voltaire, sirve de punto de partida para justificar la exigencia de libertad por parte de aquellos que la demandan para sacrificarla y para establecer un orden en el que la libertad no exista para aquellos que ponen en dudas determinados valores. No seré yo quien levante una voz para acabar con la libertad de aquellos que pretenden anular la mía.
Por las dudas y si este asunto de la «cuota vidriera» prospera, ya he cursado una petición al Registro Civil de Yala, Provincia de Jujuy, para que se me conceda carta de naturaleza jujeña. Así, el día (que se antoja lejano) en que tenga el dinero suficiente para publicar mis libros, me salvaré yo de ir a parar con ellos al «escaparate luminoso» de los autores salteños, y tendré la esperanza de que mis ejemplares sean exhibidos en la oscura y polvorienta mesa de saldos, lejos de los ojos inquietos de esos turistas tan cultos que nos visitan, lejos del patrocinio obligatorio del Concejo Deliberante de Salta, pero más cerca de la libertad.