
En realidad, ninguno de los dos, ni Figueroa ni Cargnello, puede garantizar nada en este aspecto. La asistencia social a las personas más vulnerables no depende de la voluntad de un ministro o de un obispo, sino que surge de la ley (lamentablemente en muy pocos casos) y de otras normas de rango inferior en la mayoría de ellos.
La única y verdadera «garantía» (que, por cierto, no es mucha) es el juramento de la ministra de observar y hacer observar la Constitución y las leyes. Por el contrario, el Arzobispo nada puede garantizar (ni siquiera el acceso de un alma al cielo), sobre todo después de que hoy mismo el Vaticano anunciara una importante caída de sus recursos financieros a raíz de la pandemia.
Un párrafo aparte merece el añadido de la noticia oficial que dice que Figueroa y Cargnello se reunieron «para evaluar y coordinar las acciones de ayuda actuales, especialmente las alimentarias, y planificar juntos futuras intervenciones».
Nada obsta a que la Iglesia colabore con el gobierno en la asistencia a las personas vulnerables, pero el rol coordinador le corresponde exclusivamente al gobierno. Otro tanto se puede decir de la planificación de las ayudas, que es una responsabilidad pública, en la que la Iglesia quizá pueda aportar ideas pero jamás erigirse en socio «coplanificador», como sugiere el lenguaje empleado por la comunicación oficial.
Pero dejando a un lado delicadas cuestiones de competencia temporal y secular, así como aquella sabia enseñanza de Jesucristo para dar a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César, llama la atención la sobria recepción de la ministra al prelado, que solo fue convidado con un técito de dimensiones más bien modestas.
Antes, cuando soplaban mejores vientos, las mesas gubernamentales estaban adornadas por un gigantesco frasco de Chucker, y algunas empanadas en donde hoy solo hay una mísera birome. La ministra Figueroa, justita de presupuesto, ha reemplazado el Chucker por un bombeador de alcohol en gel, que esperemos que el Arzobispo no haya utilizado en un descuido para darle un poco más de cuerpo al escuálido té que le sirvieron. De haberlo hecho, la autoridad de Tránsito debió interceptarlo en aplicación de la ordenanza de tolerancia cero.
De la foto oficial destacan otros dos detalles: el primero, la bolsa de farmacia que aparece detrás del celular del Arzobispo, que estaría indicando que, antes de su entrevista con la ministra, Cargnello -sometido hace algunos años a una cirugía cardiovascular- se pasó por la farmacia a por sus estatinas reglamentarias. Es imposible imaginar siquiera que, en vez de medicamentos, la bolsa en cuestión contenga hojas de coca. En Salta no habrá existencia de esta «mercadería», hasta tanto el diputado Jarsún remueva los «pequeños» obstáculos que impiden su legal comercialización en nuestro país.
El segundo detalle es que en este despacho solo se ve -afortunadamente- la bandera nacional y no la muy discutible (estéticamente hablando) bandera de Salta. Llamativo es, sin dudas, que en el lugar que en que debería estar la bandera provincial, hay un perchero tumbado, como si se le hubiera roto una pata.
Finalmente no hay que pasar por alto el detalle de los barbijos, pues Cargnello lleva el suyo a tono con el periodo del año litúrgico comprendido entre el final del tiempo de Pascua y el primer domingo de Adviento. Es posible que nuestro Arzobispo, a pesar de su buena forma física (que la Virgen se la conserve) esté un poco más caranchón que de costumbre, pues es notable cómo la gomita del barbijo le oprime la oreja derecha hasta deformarla y formar una muy visible concentración sanguínea.
Figueroa, por su parte, parece haber hecho fabricar su barbijo en una tienda de lencería transparente. El suyo, para decirlo claro, es un barbijo para la noche de bodas, más que para un encuentro recoleto con el máximo representante de la iglesia católica local.