El amor deslumbrado de Isabel Macedo, un flaco favor a las mujeres

Las arrobadas declaraciones de amor hacia Juan Manuel Urtubey que de tanto en tanto suelta la actriz Isabel Macedo en los medios de comunicación masivo se escapan de la esfera de lo íntimo para internarse en los resbaladizos terrenos de la sociología.

Desde luego, no hay nada de malo en que Macedo explique -aunque lo haga muy gráficamente- lo muy enamorada que está de Urtubey, pero la forma en que lo dice transmite al resto de las mujeres sensaciones que no son del todo positivas.

Nada hay para las mujeres más negativo que el endiosamiento del varón querido. Cuando alguien dice cosas como «él es un genio», «lo admiro un montón, mucho», «él es un ser espectacular, verdaderamente espectacular» o «elegiría cualquier lugar en el mundo donde esté Juan Manuel», está enviando sin saberlo -y si acaso sin proponérselo- un mensaje muy peligroso de posesión de la pareja.

A nadie se le puede prohibir que esté enamorada hasta el enceguecimiento y menos que se crea la primera mujer que ha experimentado el amor en esa forma. Lo que sin dudas es reprochable es que ese sentimiento, que debería permanecer en la esfera de la intimidad, se ventile como si fuera una gran conquista para la mujer, cuando en realidad solo contribuye a marcar y, en su caso, a profundizar, las desigualdades de género.

El amor, sobre todo cuando es sincero y no es producto de un montaje propagandístico y no hay dinero de por medio, es algo digno de vivir; un estado de alma al que tienen derecho todas las personas, y no solo los privilegiados. Pero la apología del control del otro y el hallazgo de virtudes en la posesión del otro, o en el sentirse poseída por el otro, son en realidad mensajes muy peligrosos y muy perjudiciales para el conjunto de las mujeres, cuando quien los emite es un personaje público.

Es muy comprensible que en este contexto de novios felices comiendo perdices, a ninguno de ellos se les ocurra que la realización como seres humanos pase por hacer esfuerzos en evitar que las mujeres sean víctimas de injusticias, de discriminación, de violencia y de asesinatos.

Cuando Isabel Macedo dice que una de sus mayores satisfacciones es que su familia «no tenga que preocuparse por cómo pagar las cuentas», transmite una conmovedora pasión por la solidaridad, que sería mucho más bonita y más solidaria si dejara entrever alguna preocupación por el destino de aquellas mujeres, ricas o pobres, que sufren -estando tan enamoradas como ella- bajo la tiranía de hombres desalmados.

Da la impresión que Macedo, o se ha enamorado del hombre equivocado o que no conoce todavía muy bien a su pareja. Porque decir que Urtubey «es un ser humilde» y que la gente no sabe «ni la mitad de las cosas que hace», revela que la actriz no lee los diarios o bien que nadie se ha animado todavía a susurrarle al oído que ella comparte sus noches con alguien que desde los 23 años viene presentándose a la sociedad como «el mesías» de Salta y que, incluso desde antes, viene vanagloriándose de conquistas muy minúsculas, que no dejan de ser meritorias, si se tiene en cuenta el poco tiempo que le dedica a gobernar.

Si bien la actriz ha confirmado prácticamente que se convertirá en la Primera Dama de Salta, afortunadamente no ha dicho que vaya a hacer de Salta su residencia permanente. De no cambiar su visión sobre la relación entre los sexos y la solidaridad frente a los que más la necesitan, la presencia habitual de Macedo en nuestras calles solo provocaría rechazo y traería malas ondas.

Porque las mujeres de Salta, como muchas de su género en el mundo, han transitado hasta aquí un camino muy largo y plagado de dificultades para lograr su independencia y su libertad. Y les queda aún un camino de sacrificios muy difícil por delante.

Por eso, el que una mujer de más de cuarenta años, que presume de haber logrado su independencia -al menos profesional y económica- se muestre feliz por perderla a manos de «un ser espectacular», a quien planea seguir a donde quiera que vaya, no importa lo que haga, no es sino un paso atrás, que como todos los retrocesos, es un paso en falso.