Jóvenes salteños: entre la apostasía y el ‘bailando’ de Tinelli

  • La autora de esta reflexión considera que la ‘igualdad de oportunidades’ pregonada por el gobierno de Urtubey oculta la calidad de las oportunidades ofrecidas y orienta a nuestros jóvenes hacia la frivolidad y la rebeldía anticlerical sin ninguna responsabilidad cívica añadida.
  • Los resultados de la política de Urtubey

La estrategia de embrutecimiento calculado de la población juvenil de Salta, puesta en marcha por el gobernador Juan Manuel Urtubey ha comenzado a dar sus frutos.


Las políticas de «igualdad de oportunidades» cacareadas con tanto entusiasmo por el gobierno provincial, centradas en una teórica «igualdad», se han preocupado por ocultar cuidadosamente el otro extremo de la ecuación: el de las «oportunidades».

Es decir, el gobierno no ha dicho -porque no le conviene- que su propósito es el de proporcionarles a los y las jóvenes de Salta iguales oportunidades para el mamarracho, no para las cosas serias y constructivas.

Al cabo de tantos años de manipulación y de engaño, la situación comienza a aclararse, pues mientras se cuentan con los dedos de una mano la cantidad de jóvenes salteños que destacan en el país y en el mundo por sus valores morales, por sus cualidades intelectuales, por su compromiso social o por su orientación al futuro, son cientos -si no miles- los que sueñan con alcanzar o incluso superar las cotas de frivolidad del Gobernador de la Provincia, en base a habilidades como el baile o el talento para el mundo del espectáculo.

No hay nada de malo en ello, pero hay que ser realistas: Salta necesita más de los jóvenes comprometidos y estudiosos que de los danzarines habilidosos. Si los últimos se imponen a los primeros, el futuro no puede ser más negro, pues la derrota de la juventud más útil significará que en el futuro nos gobernarán tipos como Urtubey, o incluso peores que él, lo cual solo hasta ayer parecía imposible de lograr.

No se puede olvidar que hoy son ciudadanos full fledge los que solo tenían 7 años cuando Urtubey se hizo con las riendas del poder. En los últimos once años, en vez de ayudar a criar ciudadanos para la vida pública de Salta, Urtubey se ha dedicado a incubar figurines para el show business, y jóvenes ácratas que piensan que la mejor forma de ejercer su derecho a la rebeldía no es rebelarse contra los gobernantes sino borrarse de la Iglesia, dejando a los gobernantes una ancha avenida para que puedan moverse a su antojo, mientras creen que quitándoles clientes se arrincona y se denigra a unos curas que tienen bien amarrado el poder.

Bailarines de sueños plateados y apóstatas con un duro pasado ultraclerical se disputan hoy la hegemonía del mundo juvenil en Salta, mientras una minoría mira con preocupación la superficialidad y el esperpento, porque teme que el futuro los deje de lado y los obligue a emigrar.

Las cabezas vacías son las que le permiten a Urtubey hacer la plancha, surfear sobre los problemas, montarse en el avión que pagamos todos y hacer su vida donde mejor le plazca, sin que nadie le pida cuentas ni sobre lo que hace ni sobre lo que deja de hacer. Para él, nuestros jóvenes -bailarines o apóstatas- disfrutan de «igualdad de oportunidades» y eso es todo lo que a él le importa.

Si nuestros jóvenes no estuvieran tan interesados en mover las caderas o en vaciar los registros parroquiales, esta es la hora que estarían denunciando la frivolidad gubernamental de seguir con GPS a los Premios Nobel, para saber por dónde andan y volar hasta allí para hacerse la foto, mientras se publicita a nivel mundial un sistema de lucha contra la pobreza infantil como si algún resultado diera, cuando no da ninguno. Con tanta niñez hundida en la pobreza extrema, con tantos territorios aislados y sociedades humanas libradas a su suerte, antes que fotografiarse con los Premios Nobel, cualquier gobernante responsable se calzaría las botas y dejaría de frecuentar los aeródromos más exclusivos para sumergirse en los problemas de su tierra y de su gente.

Pero aunque el personaje sufriera un súbito ataque de vergüenza, lo mejor que Urtubey podría ofrecerles a esos niños descalzos, deficientemente alimentados, mal aseados y peor vestidos, sería un puesto de bailarín en un programa de televisión. Porque ni siquiera la apostasía funcionaría en aquellos lugares a donde no ha llegado el bautismo.

Y no es por defender a los curas, pero a esa niñez del futuro perdido en territorios polvorientos y mal cosidos le vendría mejor un bautismo masivo que un reparto igualmente masivo de oportunidades televisivas. Al menos, lo primero les dará una oportunidad de pensar en algo trascendente para toda la vida. Lo segundo les condenará a pensar en Urtubey, que ni es trascendente ni es eterno.