
Todo lo demás lo hizo la espigada figura de Chuck Connors, el actor que dio vida en la pequeña pantalla al polvoriento pero legendario personaje de Lucas McCain, el Hombre del Rifle, en aquella serie que emitía el viejo canal 2 Sonovisión, allá por finales de los 60.
Esta influencia cultural cruzada llevó a don Julio a hacerse aficionado a las armas, pero con la pasión propia del coleccionista minucioso, aquella que siempre despertó la envidia de ciertos pragmáticos que ven en las armas, no la belleza intrínseca del instrumento, sino un medio más bien rápido y expeditivo para lograr sus fines.
Un escueto comunicado ha dado cuenta hoy que unos de estos pragmáticos que nunca faltan en Salta (o varios de ellos) penetró de forma subrepticia en una de las residencias del exsenador, ubicada en el paraje LosLos, y que tras forzar la puerta de entrada la casa se apoderó de una interesante serie de gadgets de propiedad del dueño de casa, a saber:
1 pistola austriaca;
5 revólveres antiguos del año 1800;
1 revólver calibre 38;
1 revólver calibre 22;
1 carabina calibre 22;
1 carabina calibre 44;
1 carabina calibre 45;
1 pistolón antiguo;
2 dagas árabes de metal de 45 cm;
1 cuchillo indio con mango floreado;
1 ballesta con flecha de 30 cm;
1 cuchillo revólver florentino;
1 reloj marca Rolex;
1 televisor LCD de 42 pulgadas;
1 manojo de llaves.
La prensa más superficial se preocupó de inmediato por lanzar especulaciones sin fundamento acerca las aficiones metalíferas del exsenador y de la posesión de semejante arsenal bélico en un domicilio particular.
Pero nadie se ha preocupado, hasta el momento, por destacar las interesantísimas aristas históricas y literarias del hecho, pues es más que obvio que al hallar tan variada y completa colección de instrumentos ofensivos en el escenario de un robo sin historia, los ladrones se deben haber sentido, por lo menos, protagonistas de un cuento de Borges.
En vez de preocuparse por los ribetes puramente policiales del robo, alguien debería haber imaginado que aquellos revólveres antiguos del año 1800 podrían haber servido a Santiago de Liniers para quitarse del medio a dos o tres invasores ingleses; o que Chiclana, Paso y Sarratea dirimieron con ellos sus diferencias con Rodríguez Peña y Álvarez Jonte.
Podría suceder también que esas dos magníficas y relucientes dagas árabes de metal de 45 centímetros, a pesar de hallarse en un paraje tan poco literario y misterioso como LosLos, hubieran servido en el pasado para exponer al aire las tripas de algún esclavo que osó abrazarse con la esposa del rey a la luz de la luna en Las mil y una noches. Solo Dios y el ánima errante de Eva Braun saben si la pistola austriaca que le robaron a don Julio no estuvo en un cajón del Führerbunker aquella madrugada del 2 de mayo de 1945, antes de que llegaran los rusos.
Por no hablar de ese cuchillo indio con mango floreado, que pudo haber enviado al otro mundo a algún soberbio invasor de nuestra virginidad originaria, o de ese cuchillo-revólver florentino, que a buen seguro desecharon los Borgia, después de haberse aficionado a las pócimas. O, en fin, de esa ballesta con flecha de 30 centímetros que debió de ser disparada desde alguna almena cercana al foso de los cocodrilos en un asedio medieval.
Es una pena que entre tanta obra de arte y tanto objeto histórico, los cacos se hayan llevado un prosaico Rolex, un televisor plano de 42 pulgadas y un manojo de llaves.
El clamor popular exige que, una vez que San Millán recupere los objetos robados, proceda a vender el reloj, el televisor y las llaves, y que con el dinero obtenido se compre algunos misiles y unos drones, que son las únicas armas que le faltan para completar una colección extraordinaria. Una colección que sin dudas convertirá al exsenador salteño en un firme candidato a ser recibido por Obama en la Casa Blanca, aunque no a recibir el Premio Nobel de la Paz.
En cuanto a la esperanza de recuperar algún revólver, los ladrones ya le han hecho saber al exsenador que «no se lo van a devólver».