¿Quién se opone a sacar el Ejército a las calles un 24 de marzo?

  • La súplica del Gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, para que el Presidente de la Nación ordene al Ejército que ocupe las calles de las ciudades argentinas resuena con más fuerza hoy, el día en que se cumplen 44 años desde el asalto al poder por la junta militar presidida por Jorge Rafael Videla.
  • Aniversario complicado

Hay muchas diferencias históricas entre lo que se vivía entonces y lo que se vive ahora. Especialmente en Salta.


La situación es realmente paradojal, puesto que hoy, cuando las Fuerzas Armadas parecen ya resignadas al mando civil y sus miembros se toman bastante en serio el juramento democrático, el pedido de Sáenz para movilizar al Ejército cuenta con apoyos muy tímidos.

Hace 44 años, con unas Fuerzas Armadas sin ningún compromiso democrático y a sabiendas de lo que se podía venir, una parte importante de la población, espoleada por partidos y líderes políticos más interesados en tumbar al peronismo gobernante que en rescatar a las instituciones de la república, apoyó el golpe militar con muy pocas reservas.

Pero, más allá de la coincidencia en la fecha, los desafíos que la sociedad argentina tuvo en frente hace 44 años y los que tiene ahora son bastante diferentes.

En 1976, un amplio acuerdo político hubiera sido suficiente para alcanzar un adelanto de las elecciones. Unas elecciones que el peronismo muy difícilmente habría podido ganar después de su mal gobierno. Los expertos epidemiólogos de entonces consideraron que era más fácil, más directo y más rápido llamar a los militares para que se hagan cargo de la situación que transitar los resbaladizos caminos de la política. Los resultados de esta opción facilista están hoy a la vista.

En 2020, mucha gente preferiría seguir viendo a los militares en sus cuarteles, y de ser posible, despojados de gloria y honor por el resto de los siglos. Pueden estar cayendo virus de punta en las calles del centro, mientras algunos pasean por ellas tinqueándose el coto, que los mismos expertos epidemiólogos de hace cuatro décadas nos recomiendan dar la batalla cívica en base a solidaridad y conciencia ciudadana; es decir, en base a unos valores que no hemos practicado en décadas.

Habría que preguntarle a los señores Del Pla y López, los alfiles del Partido Obrero en Salta, si apoyarían el despliegue del Ejército en las calles de Salta si cada soldado llevara consigo 15 kits de pruebas para detectar el coronavirus y se pudiera practicar estas pruebas a toda la población, como ellos vienen pidiendo.

Sacar al Ejército a la calle un día como hoy sería un hecho histórico. Una oportunidad para cerrar heridas del pasado, para dar vuelta la página y para inaugurar, quizá, una nueva era en nuestra convivencia.

Aunque mucha gente vea esta operación como una exageración y otra como una afrenta, conviene que nos vayamos dando cuenta de que aquella vieja frase de Raúl Alfonsín («con la democracia se cura») es solo una metáfora y no de las más felices. La democracia que tenemos, la que hemos construido a trompicones en los últimos 37 años, no alcanza para enfrentar la amenaza del virus. Los recursos normales y corrientes de nuestro sistema político no serán nunca suficientes para un escenario de guerra biológica como en el que estamos inmersos.

Probablemente, la aportación del Ejército tampoco será suficiente. Pero si los militares conservan algo de su esencia, si han aprendido las lecciones de la historia, seguramente se sumarán a esta lucha, no como potenciales salvadores de la patria, sino como esos disciplinados soldados que se supone que son. Definitivamente, pueden seguir quedándose en sus casas o en sus cuarteles aquellos que, al contrario, piensan que una pandemia les puede devolver a la arena política y aumentar su influencia en las decisiones que solo compete adoptar a los civiles.

Tengámosle miedo al virus, no a sacar a los militares a la calle. Ahora más que nunca tenemos los ciudadanos al alcance de nuestras manos los mecanismos necesarios para devolverlos a los cuarteles cuando ya no sean necesarios para librar el combate que nos desvela.

Y si lo hacemos hoy, todavía mejor, pues así demostraremos que el miedo a la enfermedad es más fuerte que todos nuestros fantasmas históricos juntos.