
Un nuevo eufemismo se ha sumado a la ya larga lista que los poderes públicos utilizan para referirse a los aborígenes que pueblan nuestro territorio: el de «familias del bosque nativo».
Hay que admitir, de entrada, que la metáfora es mucho más «sustentable» que el horrible nombre de «pueblos originarios» o la ambigua y discriminatoria denominación de «comunidades» para referirse a estos ciudadanos argentinos.
En esta ocasión le ha tocado el turno al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, que, según su propio aparato de comunicación, ha diseñado unas cocinas de leña «a medida de las familias campesinas e indígenas de Salta, Chaco y Santiago del Estero que viven en el interior del bosque nativo».
Al parecer estos misteriosos habitantes interiores de nuestros bosques, no sabían -hasta ahora- lo que es comer caliente, puesto que el INTA les ha entregado (gratuitamente para los aborígenes, pero no para el Estado) un centenar de cocinas de leña «para que puedan cocinar sus alimentos». Y además, hechas «a medida», lo que supone que en el diseño de los artefactos ha influido la antroprometría aborigen.
No es información oficial, pero se supone que, al recibir el regalo, esas familias campesinas e indígenas de Salta, Chaco y Santiago del Estero, se han reunido en sus chozas para hacer la ceremonia del unboxing, como si en vez de recibir un aparato del siglo XIII estuviesen recibiendo en sus domicilios la última versión del iPhone.
Tal vez, si este buen ejemplo cunde, ante la falta de antenas de telefonía celular en sus aldeas, los responsables del gobierno le instalen a los aborígenes el telégrafo, pues si de lo que se trata es de adelantar algunos siglos, no es cuestión de traerlos de golpe al siglo XXI (no vaya a ser cosa que se mareen). Es decir, en lugar de llevarles electricidad o gas natural para que puedan preparar sus comidas como cualquier persona, les llevamos cocinas de leña, pues aunque no suponga un gran progreso para el aborigen, por lo menos es una solución un poco menos dolorosa para el medio ambiente.
Si ya da vergüenza pensar que hay en Salta ciudadanos que no tienen acceso a la energía que necesitan para vivir, es mucho más vergonzoso darse cuenta de que los poderes públicos (con dinero de todos los ciudadanos), en vez de hacer lo que tienen que hacer para que estas personas tengan lo que les falta, resuelven regalarles cocinas a leña.
También le podrían regalar lámparas de aceite, velas de sebo, o palitos para encender el fuego con solo frotarlos sobre un colchón de champas. Estaríamos en las mismas.
Tal vez no sea posible en estos momentos que en cada choza haya un LCD de 65 pulgadas con Netflix, pero a lo que hay apuntar es a eso, y no a que las «familias del bosque nativo» vivan como a los técnicos del INTA se les ocurra: los hombres de caza en el bosque, las mujeres hilando lana en su precaria vivienda y todos reunidos alrededor de la cocina de leña (que por cierto, fabrica y comercializa una pyme) mirándose las caras encendidas, sin saber cómo romper el anillo de la miseria que los mantiene prisioneros.