
Que los vendedores ilegales se hayan apoderado de las calles del centro de la ciudad de Salta puede ser un problema, sin dudas. El caso es que, quiérase o no, los vendedores son seres humanos y por lo tanto no se los puede mover de las calles como si fuesen muebles viejos. El comercio ilegal no se combate con palos ni con gases lacrimógenos sino con medidas de estímulo a la legalidad, que en Salta son prácticamente inexistentes.
Mucho más problemático, desde el punto de vista de la sanidad y de la estética urbana es que los perros callejeros campen a sus anchas por las calles que -se supone- han sido diseñadas para el desenvolvimiento de la vida humana, no de la perruna.
Los perros salteños «en situación de calle» van camino de convertirse en animales sagrados, como las vacas en la India. Que nadie se atreva a tocarlos.
No importa si los perros deciden echarse una siesta en plena calle Caseros, a la hora en que circula una enorme cantidad de personas normales, a las que se suman algunos gauchos, como el que aparece en la fotografía.
A nadie parece importarle -desde luego no al perro- que haya animales asilvestrados durmiendo a pata suelta en la calle, como si el bullicio del entorno fuese su hábitat natural y como si fuese normal que los viandantes tuvieran que andar esquivándolos para no pisarlos. Con tanta parsimonia, da la impresión que si cae una bomba frente a la Tienda San Juan, estos perros van a seguir echados sin apenas inmutarse.
Y eso que la siesta es solo una de las manifestaciones de la fisiología canina que tiene lugar en plena calle, pues ni hablar de las pises, de las cacas y del «estilo perrito» patentado por estos animales para su encuentro con el sexo opuesto.
No se trata de exterminarlos, pero tampoco de tratarlos como si fuesen intocables. A los perros callejeros se los debe retirar de la circulación, de alguna manera que haga compatible el derecho a la ciudad que tienen los habitantes de la urbe y los derechos del animal a no sufrir maltrato.
Partiendo del supuesto de que la Municipalidad hace lo que puede en este aspecto, el resto del trabajo tienen que hacerlo los ciudadanos, los habitantes de la ciudad, a los que por ningún motivo debería darles igual que los perros circulen por las calles sin atención humana responsable. Solo en la medida en que los ciudadanos muestren o expresen su disgusto por esta agresión a sus sentidos se pondrán en marcha los mecanismos para poder acabar con ella.
Si nadie protesta y todos nos sentimos encantados por tener que compartir las peatonales con unos perros atorrantes de filiación desconocida, es que el problema no tendrá jamás una solución.