Carnaval en la estatua del padre Chifri

  • La pobreza visual y estética de la estatua del padre Chifri invita a pensar si los juegos de carnaval a su alrededor no son una consecuencia de la fealdad de su diseño y de la mala elección de su lugar de emplazamiento.
  • Cuestiones de estética urbana
mt_nothumb

Si está bien o mal que dos descocadas hayan elegido como escenario de sus juegos erótico-carnavaleros a la estatua que recuerda la memoria del padre Chifri, es algo que tienen que decidir los que saben. Entendemos que no son ni el vulgo ni el clero los más indicado para juzgar esta conducta, sino que lo es un tribunal imparcial que debería estar integrado por los descendientes del Cuchi Leguizamón, los de César Perdiguero, los del Fiero Arias y los del Payo Solá, sin recurso posible al Tribunal de Impugnación.


Pero si esta instancia extraordinaria, con jurisdicción sobre el carnaval (excepto en lo que tiene que ver con los caballos, una competencia originaria de la Corte de Justicia) no pudiera reunirse, por cualquier razón que sea, el Colegio de Arquitectos de Salta debería tomar cartas en el asunto y decidir, tras reunión sumaria, si la estatua que perpetúa la memoria del meritorio sacerdote cumple con unos mínimos requisitos estéticos, tanto en su factura como en su lugar de emplazamiento.

Normalmente, las piezas escultóricas que se colocan en lugares públicos destacados para honra de un personaje en particular se encuentran a una altura elevada, no solo por razones simbólicas sino, especialmente, para que las esculturas no sean objeto de ataques vandálicos o de actos irrespetuosos de parte de las personas que circulan a su alrededor.

Al que se le ocurrió representar al padre Chifri sentado en una especie de parada de ómnibus apenas guarecida por un precario quincho sujeto por ocho palos no se le pudo escapar en sus febriles noches de diseño que cualquiera que acierte a pasar por el lugar lo menos que puede hacer allí es sacarse una foto con el sedente personaje, darle un beso, hacerle cosquillas en las rodillas o retocarle la barba.

Otra cosa, claro está, es que dos jovencitas lo pintarrajeen o se sienten en su regazo con unos pantaloncitos breves. Vaya a saber uno lo que pensaría el desaparecido Chifri en tal caso.

Pero por muy fea que pudo haber sido la actitud de dos carnavaleras con poca vergüenza, bastante más feo es el monumento, que además de poco agraciado tiene el aspecto de ser inundable. No se trata de exigir que al padre Chifri se le dedique un monumento de semejante magnificencia como el que recuerda a la Madre Patria en la mítica ciudad de Stalingrado (hoy Volgogrado), sino de ponerlo en un lugar al cual se acceda ascendiendo unas escaleras o una rampa y no bajando a una hondonada.

Esto de poner a los personajes populares ilustres «a la altura de la gente» puede, en casos como este, no ser una buena idea.

{articles tags="current" limit="3" ordering="random"}
  • {Antetitulo}
    {link}{title limit="58"}{/link}
    {created} - {cat_name} - {created_by_alias} {hits}
{/articles}