
El peregrinaje a caballo no solo está considerado por los puristas como «poco deportivo» (la ventaja del peregrino montado sobre el caminante normal es apreciable), sino que también es objeto de mensajes disuasorios lanzado en esferas públicas por ser «poco saludable». Pero no para los jinetes -que normalmente arriban rozagantes a la ciudad- sino para los caballos, que llegan aquí con la lengua afuera.
Hasta hace unos pocos días, la preocupación central de los organizadores de la Fiesta era la enorme cantidad de perros que se desplazan con los peregrinos, que en algún tiempo se pensó que eran de propiedad de aquéllos, pero que más tarde se comprobó que eran perros asilvestrados que se «pegaban» a los caminantes y de los que estos no podían deshacerse ni echándoles agua hirviendo.
Ahora la preocupación se ha trasladado a los caballos, ya que no son pocos los gauchos que se muestran escasamente dispuestos a la caminata y prefieren la comodidad de un lomo equino caliente y sudoroso, sin saber que el intendente Sáenz le ha declarado la guerra a los caballos como medio de locomoción.
En la ciudad de Salta no existen, de hecho, playas de estacionamiento ni estaciones de servicio para caballos. El matungo que llega de los valles se las tiene que arreglar aquí como pueda.
Los gauchos peregrinos en algún lugar tienen que dejar aparcadas sus cabalgaduras, ya que al recinto de la Catedral no se puede entrar encima de un caballo, como si en vez de la Novena del Milagro se tratara de la guerra de Troya.
Los protectores de animales están preocupados por la hidratación de los equinos, por el estado de sus cascos, por su dentadura y por su salud mental, ya que la ciudad es por estos días un hervidero y ellos -los caballos- están acostumbrados al bucólico silencio de las altas montañas.
Un solo bocinazo en la avenida Sarmiento y los animales van a quedar con los ojos abiertos como vaca que la ha pitiáo el tren. No es cuestión de maltratarlos de esa manera.
Por eso se ha pensado en una especie de «playa de transferencia de carga»; es decir, en una suerte de parque cerrado -como en el rally Dakar- para que los gauchos que llegan puedan dejar sus caballos y seguir sus actividades religiosamente a pie, y nunca mejor dicho. Incluso si los gauchos lo autorizan, a los caballos le pueden hacer la manicure y un tratamiento capilar a cargo de las estudiantes de peluquería del barrio Gauchito Gil.
Aún no se sabe dónde estará ubicado este fundamental recurso, aunque, por las dudas, se ha hecho saber que los caballos estarán convenientemente resguardados de las miradas indiscretas de las fundaciones que trabajan con equinoterapia, no vaya a ser cosa que se los quieran quedar y que luego el gaucho se tenga que volver en ómnibus a La Poma.