En Salta exaltamos la diversidad sexual y biológica pero negamos la diversidad política

  • Salta es una sociedad de paradojas. La diversidad, como elemento enriquecedor de las relaciones sociales, se despliega en ámbitos que no son esenciales para la vida en común, y se niega de forma sistemática en la política y en la cultura.
  • Una sociedad de contrastes
La diversidad, entendida como una gran cantidad de varias cosas distintas, que nos permite escoger y desechar a gusto, es uno de los signos de los tiempos en que vivimos y una de las revoluciones silenciosas que han permitido a los seres humanos plantarse en los umbrales del siglo XXI con la esperanza de un futuro abierto, variado y plural.

Casi por definición, el concepto de diversidad se opone al de monopolio, cuyo nombre evoca la idea de una exclusividad, de dominio o de influencia, que niega o pretende negar a los demás su derecho a elegir aquello que mejor le convenga.

La defensa de la diversidad -de la vida, de la cultura, de las opciones sexuales- se ha convertido en la defensa de la libertad de elegir, uno de los pilares que sostiene el edificio democrático.

Pero ocurre en ciertos lugares, como Salta, que la explosión de la diversidad coincide con un proceso intenso de concentración política, caracterizado por la acelerada e inducida desaparición de opciones políticas e ideológicas auténticamente diferentes en beneficio del que detenta el poder y generalmente a causa de sus tentaciones hegemónicas o monopolizadoras.

En Salta, si escasearan los yaguaretés o los tapires, la sociedad entraría inmediamente en crisis, pero cuando desaparecen los partidos políticos o se borran de una forma deliberada e interesada las fronteras que los separan y distinguen, nadie esboza el más mínimo gesto de preocupación o de disgusto.

De igual forma, si hubiera entre nosotros solo dos o tres categorías sexuales, por muy específicas que fuesen, el escándalo que se montaría en Salta sería mayúsculo, ya que para algunos la diversidad sexual no se entiende desligada de la posibilidad de agregar letras a las siglas LGTB (acrecida ya por los IQQ). Cuando se acaben las letras del alfabeto, seguiremos con los números, que son más abundantes.

La extinción de la diversidad política que padecen los salteños sin apenas inmutarse está oculta parcialmente detrás de una cortina de falso pluralismo. 13.000 candidatos en unas elecciones para unos cuantos puestos da la idea, en apariencia, de una «enorme variedad» de opciones políticas, pero si examinamos una por una a estas candidaturas podremos comprobar que todas ellas o casi todas son representaciones de una misma realidad y de un solo pensamiento político.

La multiplicidad de listas y de candidatos en Salta se asemeja mucho al fenómeno de la falsa popularidad en las redes sociales o también de lo que en décadas pasadas se llamó astroturfing. Un pensamiento vulgar expresado en Twitter o Facebook por la persona menos entendida es objeto inmediatamente de una catarata de réplicas y de elogios desmedidos, que en muchos casos son vertidos por una sola persona, desde un mismo dispositivo y desde una misma dirección IP, en nombre de miles (falsos o imaginarios) opinantes que no existen en la realidad.

La creciente pérdida de diversidad de opciones políticas provoca un grave perjuicio a los ciudadanos y a la expansión de la ciudadanía libre. No solo porque se cercena su libertad de elegir, sino porque la labor de educación que realizan los partidos políticos diferentes desaparece, hasta el punto de que quienes reciben el mensaje monopolístico del poder se convierten progresivamente en ciudadanos empobrecidos, de segunda y menos libres.

A diferencia de lo que ocurre en materia de diversidad sexual o biológica, no hay en Salta movimientos cívicos que defiendan la diversidad política o cultural o que luchen contra los factores de poder que las limitan. Al contrario, poner de manifiesto el valor intrínseco de la pluralidad de pensamiento político es normalmente contemplado como una herejía por el peronismo y por los sectores políticos que le son afines.

En general, no pensar como los demás, no seguir la corriente principal, está muy mal visto desde siempre en Salta, en donde la uniformidad cultural e ideológica es casi una seña de identidad de un pueblo que penaliza el pensamiento libre y cuyos atavismos contribuyen decisivamente a mantener a Salta con sus raíces hundidas en el pasado y una ventana minúscula semiabierta hacia el futuro.

El combate en defensa de la diversidad política debe comenzar por la denuncia de la falsedad de nuestros procesos electorales, que se han convertido en herramientas que maneja el poder para someter a los ciudadanos, para impedirles elegir entre opciones reales y para garantizar la pervivencia de un sistema que pone por delante el clamor de la muchedumbre en desmedro de las aportaciones reflexivas de las minorías o, incluso, de personas individuales. Se torna imperioso denunciar también la hipocresía de una «sociedad progresista», que trata a los animales como personas, capaces de disfrutar de derechos subjetivos, y que al mismo tiempo maltrata y humilla a los seres humanos; especialmente a dos categorías de ciudadanos muy bien definidas: 1) las mujeres y 2) todos los que, con independencia de su sexo, no piensan como el que gobierna.

Si seguimos empeñados en exaltar la diversidad en unas parcelas de la realidad que, en el fondo, no son decisivas para la vida humana, y en negar las opciones y el derecho a elegir en materia política y cultural, nuestra democracia se convertirá en una fiesta perpetua del orgullo, en una fachada de cartón piedra que serenará algunas conciencias, pero que no servirá jamás para permitirnos vivir en paz, armonía y progreso.