Cargnello debería instar al Vaticano la declaración del 11 de octubre como el Día de la Decapitación de la Virgen

  • La devoción mariana de los salteños ya no se conforma con celebrar la Ascensión de la Madre de Cristo, ni la festividad de la Inmaculada Concepción, ni la Anunciación ni la Visitación.
  • Vandalismo confundido con misticismo

Los salteños -que no distinguen entre la divinidad y su representación en estatuas- creen que la Virgen María ha sido realmente decapitada en La Caldera. Por eso impulsan que a todas las fiestas religiosas ya conocidas se añada el 11 de octubre, como Día de la Decapitación de la Virgen.


Poco importa que haya millones de imágenes y representaciones iconográficas de la Virgen en todo el mundo y que una inmensa mayoría de ellas se conserve en muy buen estado. Bastó para que un par de atrevidos decidiera romper una estatua de yeso (o de material parecido) para que los fieles devotos vallistos dijeran que no fue la estatua la que perdió la cabeza sino la mismísima madre de Jesucristo.

La decapitación de una imagen de la Virgen María en La Caldera es, para muchos, algo más que un simple hecho de vandalismo semiurbano.

Los que así piensan, creen también que el Arzobispo debe encargarse de tramitar ante quien corresponda -en Roma, por supuesto- la declaración del día 11 de octubre (fecha del suceso) como día de la Decapitación de la Virgen María. Entre tantas restricciones a la religiosidad popular, qué bien nos vendría una procesión por el camino de la cornisa con imágenes de vírgenes sin cabeza.

Tal demostración de fe podría servir también para honrar a la que es, por derecho propio, nuestra máxima cineasta -Lucrecia Martel- quien en 2008 firmó la estupenda película «La mujer sin cabeza», una cinta protagonizada por María Onetto.

Si bien Martel no es santa del devocionario del muy devoto Arzobispo de Salta, Mario Antonio Cargnello, se estudia la posibilidad de que la película de Martel (junto a «La niña santa») sea proyectada, a cielo abierto y con distancia de seguridad, en La Caldera, la bella localidad de la orilla norte del Valle de Lerma, que será recordada de aquí en más como el Gólgota de los cristianos de la nueva normalidad.