
Para asegurarse que los perros peregrinos vuelvan por donde vinieron y no pasen a engrosar las filas de los vagabundos que circulan sin control por las calles, la Municipalidad de Salta los identificó a su llegada a la ciudad colocándoles un collar en el que, a falta de chip que permita un tracking por GPS, se escribió su lugar de procedencia y el número de celular (el del dueño, no el del perro).
Esta medida de precaución dio sus frutos, pues la Municipalidad, junto con varias asociaciones protectoras de animales y «proteccionistas independientes» localizaron, tras la Procesión, a cuatro perros que se habían extraviados. La información del collar permitió que los peregrinos de cuatro patas fueran entregados a sus dueños en las localidades de Campo Quijano, La Merced, Cerrillos y San Luis.
El Director de Zoonosis, dice que, además de este servicio de localización canina, su repartición atendió a perros que llegaron con lesiones en las uñas y dolores articulares, «de tanto caminar».
De lo que se desprende que si un carrero explota a su caballo hasta el límite del colapso, teniendo en cuenta que lo hace por el vil metal, se trata de un salvaje maltratador de animales, pero si un peregrino exige a su perro que lo acompañe caminando 60 kilómetros hasta dejarse las uñas, como lo hace por salvar su alma y la del pichicho, estamos en presencia de un hombre piadoso.