Gustavo Sáenz prolonga innecesariamente el duelo por Roberto Romero al desearle que ‘descanse en paz’

  • Han pasado casi treinta años de la muerte del exgobernador Roberto Romero. El largo tiempo transcurrido desde su fallecimiento hace innecesaria y superflua la expresión ‘descanse en paz’, que empleó hace pocos días el gobernador Gustavo Sáenz en un acto público, y que se utiliza principalmente en los entierros y en las honras fúnebres.
  • Las honras fúnebres tienen fecha de caducidad

A pocos se les ocurriría desearle a Güemes -muerto hace 199 años- que su alma ‘descanse en paz’. Aunque los salteños lloran cada año la muerte del general gaucho como si hubiera ocurrido ayer, tienen bastante bien claro que el momento funerario ha sido largamente superado por la historia.


Cuando no estamos muy seguros de qué será del alma del difunto cuando intente trasponer los portales celestiales, sus seres queridos y demás dolientes suelen desear con fuerza para el alma del que ha partido lo que se conoce como «descanso eterno».

Pero cuando han pasado más de 28 años desde la desaparición de una persona y se ha agotado largamente el periodo de exequias, se presume iuris et de iure que su espíritu ha sorteado ya todos los filtros celestiales posibles y que se encuentra a buen recaudo, al lado del Creador, y que no hay necesidad -salvo en caso de flagrante inseguridad- de andar renovando las plegarias ni deseando todos los años ese tan anhelado «descanso en paz».

Algo de esto le debe haber ocurrido al actual Gobernador de la Provincia de Salta, Gustavo Sáenz, que era un jovencito de 22 años cuando se produjo el lamentable deceso de su antecesor en el cargo (1983-1987). Quizá porque en aquella ocasión no hubo un funeral de Estado, Sáenz se decidió a improvisar uno, 28 años después, en el lugar inadecuado (no estaba frente a la tumba de Romero), cuando ya no era necesario ni oportuno, y cuando tampoco ese gesto era reclamado por la familia del exgobernador desaparecido.

Las honras fúnebres de una persona tienen fecha de caducidad, como el pan de Navidad. Pasada la fecha, el especial respeto que se tributa al difunto durante un tiempo generalmente breve que transcurre después de su muerte, se convierte -en algunos casos- en memoria histórica; es decir, en un recuerdo que se utiliza para exaltar sus logros en vida y para repasar su obra.

Por algún motivo que solo sabrá el gobernador Gustavo Sáenz, en vez de echar mano de la memoria histórica, el mandatario ha desaprovechado la ocasión y ha preferido tributar a Roberto Romero un tardío homenaje fúnebre, como si aquella ceremonia de entrega de una donación dispuesta en vida por el finado fuese una ocasión para llorar y no para celebrar con amplias y agradecidas sonrisas.

Si lo que quería Sáenz era expresar su respeto hacia la figura del fallecido, lo que correspondía era que llevase escrita o memorizada una semblanza histórica y no improvisar un discurso de sepelio. Esta invocación extemporánea al descanso eterno hace sospechar que el actual Gobernador no se cree del todo que el alma de su antecesor se encuentre en un lugar privilegiado, y esto, aunque pueda ser parcialmente cierto, no es asunto que se deba andar ventilando en actos públicos de esta naturaleza.

En definitiva, un faux pas de Sáenz que ya no hay tiempo para corregir ni argumentos que lo justifiquen.