
No han tenido que rascar mucho los peronistas de otras latitudes para descubrir que en el ADN de Urtubey se mezclan en un cóctel explosivo el gorilismo ultracatólico y filonacionalista de finales de los años cincuenta del siglo pasado, y el neoconservadurismo visceral de Juan Carlos Romero, el exgobernador bajo cuya sombra Urtubey comenzó a hacer sus primeros pinitos en la política salteña, a cimentar su sinuosa carrera y a forjar su leyenda negra.
Según parece, Urtubey estará a donde lo lleve el viento y así se lo ha hecho saber a quienes lo siguen. No le importa si será con los Kirchner, si con Macri, con Vidal, con Lavagna. A Urtubey le da igual con quién mientras él esté y pueda sacarse fotos con su esposa en lugares elegantes.
Esos ladinos que son los peronistas de otras partes del país se han dado cuenta no solo de que Urtubey de peronista no tiene ni las tapas, sino también de que si un día llegara a convertirse en Presidente de la Nación, rápidamente encontraría otra cosa mejor a la que dedicarse. Así lo hizo en Salta en donde, tal vez por aburrimiento, quizá por soberbia, ni gobernó ni gobierna, y en donde los ciudadanos piensan que tiene una cierta alergia al trabajo y al esfuerzo.
No en vano muchos se preguntan en Salta sobre la sinceridad de las exhortaciones de Urtubey al trabajo y la productividad, sobre todo cuando su vida personal y en su vida pública son acabados ejemplos de todo lo contrario.
Probablemente los únicos dos peronistas que apoyen hoy a Urtubey sean los salteños Marcelo López Arias y Santiago Manuel Godoy, dos septuagenarios que tienen en común no solo el haber vivido casi toda su vida de un generoso sueldo público sino también el no haber aportado jamás una sola idea al debate político.
Ser bueno para las roscas no es algo que asegure un carnet peronista de por vida. Y Urtubey destaca tanto en las roscas como desapercibido pasa allí donde otros rosqueros como él brillan con luz propia.
Si los kirchneristas no le perdonan que después de la derrota de Scioli hubiera abandonado el barco como lo hacen las ratas en un naufragio, ahora los peronistas no parecen dispuestos a tragar sus maniobras con tanta facilidad y le exigen coherencia. Pero frente a esta puntual exigencia Urtubey solo puede ofrecer glamour, jamás coherencia.
Un ligero tropiezo en su estrategia de flexibilidad ideológica y relativismo moral, y los entusiastas ‘Libres del Sur’, a quienes Urtubey tiene en la palma de la mano en Salta, también lo van a dejar en la cuneta.
Todo es cuestión de sentarse a ver y esperar.