El Gobernador de Salta y autoproclamado candidato sin partido a la Presidencia de la Nación, Juan Manuel Urtubey ha dicho a un medio de comunicación oficialista de Salta que “es natural que Salta esté por arriba de los partidos políticos”.
El mandatario respondía así a las voces críticas que vieron con bastante desconfianza que reuniera en torno suyo a intendentes municipales de Salta, cuyos gobiernos dependen del presupuesto provincial, y a los que llamó expresamente en torno a su mesa para que apoyaran su candidatura.
La presencia de 52 intendentes sobre 60 le ha servido a Urtubey no solo para darle apariencia de legitimidad a su estrategia de sumisión de los territorios y domesticación de los líderes rebeldes sino para, de paso, proclamar que Salta es un monolito, seco y sin fisuras, en donde el pluralismo y la variedad de pensamiento no existen.
No es la primera vez que Urtubey incursiona en estos terrenos y reduce a Salta a un espacio monocolor habitado por personas que piensan, sienten y obran de la misma manera, y en el que la disidencia es contemplada no como un derecho democrático sino como un pecado de lesa majestad.
Salvando las distancias temporales y espaciales, lo mismo pensaba de la Alemania imperial el Führer, Adolf Hitler, para quien no solo no había ninguna posibilidad de discutir internamente el poder de los nazis, sino que tampoco había nada «por arriba» de aquella Alemania expansiva y sedienta de dominación (Deutsche über alles).
Ochenta y tantos años después de aquella locura y a casi 75 de la desaparición de Hitler, el supremacismo ha renacido en Salta, de la mano de Juan Manuel Urtubey, que desprecia a los partidos políticos y que presenta como una gran cosa que salteños de diferente extracción y distintas formas de pensar coincidan en el apoyo a su candidatura presidencial.