
Por suerte, Chibán no ha asumido ninguna culpa y, por supuesto, no ha pedido las disculpas que Sáenz quiere oír de su boca.
Pero ahora nadie podrá volver a lanzar piedras contra el legislador por haber guardado silencio frente a Sáenz y haberse guardado sus disculpas, puesto que el propio Sáenz le ha respondido con cajas destempladas a su colega de Jujuy, el señor Gerardo Morales, quien en una carta pública le había pedido «que se disculpe con Jujuy».
Salvo que el Gobernador de la vecina provincia se haya referido a la modelo Jujuy Jiménez (la ex de Del Potro) es un poco difícil que Sáenz pueda disculparse con tanta gente.
Así como Chibán no ha ofendido ni el buen nombre ni el honor del COE (a pesar de tener sólidas razones para hacerlo) y a pesar de que algún troglodita con espacio en los diarios haya dicho que el diputado «puso en grave peligro la salud de la Provincia», Sáenz tampoco ha ofendido a «Jujuy» de ningún modo, por mucho que su Gobernador se haya sentido molesto por sus juicios.
Jujuy es bastante grande y variada, como para que venga su Gobernador a reducirla y a querer meterla en una caja de zapatos.
La regla entre nosotros manda a que nadie deba pedir disculpas por nada. La política que se desenvuelve kilómetros más arriba kilómetros más abajo del Trópico de Picapornio (así debería llamarse esa línea invisible que cruza por Tilcara y acaricia a Urundel) es una política de disculpa cero.
Las meteduras de pata pueden ser antológicas y las ofensas proferidas gravísimas, pero aquí el que se disculpa pierde como en la guerra.
Lo sabe el diputado Chibán, pero también lo sabe Sáenz, quien le ha contestado a su homólogo jujeño con un tuit en el que poco faltó para que le invitara a tomar unos vinos y a cantar Rosa-Rosa para dejar el asunto enterrado para siempre. «¡Fijate vos Gerardo si nos vamos a pelear por un camionero!»
Si Morales estuvo muy flojo al mandarle una carta detallada explicando los avatares del camionero infectado y hablar en todo momento del «pueblo de Jujuy» como si el Gobernador los mantuviera a todos los jujeños encerrados como a ovejas estabuladas y a su disposición para lo que él quiera mandar, Sáenz no lo estuvo menos al despreciar las cartas (¡qué dirán los sufridos trabajadores del correo!) y decir que la última carta que él escribió la dirigió a su abuelita hace 43 años.
“Ahora hay teléfonos” -le dice Sáenz a Morales, como si en 1977 -cuando Sáenz tenía ocho años y su abuelita vivía en Buenos Aires- los salteños y los jujeños se hubieran comunicado a golpes de tambor o por palomas mensajeras.
Mentira también es que «seamos pueblos hermanos». Es que no podemos ser hermanos de todo el mundo. Los salteños somos tan hermanos de los jujeños como de los nacidos en la provincia china de Wuhan. Ni Sáenz ni Morales pueden imponernos parentescos de forma arbitraria.
Probablemente si Sáenz cultivara el género epistolar; es decir, si se hiciera a la costumbre de mandar cartas como Churchill o Adenauer, sus habilidades comunicativas y para la pelea interprovincial mejorarían bastante. Parece evidente que si la abuelita de Sáenz todavía estuviera esperando en Buenos Aires noticias de su nieto «el cantor», este, por su aversión hacia los sobres y las estampillas, le estaría anoticiando de sus «logros» en la lucha contra la pandemia a través de Whatsapp.
Ahora que con Jujuy la cosa es diferente, puesto que si Sáenz quiere congraciarse con sus vecinos del norte, en vez de arrodillarse frente a Morales como este pretende, lo que corresponde es que se encierre en el estudio de grabación con Los Kjarkas y desgrane las estrofas del carnavalito «¡Viva Jujuy!», para lo remate con aquella parte que dice: «Vivan las bolas bien renegridas de don Gerardó».