
Si Sáenz quiere gobernar y tener recursos para hacerlo, deberá aprovechar los pocos días que faltan para el juramento de su cargo para enterarse bien de tres cosas fundamentales:
1) Dónde están exactamente los agujeros financieros del Estado;
2) Quién o quiénes son los responsables de tales agujeros; y
3) Qué personas al servicio de Urtubey y de su gobierno se van a tener que ir a la calle.
La última decisión es sumamente delicada. No solo porque Sáenz puede cometer errores en la criba sino también porque, si no dispone de información previa, veraz y contrastada sobre la situación de las diferentes áreas de política sustantiva, es muy probable que se deshaga de las personas equivocadas y que mantenga en sus puestos a los funcionarios más dañinos e inútiles.
Gustavo Sáenz tiene -ahora más que nunca- todo el derecho a gobernar sin tener que pagar peajes a sus antecesores ni devolverles favores políticos. Si el nuevo Gobernador de Salta efectúa una lectura inteligente del voto del 10N, comprenderá fácilmente que los ciudadanos de Salta esperan de él una actitud decidida de cambio y de superación del pasado.
Los electores esperan que Sáenz eche el cierre a una página negra de la historia de Salta y le van a exigir, no solo que se diferencie clara y suficientemente de Romero y de Urtubey, sino que él mismo cambie su forma de ver y de resolver los asuntos públicos.
En otras palabras, que Sáenz solo podrá demostrar que es el auténtico adalid del cambio, empezando por cambiarse a sí mismo.
Esto significa que el electo Gobernador de Salta deberá desprenderse, con dolor, de algunos y algunas de los que le han ayudado a llegar. Él y varios de sus colaboradores deben comprender que la organización de carreras de embolsados en el estacionamiento del Centro Cívico Municipal, fiestas con inflaglobos y pintacaritas, o los cursos para enseñar a manejar iPhones y iPads a personas mayores no son políticas sociales serias.
Lo de llegar y cambiar de equipos pasa en las mejores familias. Por eso, Sáenz deberá rescatar lo poco de rescatable que haya o encuentre en los niveles intermedios del gobierno y, sobre todo, no le tendrá que temblar el pulso para mandar a sus casas a una vasta legión de gente que no le va a servir para gobernar y que, llegado el caso, va a constituir un obstáculo para el progreso de las políticas del nuevo gobierno. Si quieren chantajearlo con los votos, tiene la tranquilidad de saber que él ha sacado más votos que nadie y que ningún pequeño aprendiz de tirano con 5.000 votos en la Capital podrá imponerle condiciones.
Siendo optimistas, se podría decir que Sáenz solo podrá concretar esta necesaria transformación en los primeros noventa días de gobierno. Si pretendiese hacerlo más allá del día noventa y uno ya será tarde, pues los microorganismos oportunistas ya se habrán adaptado al nuevo ecosistema y estarán en condiciones de reproducirse con la misma voracidad con que lo hacían antes. Y Sáenz es el menos interesado ahora mismo en ser la cabeza de un gobierno paralítico, inútil o anestesiado. Su raison d’être es moverse; en cualquier dirección, pero moverse.
Solo la tarea del técnico Lionel Scaloni se puede comparar en complejidad a la que tiene por delante el nuevo Gobernador de Salta. Gustavo Sáenz deberá tirar más de sabiduría que de cintura política para sacudirse todos los hongos y bacterias legados por Urtubey y Romero. Es ahora o nunca.
No es una tarea fácil, pero tampoco es imposible. Una buena señal sería que la futura ley de ministerios que se enviará a la Legislatura provincial contemplara una reducción de carteras a por lo menos la mitad. Otra buena señal sería que los diferentes medios de comunicación de Salta tuvieran, por fin, un tratamiento igualitario en materia de publicidad oficial, y que se abandonara de inmediato la política de comunicación pública basada en la satisfacción de las necesidades de imagen del jefe.
Todo esto exige decisión y coraje. Sáenz tiene de ambas para regalar ahora mismo; pero solo hasta el 9 de marzo de 2020. Después ya será tarde.