
En un discurso dirigido a un discreto auditorio compuesto en un 88% por empleados públicos que dependen de su gobierno para subsistir, el Gobernador de Salta ha debido de forzar su delicada voz hasta límites poco recomendables para la salud para anunciar, a grito pelado, que no piensa «sumarse al espectáculo grotesco en donde los políticos discuten posiciones de poder, mientras la gente se caga [sic] de hambre».
Curioso giro del discurso, por cuanto en agosto de 2017, en un programa de televisión de Buenos Aires, dijo textualmente lo siguiente: «Si están dadas las condiciones, voy a serlo. Pero, ¿sabés qué? Yo creo que lo importante es construir un proyecto colectivo. Si hay alguno mejor, obviamente que acompañaré a alguien que sea más competitivo, porque esto se trata de ganar; digamos, esto no es un té de chicas, a ver de qué charlamos. No, no. Acá vamos a ir a discutir poder».
Probablemente el primero de los políticos (presidenciables) en anunciar su intención de «discutir poder» ha sido Urtubey. Ahora, después de que la discusión no le ha sido del todo favorable -según revelan las encuestas- el Gobernador ha cambiado el enfoque y califica a la discusión de poder como «espectáculo grotesco».
Ayer, en el Delmi, acompañado de su agraciada esposa, Urtubey decoró el estadio con las mismas banderas que de vez en cuando coloca en las oficinas públicas de Salta, pero traicionado por su vena populista, tiró una vez más de su lenguaje de cochero para decir que «la gente» (un sustantivo colectivo demasiado manipulado para tener la precisión que requiere un discurso político preelectoral) «se caga de hambre».
Sin decirlo con todas las letras, Urtubey ha atribuido esta flojedad de vientre popular, no a sus políticas (que son inocuas y, si se quiere, «exitosas») sino a la combinación de «Cristina y Macri», como si su gobierno no tuviera ninguna competencia social ni nada que decir o qué aportar en el combate a la miseria extrema.
Si la gente pasa hambre, es automáticamente responsabilidad de Macri (o de Cristina); si le falta agua, luz o pavimento, la culpa ya pasa a ser de los intendentes municipales. Por un motivo o por otro, las responsabilidades siempre le resbalan al gobierno de Urtubey, que ha encontrado la forma de quitarse el lazo de encima cuando la miseria llama a las puertas de su Provincia.
Urtubey no solo no menciona ni por asomo su enorme contribución personal a la creciente desigualdad social de los salteños, sino que tampoco menciona a Juan Carlos Romero, padre fundador de la Salta partida y desvertebrada.
De hecho, el único acierto del discurso de Urtubey es el de decir que hay alternativa; pero no frente a una dictomía falsa e importada de otras latitudes como la de «Cristina y Macri», sino a una dicotomía, también falsa, pero mucho más próxima en el espacio: la de «Romero y Urtubey».
Solo si Salta acierta a crear una alternativa al dominio autoritario de los dos últimos sultanes puede aspirar a que algunos de sus problemas sociales (y, en este caso, también intestinales) se solucionen relativamente pronto.