Gustavo Sáenz, acusado de pertenecer a un entramado extorsivo, reacciona contra su acusador

  • A pesar de la escasa fundamentación de la acusación en su contra, Gustavo Sáenz ha reaccionado poniendo por delante de su honor cuestiones completamente ajenas al asunto como el sentimiento religioso de los salteños, su amor por el terruño o su familia.
  • Una reacción inmediata

El Intendente Municipal de la ciudad de Salta, Gustavo Sáenz, ha salido ayer a desmentir las afirmaciones del periodista kirchnerista Horacio Verbitsky, que lo señalan como el supuesto cajero del fiscal federal Carlos Stornelli, a quien a su vez se acusa de beneficiarse de cuantiosos sobornos exigidos a empresarios presuntamente vinculados a la investigación judicial de pagos irregulares en la contratación de la obra pública del gobierno kirchnerista.

A decir verdad, la acusación de Verbitsky contra el Intendente salteño no parece estar sustentada en hechos reales ni en pruebas contrastadas, sino solo en evidencias meramente circunstanciales, como la presencia de Sáenz en un café de Pinamar con Stornelli y un presunto confidente de este, así como una conversación entre terceros en la que se le menciona.

Sin embargo, a pesar de la escasa fundamentación de la acusación, Gustavo Sáenz ha reaccionado poniendo por delante de su honor cuestiones completamente ajenas al asunto, como el sentimiento religioso de los salteños, su amor por el terruño o su familia.

Lo ha hecho en la red social Twitter, en donde el Intendente de la ciudad de Salta, con visible precipitación ha ofrecido pruebas de su inocencia (que nadie había pedido), sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera hay sobre la mesa prueba alguna de la que se pueda deducir inequívocamente su culpabilidad.

Quizá por las prisas o por el mal asesoramiento de sus allegados -que ya lo habían mal aconsejado en el caso de dos empresarios de medios de comunicación locales que lo estaban chantajeando- Sáenz ha hecho primar sus sentimientos más básicos (el de indignación, por ejemplo) por sobre la racionalidad, que debe presidir en todo momento la actuación de un político con responsabilidades de gobierno.

La actuación reactiva de Sáenz ha ido más allá, lógicamente, de las redes sociales. El Intendente ha enviado al periodista Verbitsky, por conducto de su abogado, el exconcejal Carlos Humberto Saravia, una carta documento en la que, con lenguaje barroco y escasamente intimidante, emplaza al periodista a rectificar «las erróneas referencias que hace la nota a mi respecto y cese el accionar que busca provocar ilegal descrédito». Unos renglones más arriba, la carta de Sáenz habla de que «el contenido de la publicación excede el marco de la libertad de expresión que ampara la Constitución Nacional». Las dos frases son casi idénticas a las que se pueden leer en los fundamentos jurídicos de la sentencia, a favor de Sáenz, pronunciada a finales de enero pasado por la Jueza de Garantías Nº 7 de la ciudad de Salta.

Todo parece indicar que en el caso de la inverosímil acusación de Verbitsky el que ha fallado no ha sido Sáenz (legítimamente molesto y razonablemente inquieto) sino su círculo áulico, que en todo momento parece haber obrado en la certeza de que se puede enfrentar a un calumniador profesional con las mismas armas, con el mismo lenguaje y con el mismo timing que se emplea para silenciar a dos extorsionadores locales de poca monta.

Sáenz está a tiempo de rectificar y demostrar sin dejar dudas de que está preparado para enfrentar la infamia a cara descubierta. Lo está, pero a condición de que escuche los consejos de las personas más sensatas y más preparadas de su entorno más próximo.

Reaccionar como un animal herido no es lo que se espera precisamente del hombre en cuya habilidad política y serenidad personal muchas personas de buena fe confían para cambiar definitivamente el rumbo de una Provincia atravesada por la desigualdad y amenazada por los peores fantasmas.