
En enero de 2014, hace escasos cuatro meses, dos conocidas damas de la sociedad salteña con una tupida red de parentescos y contactos en el poder político provincial, fueron sorprendidas también llevándose sin pagar de un supermercado «tres paquetes de jamón crudo feteado», a lo que sumaron otras delikatessen como dos porciones de queso de brie marca President, dos bandejas de langostinos, dos cajas de chocolate Milka Soft, dos porciones de queso reggianito Santa Rosa, y algunos souvenirs, a título de puro capricho, como tres CD musicales con diferentes leyendas y dos fundas de almohada color blanco, de la conocida marca fotográfica Canon.
Mientras el hombre de 67 años apenas si pudo oponer defensa al progreso de la acción penal en su contra, las damas han contratado a un prestigioso bufete de abogados de la ciudad de Salta, regenteado por padre e hijo, para que las saquen limpias de cargo y culpa de este desliz consumista.
Es cierto que las encopetadas señoras solo intentaron apoderarse de tres paquetes de jamón crudo, mientras que el condenado de 67 años fue descubierto con siete paquetes en su campera, pero si las condenas en estos casos de hurto se imponen por la cuantía de lo detraído, no cabe duda que a las elegantes señoras les correspondería, cuanto menos, un año a la sombra de los altos pinos de Villa Las Rosas; es decir, el doble de lo que tuvo que purgar aquel imprudente y goloso jubilado.
Antes de condenarlas, el juez debería de convocar a peritos antropólogos para que determinen el motivo por el cual el jamón crudo despierta tanto interés entre los especialistas del «shoplifting». Mientras en otros países esta actividad se enfoca hacia las tablets, cámaras fotográficas y otros «gadgets», en Salta parece que el jamón crudo es objeto de culto.
El tiempo dirá si hay justicia en Salta y si se aplica la misma vara de medir, pero todo indica que las aguerridas señoras se irán de rositas y no pisarán la penitenciaría, pues su alta condición social obrará como una suerte de valla para la aplicación rigurosa e igualitaria de la Ley. De hecho, para ellas no hubo prisión preventiva, como sí en cambio para el jubilado.
Si esta injusticia se consuma (como no se consumó el hurto del queso brie) habrá nacido en Salta otra leyenda: la de los jueces que aplican un código penal a los pequeños ladrones de cuello azul y otro bien diferente para los grandes ladrones de cuello blanco.
Y esta leyenda sí que merece ser incluida en ese CD musical «con diferentes leyendas» que las pícaras damitas no pudieron robar por culpa de una observadora vigilante (de cuello azul) que advirtió la artera maniobra.