
Las reacciones judiciales a los hechos criminales de violencia contra la mujer en Salta no son, ni mucho menos, uniformes.
Algunos jueces y juezas, convencidos de que la misoginia es una terrible enfermedad, mandan a los condenados (o a quienes eluden el juicio bajo ciertas condiciones) a que se sometan a un tratamiento psicológico para «revalorizar la figura femenina», como si esta fuese un objeto cuyo menor o mayor valor depende del acierto de los terapeutas.
El objetivo que se proponen estos jueces con una medida de semejante profundidad no es fácilmente alcanzable y se podría decir que no es del todo respetuosa del derecho de las personas a pensar y a sentir como quieran, y a no sufrir intervenciones «terapéuticas» que no respeten su autonomía de decisión.
Imagínese, por un momento, qué ocurriría si un juez, advertido de que el reo -condenado por pintar de rosa el Monumento- no respeta ni valora la figura del General Güemes, le impusiera por tal motivo un tratamiento psicológico para honrar al héroe gaucho.
Por eso es que entre el tupido bosque de decisiones voluntaristas y políticamente correctas destaca la decisión del magistrado salteño señor Federico Armiñana Dohorman, quien en un caso de violencia de género, ha mandado a que el reo se someta a tratamiento psicológico «para tratar la violencia de pareja y la violencia intrafamiliar», que -a diferencia de la misoginia- es algo que no es tolerado por el ordenamiento jurídico.
Afortunadamente, el señor Armiñana Dohorman nada dice de torcer la conciencia del reo para que valorice o revalorice lo que quizá no desee. Al contrario, el empeño del juez se centra en tratar la violencia, que es un objetivo mucho más realista y razonable que el de proceder a un lavado de cerebro.
Lo primero es una forma de proteger a la víctima (a la actual y a las futuras); lo segundo es solo una forma que tiene los jueces de protegerse a sí mismo y de asegurar la rentabilidad del oficio de psicólogo del Poder Judicial. En ciertos casos, también, una forma de granjearse la simpatía de ciertos grupos feministas que piensan que la sociedad se puede modelar a su antojo mediante intervenciones psicológicas compulsivas.