
El señor Juan Pablo Rodríguez es, a la vez, organizador y protagonista de unas curiosas «reuniones de transición» en la que participan los Intendentes Municipales que resultaron electos el pasado 17 mayo.
Estas reuniones, que han sido presentadas ante la opinión pública como un esfuerzo del gobierno para lograr un traspaso de poderes ordenado entre Intendentes de diferente signo político, acaban llamativamente con la foto del ministro y la del intendente junto a un enorme cartel proselitista en el que aparecen los nombres de Scioli, Zannini, David y Kosiner.
La escenografía partidista está montada, por cierto, en una oficina del gobierno, en donde se supone que se debe respetar la identidad de las personas que pertenecen a partidos diferentes y se debe observar una cierta neutralidad en las formas.
Al parecer, el gobierno de Urtubey entiende por «transición ordenada» el cambio de partido político de los Intendentes -una especie de traición obligatoria- que termina desvirtuando la voluntad de quienes los eligieron. La trampa que en algunos lugares el gobierno no pudo hacer con el voto electrónico la está haciendo después, en una mesa de póker en la que solo falta el paño verde.
Para el señor Juan Pablo Rodríguez, ese nuevo tahúr del Mississippi encargado de dialogar con las demás fuerzas políticas, el diálogo no sirve para nada si no termina con la conversión incondicional del interlocutor. Es como si el papa Francisco se propusiera en la mesa de diálogo interconfesional terminar bautizando en la fe de la Iglesia de Roma a los clérigos musulmanes, ortodoxos y judíos que se sientan a dialogar con él.
El poder de convicción del Ministro de Gobierno de Salta no es comparable al del Papa, desde luego. Pero aun así es bien conocido, pues los que se han sentado con él pueden dar fe de que sus argumentos -a menudo irresistibles- se afirman en la eficacia persuasiva de las cifras de varios ceros.
Pero la cosa no sería tan grave si después de convertir al Intendente rebelde, el señor Rodríguez Messina no les obligara a pasar por el photocall del cartel sciolista.
«Ahora venga por acá, Intendente, que nos vamos a hacer unas fotitos para que quede bien claro a quién apoya usted a partir de ahora».
Las fotos representan algo así como un certificado de que el Intendente converso estaba apoyando el «proyecto» equivocado y que ahora apoya el «proyecto» correcto. ¿Estará enterado Scioli de que su socio Urtubey recurre a estas artimañas para lograr más apoyos a su candidatura?
El ministro no vacila a la hora de utilizar las fotos con los intendentes convertidos en su provecho personal. Le importa un pepino si esas conversiones dañan a la democracia y a la credibilidad del sistema político salteño. La moral es apenas un detalle y de la estética ni hablemos. Lo importante para él y para su futuro es que esa colección de cabezas de rinocerontes cuelgue de los diarios digitales como de la pared de un implacable cazador de la sabana.
Como buen depredador político que es, Rodríguez Messina debe mostrar la cabeza de sus presas para infundir respeto, no solo a sus colegas sino también a las futuras presas.
Si no fuera por sus componentes ridículos, el espectáculo sería repugnante y grotesco, como lo son todos los excesos circenses de los totalitarismos. Pero hay algo que mueve a la compasión. Tal vez sea ese gesto ingenuo y confiado de estos intendentes vendidos al estrechar la mano del águila perversa que devorará sus entrañas y hará que sus pueblos se inmolen en el altar sagrado de la obsecuencia urtubeysta.



