Lami 1, Gentile 0

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En Salta, el ejercicio activo de la política acarrea ciertos riesgos, pero a largo y medio plazo es una actividad sumamente rentable y que proporciona unos dividendos nada despreciables.

Es cierto que la política presenta ciertas externalidades negativas, pero los que se dedican a esto saben que -a diferencia de otras actividades humanas- la política elabora sus propias reglas y que cuando los políticos no quieren asumir responsabilidades, esa decisión se impone por encima de cualquier norma, escrita o no escrita, que pudiera existir.

Contaba un viejo albañil salteño, que los errores del constructor se tapan con revoque; los del pastelero con crema chantilly y los de médico con tierra. A la lista cabría agregar los errores de los políticos, que en la gran mayoría de los casos se cubren con el maquillaje de la contabilidad de la pobreza; y en una minoría cada vez más creciente de casos con la misma tierra gredosa de la que hablaba el anciano albañil.

El gobernador Urtubey ha inaugurado una era de irresponsabilidad política virtualmente absoluta. Desde luego para él y en gran medida para sus amigos. Uno y otros juegan en bloque al Gran Bonete, porque cuando los desastres se abaten sobre la sociedad jamás hay alguien responsable en el gobierno.

Los teléfonos dejan de sonar y los activistas rentados en las redes sociales sufren una repentina afonía.

Por supuesto que ha habido funcionarios que han tenido la decencia de retirarse. El caso de Facundo Troyano, exministro de Seguridad, o el de Gustavo Paul, exsecretario de Ambiente, son para poner en un cuadro. Pero la regla es y sigue siendo el «Gran Bonete», o lo que es lo mismo, esconder la cabeza bajo la tierra hasta que amaine el temporal.

Otro caso significativo es el del médico Alberto Gentile, excoordinador de Epidemiología del gobierno provincial. Si bien en apariencia, Gentile no ha renunciado sino que ha sido cesado, su decisión de asumir responsabilidades políticas en un gobierno irresponsable debe ser objeto de elogio.

A nadie, salvo a un chiflado, se le ocurriría relacionar la gestión de Gentile con el aumento del dengue. El médico hizo lo que pudo y no es posible reprocharle ahora que no haya avisado de la que se venía. Los irresponsables del gobierno lo han despedido no solo cuando más se necesitaba de su experiencia sino también cuando era obvio que los menos informados (que son amplia mayoría en Salta) iban a señalarlo como cabeza de turco.

Pero, aun suponiendo que el trabajo de Gentile haya estado plagado de errores y de imprevisiones, ¿no merecía el médico una salida más digna del gobierno? Los que lo cesaron ¿hicieron acaso las cosas mejor que él? ¿Por qué ha pagado los platos rotos Gentile y no el ministro, el secretario de Estado o el Intendente de Orán?

La pregunta fundamental, en cualquier caso, es ¿por qué prescindimos de Gentile y mantenemos en su puesto al Jefe de Policía Marcelo Lami?

Si es por una cuestión de números, en Salta han crecido más la criminalidad, la inseguridad, los asesinatos de mujeres, los hechos de violencia de género, las torturas policiales con condena judicial y la humillación institucional a los transexuales, que el dengue. Solo por esto, Lami debió ser cesado mucho antes que Gentile.

Si es por la gravedad de los errores cometidos, habría que empezar por estudiar cuáles han sido los errores de Gentile para luego compararlos con la retahíla de meteduras de pata del comisario, incluida su pública humillación ante una funcionaria nacional a la que dobla en edad.

Que Gentile mire ahora los acontecimientos por TV y que Lami siga luciendo su charretera en los desfiles cívico-policiacos-gauchos y empujando por la retaguardia a sus tropas de elite, es responsabilidad de una sola persona: el «irresponsable» don Juan Manuel Urtubey.

Debemos agradecer que Urtubey no es dentista, pues si lo fuera, a sus pacientes les arrancaría la muela buena en lugar de la estropeada. Hay gente así, aunque uno no lo crea.