
En Salta sucede algo muy curioso: Desde hace tiempo, los partidos políticos (deformados, inútiles y vaciados de contenido) no son reconocibles por los ciudadanos.
Cuando alguien que no está en el negocio quiere saber quiénes forman parte de ellos, la salida más corta consiste en rellenar un formulario en el Tribunal Electoral para que este, si quiere, le diga, más o menos, en manos de quién están los sellos de goma y quiénes son los que tienen la carta orgánica partidaria guardada en la caja fuerte.
Pero si los nombres han dejado de identificar a los partidos, a los líderes y a sus ideas, la permisividad legal de los llamados «frentes electorales» ha liquidado cualquier posibilidad de que los ciudadanos que votan tengan una idea clara de qué o entre quiénes debe elegir.
Los «frentes» no adoptan los nombres de los partidos que los conforman ni los integran en el suyo. Antes al contrario, el «frente» es un pequeño hijo de Frankenstein al que se bautiza con un nombre que nunca se ha usado antes. El elector no tiene forma de saber qué es lo que se esconde debajo de ese nombre, a menos que recurra a un peritaje antropológico.
En Salta, el peronismo concurre a las elecciones dividido en diferentes «frentes». En las pasadas elecciones provinciales, el derrotado (a nivel nacional) gobernador Urtubey repartió sus garbanzos entre todos los partidos, con tal de no sentirse perdedor con ningún resultado. Pero con tanta mala suerte que a su cacareada candidatura vicepresidencial los electores nacionales la acostaron con una contundencia pocas veces vista en la historia.
El propio gobernador Sáenz es hoy la cabeza visible de por lo menos dos «frentes» antagónicos (uno filomacrista y otro filokirchnerista).
Con el resto de los partidos pasa algo parecido, pues en el seno de cada uno conviven con enormes dificultades aquellos que tiran para un lado con los que tiran para el otro. Para muestra basta un botón: la UCR de Salta.
Si para los dirigentes políticos es difícil seguir esta dinámica (como que no sea con una aplicación de modelos matemáticos, de esas que se usan para predecir los comportamientos de la atmósfera), imaginemos lo que debe sufrir el pobre ciudadano, que no se entera ni podrá enterarse jamás qué contiene cada «frente», qué compromisos tienen sus candidatos y con quién los tienen.
Esta no es una deformación casual de nuestro sistema de partidos, sino una maniobra deliberada y muy bien diseñada, tanto para confundir al electorado (obligándole a votar «colores» y no «ideas»), como para hacer que en la noche electoral no haya ni vencedores ni vencidos.
¿De qué vale celebrar unas elecciones si en lo que dura un parpadeo los perdedores pasan a engrosar las filas del ganador? ¿De qué sirve votar si al final todos los votos cuentan siempre para los mismos?
En Salta no solo no hay alternativas reales sino que lo que debería ser muy simple y muy directo, para beneficio del elector medio, es calculadamente complejo y lleno de vueltas, para que los candidatos y los políticos de tercera línea puedan hacer su juego y protegerse mejor del veredicto democrático.
Pensemos por un momento en la triste figura del exdirector del Registro Civil Matías Assennato, que cuando Gustavo Sáenz era Intendente de Salta, y para perjudicarlo, le montó una Municipalidad paralela con el pomposo nombre de «área metropolitana». Ahora el mismo Assennato es uno de los puntales de uno de los «frentes» que apoyan a Sáenz.
De entre todas las trampas que amenazan el libre ejercicio democrático por parte de los ciudadanos, destacaríamos los extravagantes nombres de los «frentes» electorales, que deberían enrojecer de vergüenza a quienes los han inventado. A los demás, nos hace recordar aquella vieja sentencia del Premio Nobel Peter Medawar: “El que escribe de forma oscura, o no sabe de lo que habla, o intenta alguna canallada”.