Enterate dónde y a qué hora vota el concejal fulanito

Cada vez que se acercan las elecciones (este año hubo cinco), las bandejas de entradas de algunas redacciones se inundan con emails enviados por personajes de talla política asombrosamente pequeña, que anuncian el lugar y la hora de la emisión de su voto, con la esperanza que una nube de fotógrafos y reporteros de prensa los acompañe en tan magnífico acto.

La costumbre ha adoptado una peligrosa deriva, puesto que de un tiempo a esta parte, los mensajes de invitación al acto del sufragio de personas virtualmente intrascendentes (desde el punto de vista cívico) se complementan con la mención, al pie del mensaje, de un «teléfono para entrevistas».

Es decir, no solo hay que fotografiar y zarandear al votante al borde de la urna sino que, después de que haya abandonado la escuela, el mencionado votante montará una especie de guardia pasiva al pie de su teléfono celular para que aquellas radios que no tienen mejor cosa que contar le hagan un entrevista al aire.

En pocos lugares como en Salta se han visto cosas semejantes en un día de elecciones. No suele ser frecuente, entre otros motivos, porque el día de las elecciones -y quizá como nunca- todos somos iguales. Nadie es más importante que el otro a la hora de emitir nuestro voto.

¿Por qué esa obsesión por destacarse el día de las elecciones? Parece un poco absurdo ofrecerse para sesiones fotográficas y entrevistas telefónicas, para que luego el entrevistado diga a los periodistas: «Ustedes saben que en una jornada como hoy no se puede hablar de política, por eso solo quiero destacar la normalidad de esta fiesta de la democracia».

Para clichés como estos es mejor cerrar las radios.

Los trabajadores de prensa y los propietarios de los medios no deberían prestarse con tanta candidez a estas pequeñísimas operaciones de glorificación personal y dejar los lugares de votación vacíos. Es decir, dejar que estos señores hambrientos de focos y micrófonos voten en la misma soledad en la que estuvieron en el cuarto oscuro.

Pero si los políticos tienen sus veleidades el día de la votación, lamentablemente -hay que decirlo- también las tienen los periodistas. La mayoría de ellos se ocupa de lo que llamaríamos aquí «minucias electorales»: picheritos en la cola, gente con gorra identificativa, gordas desmayadas, incidentes de votos anulados, reparto de imperiales, robos de boletas, burros atascados mientras llevaban las urnas, votos con caca y sucesos por el estilo.

Lamentablemente, un pueblo no adquiere la madurez cívica a fuerza de repetir las votaciones cada cierto tiempo, lo mismo que un adolescente no se convierte en hombre solo en base al onanismo.

Nuestras elecciones serán mejores, más democráticas y más justas, no solo cuando tengamos políticos más serios y preparados, sino también cuando tengamos mejores ciudadanos y, sobre todo, mejores periodistas.