
Después de ganar el Mundial de Sudáfrica en 2001, una gran mayoría de españoles estaba convencida de que su seleccionado iba a disputar la final del Mundial de Brasil 2014. Pero no contra cualquier equipo, sino contra el mismísimo Brasil, al que estos hinchan habían instalado en la final casi por decreto.
En este cálculo deportivo, que al final, como se sabe, resultó equivocado, había una cierta dosis de orgullo. Si España quería colgarse la segunda estrella debía disputar un partido épico, contra el mejor equipo del mundo, porque de lo contrario su conquista sabría más bien a poco.
Una vez eliminados Uruguay, Paraguay y Brasil (sus vecinos más temibles, con el permiso de Chile), al equipo de Martino le queda un terreno arado por delante.
Pero el hincha argentino, como en su día el español, lo que deseaba era disputar la final con Brasil o con Uruguay, por razones históricas, de vecindad y de rivalidad deportiva. Si nuestra Selección se alzara con la copa después de derrotar en la final a Jamaica -dicho sea también con el máximo respeto- el triunfo no tendría el mismo significado.
Si fuera un Mundial, a todos nos gustaría llenarle la canasta a la arrogante Alemania en la final y no ganarle por uno a cero a Irlanda del Norte.
Hinchar en contra de Brasil forma parte del código genético del hincha argentino. Al brasileño le pasa exactamente lo mismo. Pero el verdadero deportista debe lamentar la eliminación prematura del Brasil, porque sin él la copa pierde brillo y, tal vez, intensidad.
Hace mucho tiempo que la Selección Argentina -primera en el ranking de la FIFA- no se muestra superior en juego al Brasil. Como nunca antes tenemos un equipo y unos jugadores marcadamente superiores a los de nuestro duro y eterno rival. Era esta la oportunidad para pasarles por encima, pero no ha podido ser.
De modo que no cabe alegrarse por esto, ni porque la eliminación del antagonista se haya concretado con un gol ilegítimo de la selección del Perú. De goles con la mano que nos llenan de vergüenza estamos hasta el gorro. No podemos seguir festejando estas picardías como si fueran verdaderas hazañas deportivas.
Siempre se puede pensar en la diferencia que existe entre «ganar bien» y «ganar mejor».