
La soberanía Argentina sobre #Malvinas es un mandato constitucional. Y como parte integrante de TDF es mi deber y orgullo ser su Gobernadora
— Rosana Bertone (@RosanaBertone) July 1, 2017
Por otro lado, en un post de Facebook, la misma señora Bertone agrega: «Es vital que los medios nacionales ayuden a transmitir que el Reino Unido, usurpador de nuestro suelo, no designa el gobernador de #Malvinas».
Dejando a un lado el pequeño detalle filosófico de que la soberanía es lógicamente precedente a cualquier formulación constitucional, y que no es el texto constitucional el que se inventa la soberanía (sino en todo caso, al revés), lo más llamativo de esta declaración es que si la soberanía depende que los medios nacionales (sobre los internacionales Bertone no dice nada) «ayuden» a empujar, es que realmente la impotencia y la frustración de la señora Bertone deben de ser muy grandes. Si algo caracteriza a la soberanía, precisamente, es que no depende de la ayuda providencial de nadie, ni la anda mendigando.
Las dos publicaciones son un poco contradictorias entre sí, ya que en una Bertone afirma ser Gobernadora y en la otra pide ayuda para ignorar autoridad del gobernador designado por la reina. Todo ello no hace más que desdibujar aún más la imagen de una Gobernadora que ya venía acumulando puntos para disputar los play off del descenso al submundo democrático, luego de reconocer públicamente su arrobada admiración por su colega de Salta, Juan Manuel Urtubey.
La cuestión no es difícil de enfocar y podría resumirse en una sola pregunta: ¿Qué decisión o acto administrativo emanado de la señora Bertone han obedecido los residentes en las Islas Malvinas desde el pasado 10 de diciembre de 2015 a la fecha?
La respuesta es muy sencilla: ninguno.
Y la explicación de este paupérrimo ejercicio de la «soberanía» por parte de la señora Bertone, mucho más simple aún: quien toma las decisiones es el usurpador, no ella.
Esto quiere decir que ni la República Argentina, ni la Provincia de Tierra del Fuego ni la gobernadora Bertone ejercen soberanía alguna sobre las islas. La desean, la reclaman, la defienden (no se puede decir que la echan de menos, puesto que desde 1833 a la fecha no sobrevive nadie que la recuerde), pero hay que ser muy obtusos para considerar que la ejercen. Tienen en sus manos, en el mejor de los casos, un derecho vaciado de contenido. No por su culpa, por supuesto.
El Reino Unido, que detenta tal derecho (es decir, lo ejerce ilegítimamente), al menos lo hace de forma efectiva (el Gobernador designado por la reina sí da órdenes que se cumplen en las islas), lo cual, por supuesto, no quita ni un ápice a la ilegitimidad de su mando sobre el territorio y sus habitantes.
Está muy bien que la señora Bertone apele al patriotismo, a la historia y hasta el derecho internacional para reivindicar un derecho que por el momento solo existe en los papeles. Incluso es muy emotivo que se sienta «orgullosa» por algo que no ha conseguido (mandar efectivamente en las Islas). Pero no está tan bien -digamos que es un poco ridículo- que se considere la «Gobernadora soberana» de un territorio en donde no ha recibido un solo voto y puede que jamás nadie la vote.
Mucho es de temer que el día en que el Reino Unido reconozca los derechos de la República Argentina sobre las islas, la señora Bertone ya será una leyenda y no habrá tenido la suerte de ver que ninguno de sus decretos se haya cumplido en aquel -por el momento- irredento territorio.