Argumentos anacrónicos

Aunque numerosos observadores y analistas económicos coinciden en que el gobierno carece voluntariamente de una estrategia destinada a acotar, al menos, la inflación (una de las mayores del planeta) y, en general, no tiene un proyecto económico más o menos sustentable, es probable que en los próximos meses empiece a manifestarse un interés significativo por la Argentina de parte de la inversión externa. Ya hay pruebas de ello en el campo petrolero.

Lo que explica la prometedora disposición de los inversores no es, claro, la ausencia de un programa económico que vaya más allá de parches e improvisaciones, sino la madurada convicción de que el kirchnerismo indefectiblemente se acaba en un plazo relativamente corto. Sumado esto al hecho de que el país presenta costos relativamente bajos en términos globales para oportunidades económicas de enorme potencialidad, que madurarán explosivamente tan pronto se haga cargo un gobierno sensato dispuesto a navegar en el sentido de las corrientes centrales del mundo, y no a contramano de ellas.El interés de los inversores parece dar por descontado que el kirchnerismo será reemplazado por un gobierno provisto de ese sentido común.

Renta e ineficiencia versus producción competitiva

Los inversores tendrán sus razones y su cuota de información para pensar de ese modo. Con todo, aunque es cierto que la realidad va allanando el camino para nuevos consensos, todavía se observan –tanto en las elites políticas, como en las bases sociales que les dan y les quitan sustento- vastas cuotas de anacronismo, pasión por juicios, prejuicios y cliches que ya eran obsoletos décadas atrás, y puntos de vista que no se aventuran más allá del cortísimo plazo.

En los últimos años, por caso, la buena noticia de que el país es una potencia agroalimentaria fue largamente juzgada (y no sólo por el ideologismo oficialista) como una suerte de maldición; la soja fue reputada de yuyo que condenaba a la Argentina a la “reprimarización” económica y no como una ventaja competitiva que nos abría la puerta a ulteriores pasos productivos y de agregado de valor. Tal postura no impidió (más bien estimuló) el usufructo rentístico de esa ventaja, la confiscación parcial de sus beneficios por la caja central y la derivación de buena parte de esos recursos por canales parasitarios e ineficientes, cuando no corruptos. Sobre ese uso rentístico se asentó –hasta que terminó claramente desquiciado- el llamado “modelo” K.

Con el conocimiento de que el país no sólo alberga su vigor agroalimentario, sino también enormes recursos en materia de combustibles no convencionales (los segundos del mundo), minerales tradicionales y litio (esencial para el desarrollo de la nueva generación de vehículos híbridos), ¿en qué proyecto estratégico se enmarcará su explotación?¿Se impondrá, una vez más, la combinación de autoincriminación (por poseer y extraer esos recursos) y conducta rentística?

He allí una cuestión en la que los argentinos deben elaborar un nuevo consenso, que vaya más allá de las evocaciones retóricas de ideas y (grandes) figuras de un mundo que ha cambiado radicalmente.

El papel de las Fuerzas Armadas

Otro tema que requiere nuevos consensos es el del papel de las Fuerzas Armadas en la realidad actual. A partir de la derrota de Malvinas, último capítulo del período iniciado con el derrocamiento de la presidente electa María Estela Martínez y el establecimiento de un gobierno dictatorial signado por el enfrentamiento con las organizaciones terroristas, el ineludible repliegue de los militares a los cuarteles y el juzgamiento de los máximos responsables de la dictadura y de aquellos que cometieron delitos a su amparo (“Quienes dieron las órdenes y quienes se excedieron en el cumplimiento de las órdenes”, había dicho Raúl Alfonsín ) no resultó satisfactorio ni para sectores de la militancia política ni para un amplio fragmento de la opinión pública, que íntimamente requería (aunque no se animara a formulárselo plenamente) la minimización extrema de las fuerzas, quizás su evaporación. Al iniciarse el siglo XXI, cuando parecía que aquellos sentimientos negativos habían perdido intensidad, el gobierno kirchnerista volvió a fogonearlos, en una mezcla de ideologismo y búsqueda pragmática de un Enemigo que alimentara la polarización y fortaleciera a una corriente que accedió a la Casa Rosada con un 22 por ciento de los votos.

Ese consenso recauchutado una década atrás está evidentemente roto. Hoy la señora de Hebe de Bonafini, emblema devaluado pero vigente de aquel antimilitarismo, así como los jóvenes cristinistas de La Cámpora ensalzan la figura del jefe de Estado Mayor del Ejército (y dueño de su aparato de inteligencia) y aplauden la presencia de efectivos de la fuerza en las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires, el conurbano bonaerense y localidades del interior. El Ejército actúa asimismo en operaciones de control del narcotráfico, en el marco del operativo Escudo Norte y esta situación ( “que fuerza los límites de las leyes de Defensa Nacional y Seguridad Interior”, según el kirchnerista jefe del CELS, Horacio Verbitsky) es avalada por dirigentes como Daniel Scioli, Francisco De Narváez y Mauricio Macri.

Que aquel consenso realimentado por el kirchnerismo se encuentre hoy en disolución, no quiere decir que la dirigencia o la sociedad hayan acordado uno nuevo. Simplemente la realidad va imponiendo su agenda y la demanda de pensar y proyectar una estrategia en este campo sigue vigente.

Otra cara del anacronismo

El debate sobre la presencia militar en el combate a las redes del narcotráfico (al que puede adscribirse, al menos a título potencial, su actual presencia en tareas sociales en los barrios más carenciados) es descripta, tanto por quienes la respaldan como por muchos de los que la atacan, en términos de la década del 70, como secuela de acontecimientos de entonces. Se evoca el Operativo Dorrego que urdieron al iniciarse el gobierno de Héctor Cámpora los montoneros de entonces con la jefatura del Ejército: “Algo similar a ese Operativo Dorrego regresa al país, 41 años más tarde –escribe un afamado columnista opositor-: acaba de presentarse en dos villas de la zona metropolitana el primer capítulo”. Ese analista (como otros que observan con análoga perspectiva), sostiene que “se convoca al Ejército (para) comprometer política e ideológicamente a las Fuerzas Armadas con el actual curso político del grupo gobernante”, lo que implica un juicio sobre intenciones, más que sobre posibilidades objetivas. El propio autor de ese comentario recuerda que aquel Operativo Dorrego de 1973 ”duró unas pocas semanas y rápidamente se disolvió. La peregrina idea de que la Juventud Peronista podía penetrar las filas de las Fuerzas Armadas con un operativo de “reconstrucción social” se desmaterializó en el aire”. Si esto fue cierto en 1973, cuando Cámpora y los montoneros estaban en su apogeo, ¿cómo imaginar que el kirchnerismo en disolución conseguirá “comprometer política e ideológicamente a las Fuerzas Armadas”?

El crimen transnacional como factor interno

Más bien es posible que, en su ya inevitable tributo a la realidad, de hecho (más allá o más acá de las intenciones, que se evaden fácilmente de la canasta de la Historia) esté entornando la puerta para la necesaria discusión sobre el papel de las Fuerzas Armadas en esta realidad argentina, regional y global de 2014 y en sus proyecciones estratégicas. Un capítulo importante en el debate tanto sobre la reconstrucción del Estado como sobre la integración de la Argentina en la región y en el mundo.

Hoy en toda la región se observa la participación en cuestiones de seguridad interior: es que la globalización disuelve los conceptos de “afuera” y “adentro”: las organizaciones del delito transnacional no son ejércitos que se congregan en las fronteras para lanzar desde allí alguna ofensiva: actúan en redes transnacionales para las que las fronteras son un leve obstáculo; se deslizan a través de ellas como la peste.

Algunos intelectuales marxistas dedicaron páginas y páginas en la década del 60 para describir al “imperialismo como factor interno”. Se trata de aplicar la misma mirada al crimen transnacional. La gran muralla entre asuntos interiores y asuntos externos que concibió el consenso de los años 80 se ha vuelto irrelevante. Defensa y seguridad se entrelazan.

En Brasil, Colombia, Perú, México (pero también en Venezuela) –para citar los ejemplos más notorios- los militares están claramente involucrados en tareas de seguridad interior, tropas de elite de Nicaragua combaten el narcotráfico. Y en Paraguay se ha desplegado fuerza armada para reprimir la guerrilla del EPP.

Más allá de los debates sobre nombres y circunstancias del pasado, lo que la Argentina se debe es responder las preguntas que plantean el presente y su proyección a mediano y largo plazo: ¿qué fuerzas armadas necesita, con qué tareas, en el marco de qué Estado, con cuál papel en la región y en el mundo?

Por motivos que ellos conocerán, pero que aún no parecen tan obvios, muchos potenciales inversores externos descuentan que, acabado el ciclo kirchnerista, la Argentina tendrá respuestas plausibles y sensatas para esos interrogantes.