Urnas y Justicia en el fin de un ciclo

Mientras el país se prepara a definir electoralmente la composición de los poderes Ejecutivo y Legislativo a partir de diciembre, el gobierno se ocupa en llenar de personal adicto el Poder Judicial, empujando afuera magistrados independientes, expropiando causas sensibles de sus jueces naturales, ubicando el mismísimo proceso electoral en manos amigas y reeditando así, por otros medios, un ensayo en el que ya fracasó y que tituló (con la mendaz inspiración de otros relatos propios) “democratización de la Justicia”.

El gobierno ha decidido reescribir el consejo de Vizcacha: en lugar del ladino “hacerte amigo del juez…”, propone: “Designá al juez que te convenga”. En ese movimiento, las siempre débiles instituciones del país van quedando en jirones, que serán parte de la herencia del próximo gobierno.

La Corte Suprema se encuentra en un cruce de caminos: aspira a evitar que se la comprometa en definiciones de índole político, pero los hechos parecen reclamar hoy de ella definiciones si quiere cumplir su papel tutelar sobre cuestiones constitucionales y sobre la administración ecuánime de justicia, a riesgo, de lo contrario, de admitir pasivamente las maniobras invasivas del Ejecutivo. Esta pulseada tiene tanta importancia como la que se despliega en territorio electoral.

Un domingo muy particular

Aunque se trata de elecciones de distrito, las que se dirimen hoy, a poco menos de un mes de las PASO nacionales, contribuirán significativamente al clima general de la carrera por el poder. Al oficialismo le tocará mayormente balconearla: las encuestas no le asignan chances al Frente para la Victoria ni en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni en Córdoba (dos de los distritos de mayor peso en el padrón nacional); le queda como premio consuelo la chance de celebrar en La Rioja, donde ha necesitado apelar al oxígeno de reserva que pueda proveerle el respeto que esa provincia conserva por Carlos Menem. De visita en la capital riojana, Daniel Scioli hizo un elogio del expresidente en el que coincidieron la sinceridad y el interés electoral. A su lado estaba Carlos Zannini, silencioso y meditabundo. París bien vale una misa.

En Córdoba y en la Capital Federal el oficialismo parece destinado al tercer puesto. Juan Schiaretti pinta como futuro gobernador cordobés y su triunfo alimentará las esperanzas presidenciales que todavía alientan José Manuel De la Sota y Sergio Massa, pilares del espacio común que pugna por neutralizar la pinza polarizadora que empuñan Scioli y Mauricio Macri. Si hay que creer a las encuestas, el jefe del Pro no ha logrado transferir su alta imagen positiva (es el político mejor calificado por los cordobeses) a los candidatos y a la alianza que el Pro urdió en la provincia mediterránea con la UCR y con las huestes que siguen a Luis Juez.

Esta dificultad en validar el endoso de prestigio puede ser fatal si se repite en la elección de la provincia de Buenos Aires, el distrito decisivo, donde Macri apuesta a arrastrar con su propio nombre la insuficiente cuota de conocimiento público de su candidata, María Eugenia Vidal.

Aunque un buen segundo puesto en territorio cordobés en modo alguno puede ser considerado una derrota, para el macrismo esa colocación repetiría el disgusto de Santa Fe, donde estaba convencido del triunfo de Miguel Del Sel y debió soportar una caída por décimas de diferencia.

Un duelo capital

¿Podría Horacio Rodríguez Larreta compensar aquellos relativos traspiés con un éxito sin atenuantes -una victoria en primera vuelta- en la ciudad de Buenos Aires? El propio candidato no lo espera: aunque los sondeos le adjudican alrededor de un 45 por ciento de los votos y una ventaja de más de 15 sobre el segundo, en los últimos días se ha dedicado a recordar que siempre se necesitó segunda vuelta en la Capital. Con ese puntaje y esa diferencia a favor de Larreta, es improbable que Martín Lousteau, el presumible segundo, consiga un milagro en el ballotage. Pero los estrategas más prudentes del Pro no quieren dar nada por previamente sentado. Temen que en la segunda instancia los votantes de las restantes fuerzas porteñas (el kirchnerismo y la izquierda) terminen confluyendo en una opción antimacrista, tomen la candidatura de Lousteau como arma y voten por esa opción alternativa.

¿Quién ocupa el centro?

Algunas estrategias electorales de las fuerzas principales se han guiado por versiones rústicas, elementales de la lógica polarizadora, según las cuales cada parcialidad tiene que fortalecerse en su propio rincón y hablar principalmente para su propio público. Variantes un poco más sutiles aconsejarían dar la batalla intentando ocupar el centro. Consigan o no Massa y De la Sota encarnar esa opción que ellos proclaman –“la gran avenida del medio”-, ese parece el camino que prefiere la mayoría de los argentinos y el que abre las puertas al triunfo y a la gobernabilidad.

A esta altura, cuando hasta los escribidores de Carta Abierta anuncian que votarán a Scioli así sea en disidencia, está claro que el candidato presidencial del Frente para la Victoria tiene ese capital asegurado. Pero con eso no le alcanza para ganar; necesita hablar para el llamado electorado independiente, escuchar sus demandas y ensayar respuestas creativas. Deberá pronunciarse sobre los riesgos que corre la Justicia.

A la inversa, Macri ya tiene asegurado al grueso del electorado no-peronista que (más allá del testimonio de los progresistas que siguen a Margarita Stolbizer) no tienen ninguna otra opción electoralmente plausible. Pero tampoco a él le alcanza con ese capital propio (incluso ampliado con sus socios de espacio), también él, si pretende realmente polarizar y prevalecer en esa lógica, debe hacerse cargo de “lo otro”, de esos sectores independientes que en primera instancia votan a candidatos de origen peronista no kirchnerista (y hasta residualmente K) o al electorado independiente que tiene preferencias progresistas. Eso implica algo más (algo distinto) que asegurar que “se mantendrán los subsidios sociales”. No se trata de adherir verbalmente a políticas del adversario, sino de ofrecer soluciones propias desarrolladas, creíbles, articuladas e incluso mejores, para los problemas sociales -desde los subsidios hasta la educación y la seguridad- que en su despliegue converjan con las demandas de esos electorados “no propios”. Ampliar la agenda propia sin perder, en ese intento, el perfil ya adquirido.

En suma: se requiere escuchar, proponer, debatir. Ni silencio ni marketing. Política en serio.