
El espectáculo que viene ofreciendo Estados Unidos, sin ir más lejos, deja pormomentos atrás las trifulcas que agitan el escenario argentino: Donald Trump está sometido a un segundo juicio político cuando falta apenas una semana para que deje la presidencia, y el causal invocado es su responsabilidad por un intento de sedición. La sede del Congreso estadounidense fue invadida por una legión de simpatizantes iracundos del presidente, dispuestos -según algunas versiones- a impedir por la fuerza que se consagrara la victoria electoral de Joe Biden y hasta a ejercer “violencia contra representantes electos” de los ciudadanos, según estimó el cuerpo de seguridad del Capitolio.
Trump enredado
Que Trump alentó esas manifestaciones parece indudable: el todavía mandatario norteamericano dejó claro que no aceptaba el veredicto de las urnas y que lucharía contra él y le pidió a sus simpatizantes que hicieran lo mismo. Debe recordarse que venía de recibir el apoyo de casi la mitad de los Estados Unidos y que, a diferencia de la mayoría que acompañó a Joe Biden para impedir un nuevo turno del actual presidente, éste cuenta con un núcleo duro amplio e intenso. Como quedó demostrado en Washington y en un gran número de capitales estatales en las que el trumpismo se movilizó.Esa constatación, sumada a la evidencia de que Trump, pese a la derrota electoral y su retirada de la Casa Blanca, sigue ejerciendo influencia poderosa en el seno del Partido Republicano, no hace más que augurar una prolongación de la honda brecha que existe en Estados Unidos. Si ha sido escandalosa la conducta de Trump, no lo es menos la que adoptaron las empresas que manejan las grandes redes sociales (Twitter, Facebook, etc.), que decidieron censurar o amordazar (excluyéndolo de ese servicio público) al presidente de Estados Unidos quien, por delirantes que puedan ser sus opiniones, es el representante electo de la nación y, aún como ciudadano de a pie, no debería ser objeto de censura a manos de un complejo empresarial, por poderoso que sea. Este avance mediático-empresarial, ejecutado en nombre de lo políticamente correcto, es otro costado de la grieta. Y no el menos ominoso.
La grieta con el campo
Volviendo a la grieta propia: una encuesta reciente difundida por Clarín mostró que el espíritu confrontativo, aunque fuerte a ambos bordes del foso, está más vivo del costado opositor que del lado oficialista. En la sociología que respaldó electoralmente al Frente de Todos hay una porción dispuesta a reconocer virtudes a algunos exponentes de Juntos por el Cambio y a algunas gestiones (la de Horacio Rodríguez Larreta, por caso, o las imágenes de Emilio Monzó o Diego Santilli y hasta la de Martín Lousteau), mientras que en el electorado opositor el rechazo por el oficialismo es casi unánime.La conducción (o conducciones) del oficialismo es menos flexible o lúcida que su base y se compra problemas y peleas. El gobierno de Alberto Fernández, por caso, no termina de acertar una estrategia con “el campo”. Probablemente esa insuficiencia esté ocasionada, en gran medida, por escombros ideológicos mezclados en los fundamentos del Frente de Todos.
Esta semana, por ejemplo, la diputada Fernanda Vallejos (una pupila dilecta de Cristina Kirchner), consideró que Argentina sufre “la maldición de exportar alimentos”, una ocurrencia que compite en perspicacia con la famosa comparación peyorativa de la soja con “un yuyo”.
La diputada alcanzó su banca en 2017 (su mandato actual expira este año) y lo hizo en las listas de Unidad Ciudadana, la divisa kirchnerista de aquel año, una mezcla en la que había bajo porcentaje de peronismo. Es dudoso que Vallejos se inspire en la tradición peronista, pero es seguro que no coincide con juicios estratégicos muy claros del fundador del justicialismo, que estaba muy lejos de considerar las capacidades productivas del país como una maldición. Véase, por caso, esta afirmación temprana de Perón (1944): “La técnica moderna presiente la futura escasez de materias primas perecederas y orienta su mirada hacia las producciones de cultivo. En el subsuelo inagotable de las pampas de nuestra Patria se encuentra escondida la verdadera riqueza del porvenir". O esta otra, de tres décadas más tarde: “Solamente las grandes zonas de reservas tienen todavía en sus manos la posibilidad de sacarle a la tierra la alimentación necesaria para este mundo superpoblado y la materia prima para este mundo superindustralizado. Ellos son los ricos del pasado. Si sabemos proceder, nosotros seremos los ricos del porvenir".
Vallejos es la misma legisladora que a mediados del último año espoleó el proyecto de expropiación de Vicentín (en rigor sus aspiraciones iban más allá e incluían la intervención estatal en las empresas que recibieran ayuda durante la pandemia). La Casa Rosada disparó, al adherirse a esa propuesta de Vallejos, una movilización de protesta del “campo” y al poco tiempo tuvo que dar marcha atrás (lo que no debe confundirse con retroceder al día antes del error: ya se había regenerado una atmósfera de desconfianza que evocaba las duras jornadas del año 2008).
Ahora, la iniciativa del ministerio de Agricultura de imponer un cepo a las exportaciones de maíz con el argumento de que había que garantizar la provisión del producto para necesidades locales volvió a gatillar el conflicto con los productores, el regocijo de Vallejos y un nuevo retroceso correctivo. ¿Era necesario? Los hechos demostraron que no: sólo se trataba de dialogar y negociar. Es cierto que en el seno de la Mesa de Enlace agropecuaria -que tuvo un rol protagónico durante el conflicto del 2008- prevalecen sectores predispuestos a la sospecha y a la baja tolerancia, pero el gobierno tiene ahora la posibilidad de interlocución con el Consejo Agroindustrial Argentino, un colectivo que reúne más de medio centenar de organizaciones y que refleja mejor la complejidad y los matices de las más de 30 cadenas agroindustriales que existen en el país.
De hecho, fue del diálogo con el Consejo (y de las tratativas sectoriales en el seno del Consejo) que surgió la vía de escape de la desafortunada medida del cepo. No hacía falta esta disposición antipática: hay suficiente maíz para satisfacer la demanda doméstica. Los productores de pollo, para quienes el maíz es un insumo indispensable, están principalmente preocupados por la incidencia sobre los precios internos de la onda alcista que estos experimentan en el mercado mundial. Los productores de maíz prefieren venderle a los exportadores (que pagan virtualmente cash) que a los polleros locales, que pagan después de producir y vender el pollo; los sectores consumidores y proveedores de maíz, "en sintonía con el Programa Nacional Precios Cuidados", convinieron trabajar en un acuerdo de largo plazo: "se habló como ejemplo de la constitución de un Fideicomiso de larga duración como solución estructural y método de desacople entre el mercado internacional y el de abastecimiento a transformadores de maíz", expusieron al fin de sus deliberaciones.
El sábado 9, Silvia Naishtat había adelantado en Clarín que “a Jorge Neme, desde Cancillería -donde es secretario de Comercio Internacional- se le ocurrió activar un mecanismo vía las sociedades de garantía para igualar los plazos de pago de la industria con los exportadores”, una señal de que en el gobierno hay quienes construyen soluciones mientras otros arman problemas.
¿Porqué comprar conflictos?
La Casa Rosada ya afronta suficientes dificultades en el terreno de la salud (rebrote pandémico, demoras y sospechas sobre la compra y la aplicación de vacunas, iniciativas kirchneristas sobre el sistema de salud, inquietud gremial por una eventual ofensiva K sobre las obras sociales, reclamos de la medicina privada por motivos similares) como para comprarse una guerra con el campo, que sin embargo se enciende una y otra vez, tanto por arcaísmos ideológicos como por torpezas operativas.Adoptar medidas sin escuchar al sector y sin negociar con paciencia, es atribuible a la impericia. En cambio, la “maldición” que detecta Vallejos (y con ella, muchos que comparten su mirada) forma parte de la primera categoría. Algunos números de esa maldición: el agro provee veintitrés de cada cien empleos del sector privado, en rigor, más de treinta de cada cien si se consideran todas las cadenas agroindustriales (sin sumar ni transporte ni servicios). Las dos terceras partes de los ingresos por exportaciones las aporta el agro; todas las cadenas agroindustriales contribuyen con un tercio del producto bruto interno. Parece claro que el objetivo de “cuidar la mesa de los argentinos” no pasa por castigar las capacidades del sector, sino por estimularlas y despejar de obstáculos que impiden alcanzar niveles parejos de productividad y competitividad a aquellas regiones o cultivos perjudicados por la distancia, los déficit logísticos o las cargas excesivas. El gobierno ha consumido una cuarta parte de su período sin terminar de comprenderlo y actuar en consecuencia. Es importante, pero no es el único: este asunto está integrado a la lista de asignaturas pendientes de la administración Fernández.
Ganar (o perder) tiempo
Es posible que en alguna mesa chica del oficialismo se especule con la idea de que esas materias seguirán en suspenso hasta después de la elección de medio término, prevista para octubre. Y, hasta entonces, todo será un acomodarse a las circunstancias, un camino de avances y retrocesos con algunos hitos importantes: llegar sin sobresaltos adicionales al tiempo en que ingresen los dólares de la cosecha, alcanzar en tiempo prudencial el acuerdo con el FMI, evitar una disparada del dólar, contener en porcentajes no alarmantes la inflación, sostenerla situación social y el consumo interno. Todo ello, rezando para que la pandemia no imponga desafíos política y administrativamente inabordables.Lo cierto es que esa estrategia no está exenta de costos para la Casa Rosada (el nexo del Presidente con su base propia de sustentación se debilita paulatinamente) y el objetivo -alcanzar una consolidación hegemónica después del comicio- es de muy difícil cumplimiento. Tanto porque la persistencia de los problemas desgasta más al gobierno que a la oposición, como por el hecho de que la elección, si eventualmente concluyera de acuerdo a las mayores expectativas oficialistas, podría resolver la relación de fuerzas entre coaliciones, pero no zanjaría la cuestión principal: la pulseada objetiva entre el poder presidencial y el liderazgo político del oficialismo, que ejerce la señora de Kirchner y determina significativamente el rumbo del gobierno.
Con esa perspectiva de fondo, el año promete, al promediar enero, un plano inclinado de repeticiones, con algunos momentos destacados y un clímax en el último trimestre, con un resultado electoral que, si no define un final plausible puede empujar al público a abandonar sus butacas.