
Un año después, este diciembre vuelve, sin embargo, a mostrar a una Argentina que camina por la orilla y a un gobierno que no consigue ejercer la autoridad que por su pedigree se le imaginaba.
Promesas pendientes
El candidato que prometía un gobierno “del Presidente y 24 gobernadores”, una expresión que presagiaba ejecutividad y cooperación más allá de las identidades partidarias (“24 gobernadores” incluye a todos, no solo a los de filiación oficialista), no ha conseguido aún cumplir ese compromiso.Quien se defendía de las interpretaciones que lo pintaban como una pieza manejada por su vicepresidenta diciendo que era él quien “maneja la lapicera”, en ocasiones decisivas parece quedarse sin tinta, navega con rumbo incierto, opinando con voluntarismo y retrocediendo con precipitación, más preocupado por componer equilibrios internos que por ejercer el mando que le otorgaron las urnas.
Los desbordes ocurridos en relación con el funeral de Diego Maradona marcaron, si se quiere, un punto superior de ese proceso. Esta vez el tumulto y el desorden penetraron en la Casa de Gobierno y tensiones sobre el tema seguridad sumaron desgaste a las relaciones con el gobierno porteño.
El país ya había atravesado antes varias situaciones fronterizas con lo que Eduardo Duhalde ha descripto como “signos de anarquía”.
La revuelta de la policía bonaerense, con el asedio a las residencias del gobernador de la provincia y del Presidente de la República, fue una de ellas. Frente a la quinta presidencial de Olivos los retobados rechazaron una invitación a parlamentar formulada por tres altos funcionarios enviados por el Presidente.
El principio de autoridad quedó en aquella ocasión claramente vulnerado; a la vista de la sociedad, la provincia renunció a aplicar sanciones disciplinarias y solucionó la protesta cediendo ante las demandas de los huelguistas; el gobierno nacional facilitó ese remedio con una transferencia extraordinaria a la administración bonaerense de Axel Kicillof y en el mismo envión recortó a la Capital una tajada de los fondos coparticipados que el gobierno de Mauricio Macri había asignado a la ciudad autónoma.
Ese tironeo se ha extendido: en estos días se escenifica en el Congreso con sede suplementaria en los Tribunales: el gobierno nacional impulsó el recorte por una ley y el gobierno porteño apela a la Corte y considera que el estado central está bombardeando la autonomía y despojando inconstitucionalmente de recursos propios a la ciudad de Buenos Aires, mientras un ala de su coalición y sectores de opinión más radicalizados le reclaman una actitud más combativa. Aunque en la Cámara de Diputados no alcanzó una ventaja muy holgada, el proyecto nacional cuenta, de su lado, con el asentimiento de virtualmente todos los gobiernos provinciales (incluyendo los vinculados a Juntos por el Cambio y también al del peronista cordobesista de Juan Schiaretti).
Las idas y las vueltas
Otro hecho que ilustró la tendencia al desorden fue el intento de expropiación de la empresa Vicentín. El anuncio del plan oficial de expropiación rebotó negativamente tanto en los círculos económicos como en la opinión pública y disparó una movilización del campo y de los sectores sociales vecinos a la planta principal de la empresa que por momentos pareció el preámbulo de una puja como la de la Resolución 125, un conflicto de grandes proporciones.El gobierno nacional, que actuó sin información suficiente, empujado por ocurrencias de sus sectores más radicales y sin consultar al gobernador santafesino, se vió obligado a retroceder. Esta fue una decisión prudente. En ese proceso de ida y vuelta quedaron jirones de autoridad.
Pandemia y otras intoxicaciones
Hubo momentos, durante el año, en que, en cambio, el Presidente pareció consolidarse. Cumplió algunos de sus objetivos -el arreglo con los bonistas en la renegociación con la deuda privada, el paciente tejido con las autoridades del FMI para negociar un acuerdo con la entidad- y tuvo desde marzo que afrontar el gran desafío de la pandemia.Irónicamente, este desafío lo ayudó en primera instancia a fortalecerse. .fue una oportunidad para exhibir autoridad y equilibrio en un tema que interpelaba a toda la Argentina, por encima de las divisiones políticas.
La estrategia antipandemia que encaró se demostró virtuosa en desplazar hacia adelante los riesgos de contagio, dar tiempo a la estructura sanitaria para prepararse ante mayores exigencias y mantener notablemente baja la tasa de letalidad del virus durante varios meses. Con el correr de las semanas se empezó a observar que demandaba un esfuerzo prolongado que, acentuado por el comprensible inicio temprano de las cuarentena, como contrapartida provocaba resultados negativos en el plano económico.
Durante un largo trecho, Fernández desarrolló su estrategia en cooperación ostensible con el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y en ese tiempo la figura de ambos creció en la estimación de la opinión pública. Pero ese vínculo prometedor, tensado desde los extremos, no resistió indemne demasiado tiempo porque el Presidente atendió prioritariamente las demandas de su heterogéneo frente interno.
Las fisuras en lo que había prosperado como alianza antipandemia, sumadas a reveses en el campo sanitario y a las crecientes urgencias económicas erosionaron el respaldo que había llegado a alcanzar la imagen presidencial, mientras se extendía -en la opinión pública y también en los mercados- la sensación de insuficiencia (o eclipse) de autoridad.
El centro es la autoridad
El siempre tenue tejido institucional de la Argentina tiene como eje indispensable la autoridad presidencial: este es un país altamente presidencialista y el peronismo es una expresión quintaesenciada de esa característica. La disipación de la figura presidencial no puede sino traducirse como anomia y desorden creciente.El sindicalismo y un amplio espectro del peronismo quisieron estimular al Presidente para que ejerciera su mando y así en octubre organizaron en la CGT la celebración del Día de la Lealtad y anunciaron su voluntad de ofrecerle a Fernández la itularidad del Partido Justicialista. ¿No es suficiente con la presidencia de la Nación? ¿No sería mejor un ejercicio más eficaz de esa herramienta?
Apenas diez días más tarde, la señora de Kirchner dio su propia respuesta a esas preguntas: “Después de haber desempeñado la primera magistratura durante dos períodos consecutivos y de haber acompañado a Néstor durante los cuatro años y medio de su presidencia, si algo tengo claro es que el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno. Es el que saca, pone o mantiene funcionarios. Es el que fija las políticas públicas”.
La señora de Kirchner quiso aventar la idea de un presidente dependiente de ella y de paso dejó constancia de que ella no se opone ampliar las bases de sustentación del poder para afrontar los desafíos de la “economía bimonetaria” del país.
Desafiando las opiniones que suelen pintarla como obstáculo principal para la búsqueda de consensos la señora de Kirchner sostuvo la necesidad de “un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”. Eso es lo que ella ha dicho y, como propone el dicho inglés, “la prueba del budín está en comerlo” (the proof of the pudding is in the eating).
El texto de la señora fue publicado a fines de octubre. Según los cronistas, el Presidente sólo volvió a verse con ella el día del velorio de Maradona, un rato antes de intentar frenar el tumulto y los desbordes en la Casa Rosada con un megáfono.
El vicariato de Guzmán
En las últimas semanas ha empujado al centro del tablero a su ministro de economía. Martín Guzmán da señales interesantes: ha conseguido reducir sensiblemente la brecha entre el dólar oficial y el paralelo; en una reunión de banqueros centrales, expuso sus reparos a un exceso de la emisión de pesos; sostuvo que "la expansión de la liquidez se puede canalizar en parte a la demanda por moneda extranjera y genera presiones cambiarias" (es decir: suba del dólar y presión sobre los precios?Guzmán resulta, si bien se mira, la bisagra más aceitada del gobierno de Fernández con el sistema internacional. Es el nexo con la directora general del Fondo Monetario, Krystalina Georgieva. El vínculo con el mundo es indispensable y hoy luce prometedor: el consumo chino vuelve a empujar arriba el precio de nuestras exportaciones principales y hay capitales disponibles si el país pone sus cuentas (y su autoridad) en orden. Fernández ha conversado ya con el próximo presidente de los Estados Unidos y consiguió esta semana comunicarse con Jair Bolsonaro: ambos parecen entender (más vale tarde que nunca) que Brasil y Argentina se necesitan.
El ministro de Economía se ha reunido con los influyentes líderes empresarios de AEA, la Asociación Empresaria Argentina. Un año atrás, lo había hecho el propio Fernández, pero ahora le dejó la tarea a Guzmán: la entidad no cuenta con buena prensa en un sector del oficialismo y hasta a la conducción de la CGT (que cultiva esa relación) le han pasado la factura por ese vínculo.
El ministro le adelantó a la AEA que tiene un ojo puesto en el déficit fiscal y que sus previsiones son menores al 4 por ciento aunque el presupuesto indique 4,5 por ciento; promete un acuerdo rápido con el FMI. De las iniciativas y declaraciones del ministro se desprende un camino de reformas y creciente austeridad fiscal: no hay cuarta etapa del Ingreso Familiar de Emergencia (o, en todo caso, se reducirá el número de beneficiarios), se iniciará un proceso de sinceramiento de tarifas de servicios (es decir, una disminución de los subsidios), las jubilaciones dejarán de actualizarse por la inflación. Un camino bueno. Los empresarios comprenden que el ministro es un alfil del Presidente y lo visualizan como el costado más receptivo del gobierno e imaginan que su fortalecimiento puede inducir una mirada más amigable y realista sobre el mundo de los negocios que la que observan (y temen) en otros rincones de la coalición de gobierno.
Pero si el rol de Guzmán aparece como auspicioso, su protagonismo evidencia la baja visibilidad presidencial. Una baja visibilidad que no sintoniza con el hiperpresidencialismo argentino.
Asignaturas pendientes
Avanzar en esas materias reclama autoridad legítima y unión nacional.