50.000 millones de motivos para trabajar un acuerdo

  • El autor analiza las proyecciones políticas del reciente acuerdo alcanzado por el gobierno argentino con el Fondo Monetario Internacional.
  • Panorama semanal
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El vituperado Fondo Monetario Internacional ha abierto un formidable paraguas preventivo de 50.000 millones de dólares sobre la Argentina. El anuncio del monto y las facilidades concedidas a la Argentina abrió una nueva situación. El gobierno ha ganado espacio y tiempo. El Presidente busca en Canadá, en el marco de la reunión del G7 consolidar el respaldo externo que está recibiendo para ponerlo en valor en el ámbito doméstico.


Después del espaldarazo del FMI la Casa Rosada puede avanzar en el cambio de partitura que ya venía ensayando pasados la derrota oficialista en el Senado y el veto presidencial. Si hasta ahora había trabajado priorizando en exceso una estrategia electoral y confrontativa con la mira puesta en las presidenciales del año próximo, después de la turbulencia cambiaria y las gestiones ante la señora Lagarde (que avanzaron vertiginosamente) se ha vuelto imprescindible hacer eje en la gobernabilidad y ganar la confianza de los inversores. En las oficinas del Fondo subrayaron la necesidad de ese cambio de tono.

El cálculo electoral podía aconsejar darle protagonismo a la señora de Kirchner (con su rígido techo de imagen) y dispersar todo lo posible las filas del peronismo racional en proceso de ordenamiento (con su mayor capacidad competitiva). Pero ahora las circunstancias son diferentes.

Cambia la música

El ministro de interior, Rogelio Frigerio (fortalecido en el nuevo contexto), interpretó con nitidez esta semana la nueva melodía y explicó los motivos del cambio: "Los inversores -dijo- no miran sólo lo que hacen el presidente y sus equipos sino también lo que puede venir en la Argentina en el futuro. Nosotros creemos en la alternancia en el poder y esa alternancia tiene que tener en cuenta a dirigentes responsables que miran el mundo de una manera distinta de lo que ocurría en los doce años de kirchnerismo".

Ya había síntomas interesantes: una delegación formada por representantes del gobierno y líderes parlamentarios del “peronismo racional” (la renovadora massista Graciela Camaño, el peronista federal Pablo Kosiner, ligado al gobernador Juan Manuel Urtubey) defendieron como equipo ante las autoridades de la OCDE (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, poderoso club de las democracias industrializadas) la capacidad argentina de integrarse a esa institución.

Antes de los tropiezos prevalecía en la Casa Rosada la idea de que la exclusiva imagen del macrismo (suplementariamente embellecida por comparación con el pasado K) sería premiada con la famosa “lluvia de inversiones”. Ahora se entiende mejor que -como lo advirtió el senador Pichetto una semana antes- el gobierno "solo no puede". Los inversores necesitan asegurarse que si en 2019 no se cumple el sueño del oficialismo y Cambiemos pierde el gobierno, el poder de reemplazo no va a invertir las reglas de juego. No es un sector, ni una facción, sino un sistema político el que tiene chances de convencerlos.

No todos lo comprenden en el oficialismo, pero la realidad empuja, tanto a quienes gobiernan ahora como a quienes compiten para reemplazarlos, a colaborar en cuestiones esenciales. Esa situación ya era obvia desde el momento en que Cambiemos llegó a la presidencia -legítimamente, pero con sólo un tercio del electorado y con un Congreso en el que estaba en minoría-. Tomó forma, positivamente, cuando el Presidente requirió y obtuvo respaldo del peronismo post o antikirchnerista para políticas fundamentales, como el arreglo con los holdouts (sin el cual no había reinserción internacional posible).

Después el gobierno quiso eludir esa evidencia y pretendió subordinarla a una estrategia electoral. La Casa Rosada practica habitualmente el método de prueba y error. La realidad es un gran corrector.

Ahora aparecen muchas cosas que rectificar. En el plano interno el gobierno y sus principales figuras venían perdiendo puntos, como muestran las encuestas. Es un pobre consuelo señalar que ningún opositor cosecha lo que el gobierno pierde. No conviene regocijarse con un mal síntoma.

Que la política tenga mala prensa es un fenómeno generalizado y no exclusivo de Argentina. Lo nuevo, aquí y ahora, es que el oficialismo, que se presentó en su momento como una reacción frente a “la vieja política”, ha empezado a ser víctima del mismo síndrome que diagnosticaba en otros.

Hasta hay signos laterales que deberían ser atendidos. Que últimamente se hable de un tanteo de Marcelo Tinelli en el futuro escenario electoral, más allá de otros comentarios que pueda suscitar, tiene un ángulo revelador: la brújula de la opinión pública que maneja Tinelli no lo orienta hoy hacia el oficialismo, sino hacia el peronismo, aunque navega en el mar del deterioro político.

Pero, en fin, antes que en las anécdotas o las martingalas electorales y la natural competencia entre fuerzas , la hora exige poner el ojo en la emergencia y en la necesidad de consolidar un sistema cooperativo capaz de exhibirse razonablemente unido ante el mundo.

Recorte y desarrollo

Junio se ha iniciado con señales de malestar y de movilización en la calle. El último viernes se concretó la amplia demostración de la Marcha Federal y en el horizonte cercano se proyecta un paro general. El gobierno, ahora más flexible que antes, se muestra dispuesto a facilitar un incremento salarial de emergencia, sincerando el abandono del tope salarial de 15 puntos que la inflación proyectada ya ridiculiza. Esa comprensión tardía por ahora permitió postergar la medida de fuerza unos días, pero quizás no alcance para frenarla totalmente. En cualquier caso está mejor abonado el terreno para buscar acuerdos más amplios en el escenario económico social, donde también hay que sumar al sector empresarial.

Si no quiere aislarse -como se insinuó en el peor momento de la tormenta cambiaria-, el gobierno necesita un programa más atractivo que el mero ajuste, que supere la lógica estrecha del recorte con una perspectiva de desarrollo y expansión, de cara al futuro.

Del cruce de esos vectores, debajo de las tensiones pueden entreverse posibilidades de convergencia, puntos de encuentro.

Algunos analistas señalan como una oportunidad clavada de coincidencia el proyecto de presupuesto que se aprueba habitualmente en septiembre. Para que pase el examen del Congreso el gobierno necesita indefectiblemente un acuerdo con el peronismo en el que tendrán una voz fuerte los gobernadores.

Antes aún, el Congreso tendrá que acordar (atravesando una comisión bicameral que preside el peronista federal Diego Bossio) los proyectos de inversión PPP (participación público-privada) que, en circunstancias en que el Estado está forzado a economizar sus recursos, resultan un instrumento particularmente indispensable para la realización de obras y emprendimientos en todo el país.

La ley que rige esta modalidad de emprendimientos fue reglamentada el último año y hacia fines del 2017 se lanzó el primer programa, el Plan de Autopistas y Carreteras. La cooperación entre el gobierno nacional y las provincias y, en el Congreso, entre el oficialismo y la oposición lúcida puede ofrecer por esta vía un contexto de crecimiento que contenga la competencia político-electoral en un marco constructivo.

En un país en el que sobrevive una desconfianza anacrónica en las grandes empresas privadas (particularmente si son extranjeras), impulsar de conjunto esta modalidad es, si se quiere, una innovación.

El interés común

En ese sentido, el macrismo puede encontrar a veces más comprensión filosófica en el peronismo que en sus aliados de la coalición oficialista. Desde el radicalismo, por ejemplo, se alzan voces contra algunos proyectos que convocan a la inversión privada, como la propuesta de vender las acciones de la transportadora eléctrica Transener que se encuentran en manos del Estado. El respetado ex secretario de Energía Jorge Lapeña, definió como "ideológica e irracional" la postura del Ministerio de Energía de querer vender las acciones estatales y le adjudicó a los funcionarios de Macri sostener que "aquello que pueda ser realizado por un privado no debe ser realizado por el Estado".

Algunos trabajos de economistas radicales se adentran en los peligros potenciales de la modalidad PPP.

El peronismo, en cambio, puede encontrar inspiración en su propia historia para una convergencia. Ya en la década del 50 del siglo pasado, el Segundo Plan Quinquenal de Perón auspiciaba una filosofía similar: “En materia de trabajos públicos -se lee en uno de sus párrafos- el Estado auspiciará, estimulará y apoyará la concurrencia de inversiones privadas, nacionales y extranjeras,creando las condiciones adecuadas y las oportunidades favorables a fin de que puedan participar en forma directa, paralela o complementaria en la realización de obras". Perón sería definido hoy como un “pragmático” por el ministro coordinador del equipo económico, Nicolás Dujovne. Pero no era pragmático, sino realista.

El realismo es perfectamente aplicable a las diferencias, desacuerdos y negociaciones políticas. Sólo hace falta que quienes tienen responsabilidades lo comprendan.

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