
El miércoles 14, en su habitual presentación ante la Cámara Baja, el jefe de gabinete Marcos Peña hizo verdaderos esfuerzos dialécticos para defender la gestión económica (y también para apuntalar al ministro de Finanzas, Luis Caputo, cuestionado por su vínculo con fondos de inversión en paraísos fiscales).
Peña aseguró que la inflación está bajando, pese a que el INDEC acababa de anunciar que los precios se incrementaron 2,4 por ciento en febrero, completando así 4,6 por ciento (casi un tercio de la previsión anual) en el primer bimestre. Y el porcentaje no está atado sólo a los incrementos de tarifas: la inflación núcleo (que registra la tendencia subyacente de los precios) presenta un nivel superior al del último trimestre.
La inflación rebelde
Los cambios de paso (y los traspiés) del gobierno con la inflación constituyen uno de los motores del más inquietante mensaje que la Casa Rosada recibe de las encuestas: la caída de las expectativas ciudadanas en el futuro. Cuando el Presidente aseguró en su discurso ante la Asamblea Legislativa que “lo peor ya pasó” procuraba cubrir ese flanco. Pero para hacerlo se requieren hechos, más que palabras. Y los hechos se mueven muy lentamente.Esta semana el Banco Central operó con fuerza en el mercado cambiario: necesitó una intervención superior a los 400 millones de dólares para impedir que la moneda estadounidense siguiera escalando y alcanzara los 21 pesos por unidad. Con o sin motivos directos, cada vez que el dólar sube los precios internos lo imitan.
El gobierno no consiguió convertir a la economía en el eje positivo de su gestión. Había confiado en una rápida lluvia de inversiones y por el momento apenas se registra una garúa cautelosa, ávida de señales de seguridad política. La cordial visita de la número uno del FMI, la señora Christine Lagarde, que se deshizo en elogios a la política económica (y gentilmente evitó hablar de la inflación) es interpretada como un signo auspicioso por el gobierno. Se verá cuánto tardan las inversiones en seguir a las opiniones.
El gobierno procura apurar a los empujones las inversiones de los locales. Macri se queja de que de afuera recibe mejor respuesta que de los industriales argentinos. También se muestra comparativamente satisfecho con el campo: “Ustedes cumplieron”, elogió a agricultores y ganaderos al hablar en una gran exposición del sector.
Pese a las tensiones, a principios de la semana una diplomática reunión en la Casa Rosada entre las autoridades de la Unión Industrial Argentina y el jefe de gabinete buscó aventar las nubes de tormenta. Los empresarios se notificaron del deseo del gobierno: que ellos moderen sus críticas, se conviertan en un sostén público de la política económica y no aflojen en las negociaciones paritarias. Ellos, a su vez, solicitaron que el gobierno aplique su política aperturista sin ingenuidad, imitando en ese sentido el aperturismo sembrado de puertas entornadas que practican los países centrales.
El gobierno está preparando el terreno para llegar a fines de este año con los fundamentos bien afianzados para construir la reelección del Presidente. Hablar ya mismo de ese objetivo (y de las reelecciones paralelas de Horacio Rodríguez Larreta en Capital y de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires) es, entienden sus estrategas, una forma de exhibir fortaleza actual. Al mal tiempo buena cara.
En esa línea, la comunicación oficial se prodiga (especialmente a través de voceros informales) en que esas reelecciones se presenten como pan comido: “Macri ganaría sin necesidad de segunda vuelta o inclusive en segunda vuelta”. ¿Hablamos de 2019? “Predecir es muy difícil. Sobre todo el futuro”, como advirtió Nils Bohr.
¿Peronismo o peronismos?
Así como el gobierno ha lanzado ya su cruzada reeleccionista para 2019, el peronismo empieza a agruparse para enfrentar ese desafío. Hasta mediados del año último prevalecía en las filas justicialistas una prospectiva pesimista: después de la derrota de 2015 habría que trabajar con la mirada puesta recién en 2023, porque la presidencia de Mauricio Macri mostraba vigor y el peronismo todavía no había conseguido encauzar su crisis interna ni superar con claridad el peso negativo que seguía ejerciendo la figura de Cristina de Kirchner.Ese escenario se ha modificado. De un lado, las dificultades oficiales (inflación, tarifas, cambios en la actualización de jubilaciones más los tropezones en temas de transparencia: casos Díaz Gilligan, Triaca, Caputo, Arribas, Etchevehere) determinaron un debilitamiento relativo de la imagen presidencial; de otro, la señora de Kirchner, cercada por causas judiciales, pareció replegarse defensivamente y resignarse una participación no protagónica, mientras el cristinismo perdía peso específico y se veía atraído (y, con cautela y excepciones, admitido) por las tendencias centrales del peronismo. Ante ese nuevo paisaje, los peronistas se entusiasmaron con la idea de que podrían encontrarse en condiciones competitivas cuatro años antes del lejano 2023. Así, empezaron a sucederse (y superponerse) reuniones destinadas a imaginar una estrategia para 2019.
La hipótesis de un peronismo partidariamente unido estaría descartada por el momento. Más bien tiende a trabajarse con la idea de un “panperonismo” abierto, con al menos un núcleo representativo de una oposición intransigente, y otro (con eje en los gobernadores y en figuras como el senador Miguel Pichetto), también opositor pero subrayando la distancia con el kirchnerismo residual y predispuesto a cierta colaboración con el oficialismo.
La reunión que convocó esta semana en San Luis Alberto Rodríguez Saa ha sido una expresión embrionaria de la primera tendencia, la de los duros. Que el anfitrión haya sido el gobernador puntano, que la sede del encuentro haya sido una provincia que no fue kirchnerista y que la figura presente de más peso fuera Hugo Moyano fueron signos compensatorios al hecho de que mayoría de las caras famosas allá reunidas formaron parte de los elencos principales del cristinismo. Eso sí: la señora de Kirchner no fue (nadie se dedicó a invitarla especialmente) y los jóvenes de La Cámpora aportaron con cuentagotas.
Algunos de los tics de pretendida intransigencia que se expusieron en la reunión puntana forman parte del catálogo de procedimientos que Perón bautizó como “piantavotos”. Uno de ellos fue vocear a los gritos el cantito conocido como “hit del verano”, con insultos a Mauricio Macri. Una cosa es festejar la ocurrencia más o menos espontánea de una tribuna de fútbol; otra es convertir una asamblea política en un coro que insulta al Presidente de la Nación. En un país cansado de grietas y enfrentamientos no parece astuto pretender alcanzar una mayoría con esa conducta.
Se comprende que ni el peronismo vinculado a los gobernadores ni el que se referencia en dirigentes como Sergio Massa o Florencio Randazzo hayan acompañado el encuentro de San Luis.
Aunque ambas expresiones peronistas conserven sus perfiles y su relativa autonomía, podrían actuar de conjunto para contener desbordes de poder de la Casa Rosada (por caso, los decretos de necesidad y urgencia con los que Macri pretende eludir la debilidad parlamentaria a la que lo condenaron las urnas).
Esas diferentes expresiones del peronismo trabajarían sobre distintas franjas del electorado con un objetivo común: evitar la chance (hoy improbable, de acuerdo a los antecedentes) de que el gobierno pueda imponerse en primera vuelta.Una posibilidad es que, con fórmulas diferentes, terminen compitiendo para definir primacías en una elección primaria.
Pero esto pertenece aún al largo plazo. El peronismo, a diferencia del Cambiemos, aún no tiene candidatos para mostrar. En cualquier caso, las chances del gobierno y las del peronismo están principalmente determinadas por la suerte que corra la economía en los próximos meses.
Parece claro que, así como el oficialismo, superada la mitad de su gestión, ya no puede excusar sus dificultades culpando a la herencia recibida, el peronismo no podrá gestar una alternativa basándose en el rechazo sistemático a las reformas de Macri, ni apelando a las fórmulas anacrónicas de aislamiento económico que auspician los Kicillof o los Moreno.