Los temas militares ingresan en la agenda

  • El autor analiza los principales desafíos del presidente Macri, en materia económica, política y militar.
  • Panorama semanal

Aunque el gobierno ha intentado desde su inauguración que lo económico se constituya en el eje de su accionar, las circunstancias lo han empujado recurrentemente a la arena de lo político. Quizás no le venga demasiado mal ese giro en principio no deseado.


La economía dista de haberse convertido en el terreno de éxitos rápidos que habían imaginado los equipos de Cambiemos. Las inversiones, que el oficialismo suponía que iba a seducir por mera presencia de Mauricio Macri en la Casa Rosada, parecen reclamar siempre un nuevo deber cumplido. Primero había que esperar que el oficialismo derrotara al cristinismo por segunda vez; ahora esperan que pasen las reformas impulsadas por el Poder Ejecutivo, observan la estructura de la Justicia y se preguntan si el gradualismo oficial será efectivo.

Entretanto las metas de inflación están excedidas, el dólar se retrasa en exceso según los exportadores, el Banco Central eleva el precio del crédito a niveles que asfixian a las pymes y el endeudamiento crece desbocadamente.

En cambio, en la política Macri está fortalecido. Su fuerza ganó con autoridad las elecciones y la opinión pública acompaña con su reconocimiento y lo proyecta a una imagen positiva envidiable, mientras un sector del peronismo se muestra dispuesto a acompañarlo con una crítica amable y el cristinismo se asfixia paulatinamente con los gases de su oposicionismo intransigente.

Se trata de un balance provisorio, claro. Y la realidad no deja de presentar nuevos retos.

La desaparición del San Juan

La desaparición del submarino ARA San Juan y el activismo de grupos violentos que invocan el irredentismo mapuche han reubicado en la agenda política, por ejemplo, el tema de las Fuerzas Armadas, la orfandad presupuestaria a la que se encuentran condenadas, el vacío que impera en la política de defensa. El gobierno ha probado en estos meses de gestión dos ministros de Defensa, pero ninguno de ellos (ni nadie por encima de ellos) asumió la iniciativa de formular una política que abarcara estas cuestiones. El único que se atrevió a formular algunos lineamientos (puntos para una convocatoria) ha sido una figura de la llamada “oposición constructiva”, el jefe del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto.

Ahora, son las desventuras y las amenazas las que han conseguido entreabrir una puerta que el kirchnerismo había cerrado a cal y canto cuando estableció, bajo la plausible bandera de los derechos humanos, una política de condena institucional a los militares, convertidos en encarnación del Mal.

Kirchner se montó sobre los rescoldos de los encarnizados enfrentamientos de la década del setenta y sobre el descrédito acumulado por las fuerzas militares más por su derrota en Malvinas que por su represión al terrorismo (una tarea en la que la dictadura prosiguió con eficaz brutalidad lo que se había visto obligado a comenzar el gobierno democrático de Juan Perón).

La desaparición de las FF.AA.

Estos sentimientos habían empezado a encauzarse y contenerse en los primeros gobiernos de este ciclo democrático. Raúl Alfonsín quiso circunscribir el castigo por las desapariciones, los encarcelamientos ilegales y los tormentos de la represión a las jerarquías que dieron las órdenes y a aquellos efectivos que se excedieron en el cumplimiento de órdenes, de modo de preservar el concepto profesional de la disciplina y salvar del desastre a las instituciones castrenses. No pudo hacerlo, empujado más allá de esos límites por presiones de la opinión pública y hasta por amplios segmentos de su propio partido. Finalmente tuvo que apelar, para una intención razonable, a dos leyes imperfectas (obediencia debida, punto final), que no consiguieron el objetivo.

Carlos Menem fue más drástico; asumió personalmente el costo del punto final empleando una atribución exclusiva de los presidentes: el indulto. Lo aplicó tanto a militares como a guerrilleros. El indulto no implicaba olvidar los crímenes cometidos por una y otra parte, sino por el contrario confirmar su existencia, pero perdonarlos para poder dar vuelta una página histórica. En Sudáfrica, Nelson Mandela intentaba con otros instrumentos un camino análogo, convencido de que construir y desarrollar un país es una tarea que requiere paz interior y no vendettas, así éstas puedan argumentarse y enmarcarse jurídicamente.

Al mismo tiempo, Menem disciplinó a las fuerzas después de reprimir un intento de golpe de estado y trató de darles una función prestigiosa, vinculada a la apertura internacional de esos años: la participación en la alianza militar que derrotó la invasión de Saddam Hussein a Kuwait fue un paso importante y la participación en misiones de paz de las Naciones Unidas un desarrollo que ofrecía a las instituciones militares una misión socialmente valorada en el mundo y a sus cuadros una notable experiencia profesional.

Aunque en estos días, enfocando las cosas desde el prisma presupuestario, haya voces que igualan a todos los gobiernos de la democracia en su trato a las fuerzas, hay que destacar que en los noventa, a través del relacionamiento internacional, los militares encontraron una ampliación de sus recursos y posibilidades. En esos años Estados Unidos le otorgó al país la condición de aliado principal extra OTAN, lo que facilitaba el acceso a materiales; y las actividades bajo paraguas de la ONU tenían un financiamiento por fuera del presupuesto argentino.

Fue con el kirchnerismo que las heridas se reabrieron. Fue deliberado y con la intención política de galvanizar una fuerza que llegó al gobierno en condiciones de debilidad. La ideología de los derechos humanos se convirtió en un arma para subyugar a otras fuerzas políticas (y a sectores y a personas) muchas de las cuales se sometían pavlovianamente cuando el poder hacía sonar esa campanilla.

Hoy es el kirchnerismo el que ha caído en el desprestigio y el que sumió en situaciones desdorosas a símbolos de la ideología como la señora de Bonafini. Sin embargo, el pensamiento “políticamente correcto” reacciona frente a la desgracia del submarino preguntándose para qué necesita la Argentina submarinos.

Más aún, plantea para qué necesita Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo, vestigios de esa misma ideología ofrecen una visión romántica sobre el extremismo separatista mapuche que desafía al Estado argentino. La llamada Resistencia Ancestral Mapuche, un grupo armado coordinado con correligionarios chilenos aún más corrosivos y vandálicos, no tiene de ancestral, si bien se mira, más que el relato que seduce a cierta banalidad urbana. En cuanto a lo mapuche, la inmensa mayoría de esa etnia ignora o repudia a la RAM.

El extremismo indigenistas

El pensamiento cómodo, en defensa de una estrategia de “no hagan olas”, alega que los grupos indigenistas extremos son insignificantes. Los grupitos que a principios de los años setenta del siglo pasado desarmaban policías a los tiros y llegaron a secuestrar y matar a un general del Ejército, poco tiempo después se habían multiplicado y ponían en marcha un mecanismo cruel que derivaría en guerra, dictadura y oscuridad. Más vale prevenir que curar. No se trata de exagerar irrazonablemente una amenaza, sino de actuar con seriedad y sostener las consecuencias. Como suelen decir los futbolistas, “no hay adversario chico”.

En el caso del indigenismo extremista, lo que hay es una ofensiva minoritaria que unifica en su accionar el rechazo al Estado y sus leyes, el cuestionamiento a la legitimidad de su soberanía territorial y una formulación que tiende erigir murallas étnicas en una sociedad que, por el contrario, debe derribar las que aún sobrevivido. Ese rival pequeño está haciendo pie con su relato en algunos segmentos de la opinión pública, mezcla de grupos que alientan la consigna “cuanto peor, mejor” y de otros que navegan en la superficialidad y el exotismo.

Este país necesita submarinos y soldados

Un país como Argentina necesita fuerzas armadas y necesita una estrategia destinada a custodiar su integridad y su integración territorial y social, sus recursos, sus fronteras. También necesita submarinos: muchos ignoran que la el país tiene más superficie marítima (6 millones de kilómetros cuadrados de plataforma submarina) que espacio continental. Y que la riqueza actual y potencial de esa inmensa extensión debe ser custodiada tanto como la de nuestro suelo y nuestro subsuelo, el petróleo, el gas los minerales, la tierra y los ríos.

El sistema político que empezó a constituirse a partir de la derrota del kirchnerismo en 2015 debe asumir la agenda de la defensa y la estrategia nacional. Hoy hasta la desgracia y los desafíos lo imponen.

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