
El gobierno de Mauricio Macri parece dispuesto a emplear con energía y desprejuicio la fortaleza relativa que le han otorgado las elecciones primarias, que han mostrado una combinación de extensión territorial oficialista y dispersión de las fuerzas competidoras. La extemporánea movilización decidida por la CGT le ofreció a la Casa Rosada una nueva ocasión para exhibirse como fighter.
El gobierno ya había mostrado su predisposición a la ofensiva la noche misma del domingo mientras se desarrollaba el escrutinio, cuando celebró temprano para las cámaras victorias que, en definitiva, no se concretaron (Santa Fe y Provincia de Buenos Aires) y manejó a gusto los tiempos de divulgación de las cifras electorales y el momento de cierre del recuento provisorio.
Tales rasgos de realpolitik no merecieron la aprobación de algunos sectores que, sin embargo, simpatizan íntimamente con el gobierno. “¿Por qué, habiendo un programa que constituye un compromiso ético, el gobierno privilegia los triunfos de posverdad sobre los triunfos de verdad, que obtuvo de manera legítima y merecida? –se preguntó, por caso, el sutil columnista Eduardo Fidanza en un diario porteño-. El Presidente afirma que decir la verdad es fundamental. Y ha avanzado en algunos campos. Sin embargo, posverdades como las del domingo ensombrecen esa declamada virtud”.
Hay que decir, en cualquier caso, que la mayoría de los hagiógrafos oficialistas, tanto del campo intelectual como del mediático, evitaron prudentemente críticas francas como la de Fidanza y optaron arrojadamente por el elogio: festejaron la disposición del gobierno a la pelea con el peronismo. Sobre todo si gana.
Que el gobierno muestra hoy esa inclinación quedó ratificado con el aprovechamiento oportuno de un predominio oficialista circunstancial en el Consejo de la Magistratura (merced a opacas negociaciones entre Ejecutivo y Corte Suprema) para iniciar la cesantía del contaminado juez federal Eduardo Freiler. También con el fulminante desplazamiento de dos añejos funcionarios del macrismo cuyos antiguos y notorios vínculos con el gremialismo peronista súbitamente se volvieron merecedores de castigo.
Esa seguidilla fue calurosamente aplaudida. Muchos que cuestionaban a los “machos alfa” de otro signo político demuestran que, en verdad, sólo estaban añorando un “macho alfa” de sello propio.
En realidad, más que buscar explicaciones antropológicas, hay que observar la lógica del poder. Si el kirchnerismo dinástico manejó el Estado como su partido político, el actual protagonismo del Pro subraya una constante: el papel siempre central que juega el Poder Ejecutivo en el sistema de decisiones. Es el que tiene el mazo en la mano. Y eso parece independiente del signo ideológico de su titular, funciona casi como una ley física. Y, más que cambio, expresa un ingrediente fuerte de continuidad y repetición.
En la medida en que pueda consolidar una hegemonía, la coalición Cambiemos tenderá a estar determinada por un centro, donde además del Pro como partido, las decisiones reposarán en una mesa ampliada del Ejecutivo.
Aunque el radicalismo ha perdido entidad como fuerza nacional (su incidencia en la estrategia que sigue la coalición oficialista es mínima o decorativa), sigue ejerciendo peso en muchos territorios provinciales donde Cambiemos sólo (o muy principalmente) se sostiene en las estructuras partidarias de la UCR, si bien éstas sólo consiguen oxígeno si se suman a la atmósfera general asentada en el gobierno de Mauricio Macri.
La UCR se dispone a debatir su rumbo y su conducción y probablemente triunfen allí los integrados sobre los apocalípticos, es decir, los más comprometidos con la línea del gobierno (Mario Negri, por caso) sobre la corriente más crítica y principista (como la que expresa Ricardo Alfonsín).
La digestión de aliados puede volverse más complicada para el Pro en el caso de la gran estrella porteña: Lilita Carrió. La líder de la Coalición Cívica suma a su fuerte capital electoral en la Ciudad de Buenos Aires, un discurso principista estructurado y diferenciado y hasta va camino de transformarse en ariete favorito del establishment mediático (como ocurriera en la década del 90 y a comienzos de la experiencia de la Alianza con Chacho Álvarez).
La doctora Carrió encarna más genuinamente que el Pro las derivas antiperonistas de la coalición oficialista y, en virtud de ese perfil, puede transformarse en un obstáculo para las búsquedas de amplitud y gobernabilidad que el gobierno deba eventualmente encarar.
Privado el sistema político de segundas y terceras fuerzas independientes que lo equilibren, las fuerzas hegemónicas tienden a encarnar deformadamente en su seno las divergencias sociales y a buscar remedio esas tensiones decayendo en monismos asfixiantes.