Inflación de gestos y erosión de autoridad

En las últimas semanas la Argentina ha vivido asomada tanto al pasado como al futuro.

Lidiando con los holdouts y el juez Thomas Griesa y conversando con Xi Jinping y los representantes de los BRICS, un líder y un espacio que resumen el rol protagónico adquirido por las naciones emergentes.

La deuda negada y el default inexistente

La Argentina está asomada a ese doble paisaje por derecho propio. Arrastra una deuda que había decidido ignorar (hasta omitirla en su contabilidad) y que una sucesión de fallos de la justicia de Estados Unidos le recordó amargamente que allí permanece, ha crecido y debe ser pagada. “no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”.

Esa negación de la deuda, que en algún momento estuvo justificada por las circunstancias, la necesidad y hasta la virtud de una negociación que atrajo a una porción marcadamente significativa de los tenedores de bonos (pero luego se extendió negligentemente hasta desperdiciar la oportunidad de rescatarla a muy bajo costo, como hicieron, en rigor, los llamados fondos buitres), hacía juego con una política de sostenido aislamiento internacional que se reflejaba asimismo en el apartamiento del FMI , el no pago de los juicios perdidos en el marco del CIADI, la extendida morosidad ante el Club de París, la confiscación de las acciones de Repsol en YPF, en fin, en una atmósfera erizada de arbitrariedades y regulaciones capciosas que espantaba a la inversión extranjera y hasta producía rozamientos con los países vecinos.

El gobierno comenzó a corregir ese rumbo cuando se vio forzado por una sangría constante de reservas que fracasó en contener a través del control de cambios y de las importaciones. Había que volver al mundo y aprovechar la extraordinaria oferta de financiamiento barato que los mercados ponían a disposición sobre todo de las economías emergentes.

Para acceder había que borrar con el codo lo que se había escrito y relatado: había que indemnizar a Repsol, convocar a Chevron y otros inversores extranjeros para fortalecer a YPF, pagar en el CIADI, cumplir con el Club de París, normalizar el INDEC para mejorar un poco el vínculo con el FMI y –punto decisivo- arreglar con los holdouts, que ya estaban respaldados por dos fallos favorables de la Justicia de Estados Unidos.

Ese cambio de rumbo ponía al país en situación de transición hacia la etapa que se abrirá en diciembre de 2015, al finalizar ineludiblemente el ciclo K y le permitía al gobierno abrir la canilla de los recursos externos para aceitar esa transición mientras cumplía con algunos ajustes indispensables destinados, por ejemplo, a frenar la inflación.

Dos meses atrás, en un simposio del que participaron varios economistas de prestigio, uno de ellos, Ricardo Arriazu, señaló que estas últimas correcciones sólo serían abordadas " si no se consigue la plata; si viene plata, no lo intentarán. De eso dependerá la economía en el segundo semestre."

Que “viniera o no viniera” plata –estaba sobreentendido- dependía de que se resolviera la gran asignatura pendiente: el tema de los holdouts.

En rigor, (casi) todo el mundo se inclinaba por pensar que el asunto estaba en vías de solucionarse.

Pero la Corte Suprema de Estados Unidos se abstuvo de intervenir, y el curso de los acontecimientos sufrió otro giro.

Los mercados apostaban a que habría arreglo. Si Argentina había cumplido con la mayor parte de la hoja de ruta que la devolvía a los mercados financieros, ¿por qué iba a abstenerse de hacerlo en la última prueba?

Pero el arreglo no llegó en los tiempos previstos, en el medio naufragó una negociación paralela timoneada por bancos nacionales y se abrió una disputa semántica acerca de si Argentina había o no caído en default.

La pavada atómica y el fin de ciclo como virtud

Habría que coincidir con Kicillof, que comentó que "si la decisión fuera tan grave, el precio de los bonos se habría destruido." O con el titular de la Comisión Nacional de Valores , Alejandro Vanoli, cuando señaló que "el propio mercado está diciendo que no hay default", en referencia a la conducta que mostraron los precios de los bonos argentinos pese a que la agencias calificadoras lo decretaron. El bono discount, el más afectado por las tratativas, sólo cayó 5 puntos. Nada catastrófico.

Si bien se mira, lo que eso revela es que los mercados saben que la Argentina no se encuentra en esta situación por insolvencia (como sí ocurrió en 2001-2002), sino por decisión de un gobierno que tiene fecha de vencimiento. Y que cualquiera sea el presidente que lo suceda, de entre los que ya pintan para serlo, esa decisión será revertida.

Por eso los bonos argentinos siguen siendo atractivos y no se han derrumbado. Porque los inversores observan que este es un default de otra naturaleza. Una “pavada atómica”, para seguir coincidiendo con el ministro de Economía.

En ese sentido, Argentina está asomada al futuro. A lo que viene después de este modelo: el mundo conoce las riquezas y potencialidades que tiene la Argentina y que la próxima apertura de un nuevo ciclo político las valoriza. Las empresas, fondos de inversión y bancos que están trabajando para facilitar al país la salida de esta dificultad autoinfligida tratan de que el futuro no se retrase.

Por eso,la salida de este particular default-no default es una cuestión de tiempo. De semanas (si prosperan las negociaciones que llevan adelante estos inversores con los holdouts para comprarles la deuda y habilitar una cautelar del juez Griesa); de meses,si se trata de retomar positivamente las negociaciones a partir de la caducidad de la ya famosa cláusula RUFO, es decir, desde enero del año próximo; o, en el peor de los casos, de un año y monedas: hasta que este gobierno sea reemplazado por el próximo.

Pero, aunque “la vida sigue andando”, estos tiempos inciden sobre la transición.

Ricardo Arriazu advertía que las correcciones que requiere la economía argentina (para revertir la inflación, para no obstruir la producción) sólo serían abordadas "si no se consigue la plata”.

Ahora se sabe que, a corto plazo, del exterior la plata no vendrá, razón por la cual el gobierno ha decidido fabricarla: acaba de disponer una ampliación del presupuesto por 199.045 millones de pesos, por Decreto de Necesidad y Urgencia, incrementando así el déficit financiero del año en más de 130.000 millones de pesos, de acuerdo con la evaluación de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP).

Un gobierno que está sometiendo a un ajuste al sector privado y se abstiene de hacer su propio ajuste, puede surfear cuestiones vinculadas con el gasto interno vía inflación.

Pero el gobierno no emite dólares: las restricciones a las importaciones y, en general, a la demanda de dólares presionarán negativamente sobre la actividad económica, sobre la brecha cambiaria o sobre los precios (si esa brecha se acorta por vía devaluatoria), sobre el empleo…Ya está ocurriendo…

El gobierno podría haber obtenido financiamiento externo barato. Ahora, mientras no estén claro los plazos en que se resolverá la pulseada con los holdouts, la presión se ejercerá hacia adentro: rascando la olla del ANSES, incrementando la presión fiscal (lo que será más difícil en medio de un proceso de retracción económica), postergando los reclamos sobre el impuesto a las ganancias que formulan las centrales obreras.

El “no default” tiene consecuencias: promete una transición más agitada que la ya prevista. Determina una paulatina erosión en el poder.

Inflación de gestos y caída de las reservas de autoridad

Con la ilusión de retardar ese proceso, la Casa Rosada también apela a la inflación: hay un sobregiro de gestos que pretenden demostrar que el poder presidencial sigue bien vigente. El riesgo que corre es que se ponga de manifiesto que esa emisión carece de respaldo porque empieza a darse una fuga de reservas de autoridad.

Puede entenderse el entusiasmo kirchnerista cuando, después de meses de sequía, las encuestas muestran unos puntos de mejora en la imagen de la Presidente, atribuibles a la vocinglería antibuitres. Pero, ¿era preciso intentar el torpe paso de un enfrentamiento imposible con Estados Unidos en la Corte Internacional de la Haya? Alcanzó una rápida declaración del Departamento de Estado para devaluar totalmente ese ademán.

En el plano doméstico, la Presidente decidió sostener a su vicepresidente favorito en vísperas de que sobre la cabeza de éste recayera un segundo procesamiento. La señora decidió primero exhibir a Boudou en la Casa Rosada (y sentarlo al lado del remiso ministro Florencio Randazzo, que suele negarle el saludo), de inmediato le impuso a sus senadores la presencia de Boudou presidiendo la sesión de la Cámara Alta, cuando todos suspiraban de alivio suponiendo que a esa hora estaría volando a Colombia. Es cierto: Randazzo y otros contertulios de Boudou no se retiraron indignados, los senadores se quedaron en la Cámara, todos obedecieron a la Señora. Pero esa obediencia achica una affectio societatis oficialista ya suficientemente jibarizada. Así como es difícil que la oposición pueda reiterar a corto plazo el gesto de protesta de abandonar el recinto en protesta por la presencia de Boudou, las exhibiciones de poder de la Presidente sobre ministros y senadores cada vez más reticentes irán escaseando o se encontrarán pronto con la pared de la desobediencia.

El “no default” tiene consecuencias. El final de ciclo también.