
Mucho antes de que los anuncios se conviertan en realidad y antes aún de que se inicie el trámite legislativo de las propuestas, la sociedad las está dando por hechas, las acredita al Presidente y con esto se ha generado un cambio de atmósfera que seguramente registrarán las previsibles encuestas de estas semanas. La deuda con los jubilados ha sido durante años tema de discursos y lamento generalizado: a partir del anuncio del viernes –milagros de la comunicación- se lo empieza a ver como un asunto de resolución inminente.
La iniciativa le ha permitido al gobierno neutralizar la imputación de ser un “gobierno para ricos” con que buscaba herirlo parte de la oposición. Cuando la propuesta se haya concretado, no sólo se habrá cubierto un flanco social largamente postergado, sino que los efectos de la medida se expresarán inevitablemente como una fuerte oxigenación del consumo y, por esa vía, una reactivación de la economía. Que se reforzaría cuando empiecen a cobrarse los aumentos decididos por las paritarias. Buenas noticias para todos. Aunque todavía falte un poco para concretarlas.
También para las provincias las perspectivas son mejores; ellas respaldan la propuesta pues confían en ver cumplidos los aportes que les prometió el gobierno, financiados con esa masa de recursos que sumarán el Fondo de Sustentabilidad jubilatorio y lo que llegue del blanqueo. La satisfacción de las provincias –esperan en la Casa Rosada- se traducirá en apoyo de sus legisladores nacionales en otros asuntos sensibles para el gobierno.
El impacto político del anuncio de Macri se observó en el comportamiento de las fuerzas opositoras: en primera instancia todas se alinearon detrás de las soluciones a los jubilados. Nadie quiso pagar el precio político de una actitud negativa: el que se mueve no sale en la foto. De todos modos, el diablo está en los detalles: la oposición se prepara para discutir en ese plano. El kirchnerismo, por ejemplo, no quiere que las medidas para los jubilados se financien vendiendo acciones del Fondo de Sustentabilidad. También ponen reparos al blanqueo. ¿Habrá que pagarles a los jubilados con papel pintado?
El blanqueo es clave en el dispositivo planteado por el gobierno. Varios miembros del oficialismo se han pronunciado contra los blanqueos, en general; uno de ellos, el ministro de Hacienda, Adolfo Prat Gay, quien sin embargo suscribe el actual argumentando que contiene penalidades para los que han evadido hasta el momento y también premio para los que cumplen. La doctora Elisa Carrió, otra opositora de los blanqueos, ha objetado también esta propuesta, aunque las discrepancias que ella enuncia parecen destinadas a convertirse muy pronto en “perfeccionamientos” del proyecto oficial.
Los renovadores de Sergio Massa, que hicieron del tema jubilatorio una de sus banderas durante la campaña electoral, naturalmente no cuestionan ese costado de los anuncios pero mantienen reservas hasta conocer “la letra chica de los cálculos de financiamiento”.
Más allá de los debates políticos y del trámite parlamentario, lo que parece incuestionable es que el mero anuncio presidencial de estos proyectos ha puesto sobre la mesa una temática de amplio impacto, con dimensión federal y reflejos en distintos sectores sociales, y ha conseguido (con ideas y palabras) adelantar algunos meses la atmósfera positiva que el gobierno venía esperando para el segundo semestre.
El gobierno y el Papa
Mientras en el barrio porteño de San Cristóbal el Presidente lanzaba su propuesta para los jubilados, en El Vaticano se producía la visita de Hebe de Bonafini al Papa Francisco. La noticia generada en Roma quedó subsumida, en Argentina, por la expectativa que promovieron los anuncios de Macri.La reunión del Papa con Bonafini (“Sé bien quién es, pero mi obligación de pastor es la de comprender con mansedumbre”, escribió Francisco a un amigo) había sido cuestionada por algunos miembros y voceros vocacionales del oficialismo, que sumaron así elementos a la idea de que hay ruido en la relación entre El Vaticano y la Casa Rosada.
El intercambio de mensajes entre ambas sedes en vísperas del 25 de mayo insinúa, sin embargo, la posibilidad de un cambio de tono en la relación del Papa con el Presidente de la Argentina, que está por verse. Lo que resulta evidente es que Macri se aferró a la salutación casi protocolar suscripta por Francisco para exhibir en su respuesta admiración y adhesión por el Pontífice y su prédica de convivencia y unión nacional. Fue una señal.
Es cierto que al discurso del macrismo se caracteriza -salvo en casos excepcionales- por eludir las crispaciones y por diluir cualquier cuestionamiento en té y simpatía, pero en este caso no se trataría sólo de estrategias retóricas, sino de la búsqueda de una armonía duradera con la Iglesia que no puede saltearse al Papa argentino.
Gabriela Michetti había admitido que por ahora hay “una distancia en términos de comprender el proyecto político que estamos llevando adelante" que adjudicó a que “tal vez no hemos podido contarle (a Francisco) hacia dónde estamos yendo”.
Se han registrado otras interferencias: desde los alrededores de la Casa Rosada se disparan de a ratos declaraciones que no pueden sino perturbar el vínculo. Está el caso del estratega Jaime Durán Barba, quien, aunque no ocupa cargos oficiales, es observado como un influyente gurú que siembra cerca de la cúspide del gobierno las semillas de un realismo posmoderno fundado en encuestas y neutralidad valorativa (“Que cada uno haga lo que quiera. Y si una señora quiere abortar, que aborte”).
También está el caso de Elisa Carrió, quien después de muchos meses de hacer gala de bergoglismo de la primera hora, se eriza últimamente contra el Papa, quizás ante la sospecha de que su prédica puede ser usada por el peronismo para solucionar la balcanización que actualmente padece.
En declaraciones publicadas el último fin de semana, el arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, que reside hace cuatro décadas en la Santa Sede y es canciller de la Pontificia Academia de Ciencias y de Ciencias Sociales, destacó algunas de las interferencias. “No se debe criticar a Pedro –señaló-. Y tanto menos los que se dicen católicos y de comunión diaria (…) No es difícil individualizarlos, por lo menos alguna diputada... Que esta persona critique al Papa, ya si es católica y de comunión diaria, es una cosa terrible, porque el Papa es Pedro. Ahora, si además lo critica siempre, ya es ridículo porque uno no puede criticar al Papa porque tiene gestos de misericordia que no le gustan”.
Esas declaraciones del prelado tuvieron otro matiz. Cuando la entrevistadora le recordó que a Juan Pablo II, Papa polaco, se lo apoyaba con vigor en su país, Sánchez Sorondo respondió significativamente: “Sí. Se veía que estaba la Iglesia polaca atrás Ahora, el Papa argentino no es un hongo, viene de toda la Iglesia argentina y no se entiende cómo no hay una solidaridad análoga a la que había con el papa polaco...”
Que la contestación a los reproches que apuntan desde Argentina al Papa se produzca desde Roma es un signo que, sumado al contenido mismo de esa respuesta, insinúa cierta insatisfacción por el comportamiento de la jerarquía local. ¿Se la está exhortando a un tono más vigoroso, a compromisos más enérgicos?
En el Te Deum del 25 de mayo, el cardenal Mario Poli rogó al Señor “coraje para crear espacios y mesas donde compartir la sabiduría del diálogo, donde las ideas superen las ideologías y donde nadie se levante hasta encontrar acuerdos razonables y duraderos de los que dependen tantas vidas, proyectos y sueños” y pidió también “que no nos paralicen las estadísticas (…) que no perdamos la sensibilidad para escuchar y redoblar esfuerzos y servicios ante el dolor de los más pobres”. La letra suena a Francisco aunque quizás la interpretación sea menos rotunda que la que el cardenal Bergoglio imponía a sus homilías.
Es probable que el gobierno intuya que, tras presentar sus fuertes propuestas para los jubilados que exhiben compromiso por el costado social de la gestión, debe atender a las incitaciones a acordar (no meramente a dialogar con mejores maneras que las de la era K) y también debe cerrar la grieta de silencio con Roma, de modo de atravesar acompañado lo que el jefe de gabinete, Marcos Peña, definió una semana atrás como “el peor momento”.
El incipiente cambio de expectativas le da la oportunidad de dar esos pasos desde una posición más firme.